𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈. 𝐄𝐧𝐜𝐚𝐣𝐞 𝐟𝐫𝐚𝐧𝐜é𝐬

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31 de octubre de 1931

Una llovizna fina pero constante caía del cielo negro cuando Ada estacionó el coche frente a la casa de ladrillos. Arrebujada en mi abrigo, me hice de un momento para observar la fachada umbría de la edificación, tan carente de luz que cualquiera hubiese dicho que estaba abandonada de no ser por el reflejo amarillento que surgía de una ventana en el piso superior. La ventana del dormitorio.

Volteé el rostro y miré a mi amiga de soslayo, con cierto nerviosismo. Ada me contemplaba con una expresión graciosa.

—Mi hermano ha de ser el hombre menos romántico del planeta. Mira qué bonito sitio eligió para una reconciliación —destacó haciendo uso del sarcasmo.

Luego de que llegara a la casa de Ada aquella mañana del once de octubre y lo hiciera siendo víctima del acaloramiento, no me quedó de otra que comentarle a mi amiga mi encuentro con Thomas en la casa de ladrillos. Para mi sorpresa, no se lo tomó a mal ni me soltó un sermón sino que, por el contrario, me dejó ver una alegría tal que por un instante, pareció sobrepasar la mía.

Mi desconcierto en ese entonces debió de ser demasiado obvio ya que Ada se tomó la molestia de explicarme el porqué de su actitud y me dijo que su felicidad se debía a que, desde nuestro distanciamiento, Thomas y yo habíamos dejado de ser las personas que éramos para convertirnos en seres carentes de vitalidad, similares a autómatas. No soportaba el vernos así, a ninguno de los dos, y entonces comprendió que no podíamos vivir el uno sin el otro y si bien le seguía preocupando mi seguridad, más le preocupaba el verme tan deprimida. Me dijo que había comprendido que no podría evitar algo que era inevitable y que a partir de ese momento solo iba a asegurarse de que su hermano no volviera a hacerme daño, cosa que ni ella ni yo descartábamos.

—Gracias por traerme —agradecí.

—No es nada. Además, quería conocer la famosa "casa de ladrillos de Small Heath". —Ada elevó las cejas—. ¿Es tan horripilante por dentro como por fuera?

—Por dentro es aún peor —dije y sonreí.

Me acomodé en el asiento del copiloto sin estar del todo dispuesta a salir. Una vez más, y como había sucedido en la estancia de Carleton, los nervios me acorralaban ante un encuentro con Thomas. Llevaba planificando esa noche en mi mente desde hacía días y la lencería me escocía la piel.

—Olivia, antes de que te bajes, necesito preguntarte algo muy personal. —Para mi sorpresa, Ada se había sumido en la seriedad casi de repente—. ¿Thomas y tú se cuidan cuando...? —interrumpió su pregunta casi con recato pero yo supe a lo que se refería.

El abochornamiento me azotó y creo que mi reacción fue respuesta suficiente, ya que Ada negó con la cabeza en señal de derrota. Thomas y yo jamás habíamos utilizado ningún método anticonceptivo y a ese punto me parecía casi un milagro que yo no hubiese quedado embarazada.

—Lo supuse —dijo mi amiga y, estupefacta, observé cómo abría la guantera del coche. De la misma sacó un paquete de papel, igual al que le había visto a Michael, y me lo alcanzó—. Me tomé la molestia de comprarte esto sabiendo que hoy ibas a encontrarte con él. No culpo a Tom, pues a ninguno de los Shelby nos gusta usar condón pero, lamentablemente, tenemos una "maravillosa habilidad" para engendrar hijos. —Torció la boca en una mueca—. Créeme, si los campos fuesen la mitad de fértiles que nosotros, no habría hambruna en este puto mundo —suspiró.

—Gracias de nuevo, Ada —reafirmé mi agradecimiento y le sonreí.

—¿"Gracias"? —mi amiga me tomó el pelo, burlona—. Te estoy diciendo, entre líneas, que no quiero un sobrino con tu cara y me lo agradeces —bromeó.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora