La luz de una hermosa luna llena alumbraba las vacías calles de la ciudad capital. Toda actividad ya había cesado desde hacía un buen rato, y sus habitantes dormían placidamente en lo que para ellos era una noche tranquila. Pero lo que ellos ignoraban era que en el palacio real las cosas eran muy diferentes.
En la famosa arena Agni Kai, el resplandor de unas poderosas llamas azules se escapaba hacia el cielo por la falta de un techo como tal. Por supuesto, resultaba obvio que la persona que generaba tales flamas era nada más y nada menos que la mismísima princesa Azula. Junto a ella estaba Takeda, con quien se batía en un duelo iniciado desde hacía varios minutos. Al ser tan tarde, no existía una sola persona que estuviera enterada de este encuentro. Las puertas del lugar permanecían cerradas, y como esa parte del palacio llevaba en desuso desde hacía años resultaba poco probable que alguien pudiera percatarse de lo que sucedía.
Negándole hasta el más mínimo momento de descanso, Azula no paraba de dispararle ráfaga tras ráfaga a Takeda. Él lograba esquivarlas con una agilidad notable, pero la respiración del joven se oía agitada mientras que gotas de sudor caían por su rostro. Como ella no había adquirido ninguna de estas características, era claro quien tenía la ventaja.
—Vamos, ¿qué pasa? ¿Ya te estás cansando? —Decía Azula, siguiendo con sus ataques— ¿No dijiste que podías vencerme en un minuto? ¿Esto es lo mejor que puede ofrecer el hijo de un traidor?
Takeda no respondió.
—Debe ser difícil cargar con los errores de alguien tan patético, ¿no? Después de todo, él ya lleva muerto un buen tiempo. Me pregunto si su cadáver termino tirado en alguna zanja o solo dejado por allí para que se lo comieran los animales.
De nuevo, silencio.
—Ah, espera. Ahora que recuerdo, en los informes que leí decía que lo habían quemado vivo ¿Lo sabías? Una muerte adecuada para alguien sin una pisca de honor.
Sus afiladas palabras tenían toda la intención de lastimar a Takeda. El tono que usaba, y la sonrisa burlona que expresaba, habría generado alguna respuesta por parte de cualquier otra persona. Pero para su sorpresa, él ni siquiera se inmutaba. Se mantenía sereno y concentrado en la lucha, demostrando tener un gran autocontrol.
Arta de este comportamiento por parte de su oponente, la princesa detuvo sus ataques para luego decir:
—Esto es un poco decepcionante, la verdad. Después de haberte visto luchar contra mis guardias creí que serias mejor. Aunque, pensándolo bien, era de esperarse. Reconozco que eres el primero en durar tanto contra mí, pero el resultado es evidente. Resistencia, habilidad, te sobrepaso en todo. No importa como trates de verlo, los maestros fuego siempre estaremos por encima de los de tu clase. Solo acéptalo y te prometo que...
—Princesa, toda su palabrería me aburre— Declaro Takeda, interrumpiendo súbitamente a la joven. Quien pareció sorprendida y a la vez confundida ante lo dicho.
—¿Yo... aburrirte?
—Sí. ¿Ya termino?
Estática en su sitio, Azula se mantuvo callada sin mover un solo músculo por varios segundos. Luego, actuando completamente diferente a como lo venía haciendo, arremetió contra Takeda impulsándose con su fuego control.
Había pasado a la ofensiva.
Disparando nuevas ráfagas a una distancia peligrosamente cerca, hasta el más ignorante se hubiera percatado de la intención asesina que ahora emanaba la princesa. Sus ataques pasaron a ser más mortíferos y muchos más precisos en comparación a los anteriores. La seguridad que antes transmitía su rostro desapareció, y un minuto después de que este cambio ocurriera, Azula creyó poder conectar un golpe directo justo en la cara del arrogante plebeyo. Pero al intentarlo, cuando su flama estaba a punto de dispararse, Takeda logro desviar su ataque y contraatacar al instante acertando dos golpes precisos en su brazo. Para cuando se percató del daño que le infligieron, toda la extremidad le colgaba del cuerpo.
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Avatar: El Dragón Sin Llamas
RastgeleEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...