𝐗𝐈𝐈. 𝐍𝐚𝐜𝐢𝐝𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐞𝐫

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5 de mayo de 1931

Esta mañana debía de tomar un tren a Londres. Me encontraba acostada en mi cama mientras Ada terminaba de hacer mis maletas, y el té, en su taza de porcelana, se enfriaba sobre la mesa de noche.

—Desayuna —ordenó Ada doblando un vestido—. Serán casi cuatro horas de viaje.

—No quiero volver a Londres —manifesté. El decaimiento ocasionado por el láudano me había arrebatado la vehemencia necesaria para discutir.

—Es por tu bien. —Ada llevaba repitiéndome lo mismo desde anoche, cuando me comunicó que había comprado un boleto de tren—. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejada de mi hermano, al menos por un tiempo.

—Un tiempo que será para siempre, ¿verdad? —me acurruqué en mi cama y cerré los ojos. Había dormido más de diez horas pero las pesadillas habían atormentado mi sueño. En todas ellas se encontraba Oswald Mosley.

Ada no dijo nada y se limitó a contestar con un suspiro cargado de derrota. Estaba harta y era de esperarse. Desde que conociese a Thomas hacía apenas un mes, no había dejado de ocasionarle dolores de cabeza. Ni siquiera Karl, que es ya un adolescente, es tan problemático y a pesar de que Ada siempre me ha considerado una hermana menor, estoy segura de que jamás se imaginó que adoptar una hermana implicaría tal carga. De haberlo sabido, se hubiese negado, porque es de la clase de personas que detestan los problemas y tienden a librarse de ellos.

Por eso creí que se estaba deshaciendo de mí. Mi comportamiento le molestaba casi tanto como la preocupación que le generaba mi acercamiento a Thomas, la cual era sincera y estaba fuertemente justificada.

—¿Llamaste a tu madre anoche? —me preguntó mi amiga de repente.

—No.

—¿Quién te estará esperando en la estación, entonces?

—Nadie —contesté simulando enfado si bien me estaba quedando dormida.

Oí cómo Ada soltaba la maleta con brusquedad pero no abrí los ojos. Aquella escena se acercaba más a la pelea que tendrían una madre y una hija caprichosa, y siendo sincera, me parecía patética. Esas actitudes no eran propias de mí si bien debía de reconocer que últimamente me estaba volviendo más terca. Quizás lo que más me molestaba era el hecho de que mi amiga tenía razón.

—Antes de ayer un tipo casi te viola en tu secretaría y casi presencias un asesinato —dijo Ada y ante el simple recuerdo de la respiración de Mosley en mi oreja, la piel de los brazos se me erizó— ¿No te bastó lo que viviste para darte cuenta de que éste no es tu lugar?

—¿Cuál no es mi lugar, Ada? —cuestioné forzándome a abrir los ojos y me incorporé un poco en mi cama— ¿Birmingham? ¿Tu casa? ¿Thomas? —Mi amiga volvía a suspirar—. Llevas desde anoche diciéndome que tengo que irme, aprovechándote del estado en que me encuentro porque sabes que no cedería si no estuviese medicada, como si el hecho de subirme a un tren evitara que luego regrese por mis propios medios.

—Te estoy salvando la vida —soltó mi amiga. El agotamiento se le manifestaba en el rostro—. Estoy cansada de decírtelo: no conoces a Thomas. No conoces a los Shelby. No tienes ni idea de las cosas que han... hemos hecho.

—Tú sabes todo de mí —solté. Tenía ganas de llorar—. Nos conocemos desde hace años. Comimos juntas, bebimos, reímos y lloramos. Compartimos ropa e incluso cama. Todo este tiempo tuviste la oportunidad de contarme tu historia, la historia de tu familia, y no lo hiciste, ¿y la ofendida eres tú?

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora