Mensaje

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Satoshi jamás creyó que servir en el campo de batalla sería algo tan crudo. Lejos de ser glorioso, el pobre niño comprendió demasiado tarde en lo que se había metido. Sus manos estaban manchadas de sangre, vio con sus propios ojos como la vida de muchos llegaba a su fin y tras las luchas de las que fue partícipe, apenas quedaban atisbos del ingenuo niño que fue. 

—Oye, ¿Estás bien? 

Shao se encontraba caminando junto a él, y a su alrededor, todo el batallón marchaba también. 

 —Sí, sí. Todo bien. Solo estaba pensando en... Ya sabes— Dudoso de terminar su frase, Satoshi aún no podía quitarse la imagen de la ejecución de los prisioneros. 

—Sí, lo que paso no fue algo bonito. Pero, hey, estamos vivos. Y cuando cumplamos esta misión que nos dio el general, estoy seguro de que nos recompensara. Tal vez asta nos dé una medalla o algo. ¿Tú qué dices?

Este intento por cambiar el ánimo del niño no sirvió a su propósito. Lo que paso antes de su partida, aunque no lo decía, lo había afectado. 

Al alzar su vista, a unos cuantos metros, podía ver a Takeda liderando a los hombres, mostrándose tan serio como siempre. ¿De verdad no sentía nada por lo que hizo? ¿Dónde estaba el honor en acabar con prisioneros desarmado, ya vencidos? No lo entendía. Ni tampoco porque la persona a la que seguía no había dicho nada al respecto desde su partida.

Cuando Takeda alzó su puño súbitamente, la marcha se detuvo. En la lejanía vio un arco de entrada, seguido de un pequeño arroyo. Más allá, una edificación se elevaba en medio del bosque, sin ningún indicio de estar habitado. Al dar la orden de acercarse, estuvo atento a todos sus alrededores, previendo algún posible ataque. Ya había enviado exploradores que sondearan la zona antes de su llegada, pero aun así no podía estar seguro. Indico que sus hombres se posicionaran al rededor del lugar, mientras él, Shao, Mao y Satoshi ingresaban. 

A primera vista, el edificio entero se veía antiguo. Constituido únicamente de madera, la casa poseía dos pisos de altura y una extensión lo suficientemente amplia como para que una familia entera pudiera vivir en ella sin problemas. Más el polvo del abandono y la ausencia de cualquier mueble dejo en claro que nadie había puesto un pie allí, desde hacía décadas. Tal vez incluso siglos.  

—Nose ustedes, pero este lugar me da mala espina —Opino Shao ya estando todos adentro. 

—Se parece un poco al templo de los sabios del fuego —Dijo Mao— La única diferencia es que este está hecho de madera. Qué extraño. 

—¡Oigan, tienen que ver esto! —Los llamo Satoshi, quien había sido el único en subir al primer piso.

Cuando los tres militares ascendieron, hallaron una sala en cuyas paredes colgaban telas desgarradas y sucias, con dibujos muy reconocibles en ellas: Una llama negra de tres puntas. Ese era el símbolo de su nación. El símbolo de la Nación del fuego. Pero estos manteles solo ocupaban la pared izquierda. En la otra, en vez de tener el emblema del pueblo por el que luchaban, estaba el del Reino Tierra. El de su enemigo. 

—¿Qué rayos...? —La confusión mezclada con la sorpresa se podía notar en la voz de Shao, mientras él y sus compañeros comenzaban a examinar lo que tenían. 

—Este lugar debe ser de antes de la guerra —Acoto Mao— Talvez los que construyeron este templo eran de las dos Naciones. 

—Okay, entiendo eso. Pero: ¿Por qué construirían un templo para empezar? Digo, los sabios del fuego servían al Avatar cada vez que nacía en nuestra nación, eso todos lo saben. ¿A quién servían los que vivían aquí?

Avatar: El Dragón Sin LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora