𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby x OC

𝐗𝐋. 𝐄𝐥 𝐚𝐝𝐢𝐯𝐢𝐧𝐨

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16 de diciembre de 1931

La veladora de la pequeña mesa de luz me permite apreciar, a duras penas, la nevada que ha comenzado a caer del otro lado de la ventana. Faltan cinco días para el invierno y el frío se ha instalado en Birmingham con impetuosidad, obligando a sus habitantes a encender las hogueras antes de tiempo.

Pero en esta casa de ladrillos no hay hoguera, y a Thomas y a mí no nos quedó de otra que comprar ropa de cama más gruesa y por ende, más pesada.

Thomas duerme a mi lado, con la cabeza apoyada en mi pecho mientras yo me esfuerzo por escribir con lentitud ya que temo despertarle con los movimientos de mis brazos. Con la mano izquierda sostengo el cuaderno y con la derecha escribo como puedo, rogando para que mi caligrafía sea legible una vez que termine de relatar lo acontecido hoy.

Gina se ha ido, me dijo Thomas, a algún sitio muy lejano, y Michael irá tras ella con el fin de darle muerte.

Eso no significa que Thomas considere que esté fuera de peligro, pues insiste en mantener el sistema de custodias hasta que su primo cumpla con su promesa y me ha dicho que luego de mi cumpleaños, la casa de ladrillos volverá a ser lo que era: un depósito. Voy a tener que regresar a la casa de Ada pues todo el mundo coincide que es allí donde estaré más segura y tendré que dejar atrás este inhóspito sitio que de repente he convertido en mi hogar, el hogar que comparto con Thomas.

Se me llenan los ojos de lágrimas de solo pensarlo. Soy feliz aquí, aunque el techo se llueva y esté lleno de humedad; aunque por las paredes porosas se cuele el frío y en la noche se oigan disparos; aunque el sol apenas ilumine las estancias oscuras y no tenga un patio con césped. Soy más feliz de lo que fui en Londres y de lo que podría ser en Arrow House, y eso es porque tengo a Thomas a mi lado, porque he creado con él un sitio para los dos y porque, hoy más que nunca, tengo la certeza de que me ama.

Desde hace un par de semanas, Thomas ha intentado, como se lo permite su carácter, distraerme y animarme pues supo notar lo mucho que me afectó el ser prisionera de sus temores y el ver limitada mi libertad. El otro día, por ejemplo, llamó a un fotógrafo y nos tomamos una fotografía juntos en su despacho, la cual ha colocado en el recibidor de la entrada junto a un retrato mío. Me compró un tapado de piel tan ostentoso que no sé con qué combinarlo y hasta ha tenido la particularidad de llevarme el desayuno a la cama un par de veces, aunque dejó de hacerlo luego de que, sin querer, se le cayó el cigarrillo en el pote de mermelada.

Por eso hoy, cuando lo noté tan nervioso, no me costó reconocer que sucedía algo.

Eran casi las cinco y se hacía la hora de irnos. Durante toda la jornada, él se la había pasado yendo y viniendo, sin decir nada y con una expresión torva. Desde que había trasladado mi secretaría a su despacho nunca me había ignorado tanto.

—Ollie —me alarmé cuando, al pasar por delante de mí por enésima vez, me llamó—, voy a salir ahora. Te irás con Ada a la casa de ladrillos y ella se quedará contigo hasta que llegue.

—¿Sucede algo? —tuve que preguntar. La curiosidad y la preocupación eran demasiado grandes a ese punto.

—Sí —asintió y se hizo de unos segundos para meditar algún tipo de pensamiento—. Voy a matar a Gina.

No me esperaba aquello y me hallé inmensamente conturbada.

—¿Sabes dónde está?

—Sí.

—¿Estás seguro?

—Sí —volvió a responder él.

—¿Quieres matarla?