𝐗𝐕. 𝐓𝐞𝐧𝐭𝐚𝐫 𝐚 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞

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8 de junio de 1931

Acabo de llegar de la compañía. Estoy agotada, por lo que no me extenderé demasiado escribiendo sandeces.

Hoy me convencí de que no trabajo en una empresa familiar, sino que lo hago en un comité de brujos conocedores de todo y lo suficientemente atrevidos como para creer que poseen la potestad de indagar en asuntos ajenos, acusar de forma gratuita y ningunear con altanería.

Pensé que mi único problema este lunes, sería Lizzie Shelby, pero para mi sorpresa ella fue el dolor de cabeza menos molesto. Tuve que lidiar con el resto de la familia de Thomas, con gente que solo había visto una vez desde que tomara este empleo pero que, al parecer, me conocen mejor de lo que yo los conozco a ellos.

No sé si tal cosa tendría que preocuparme, ofenderme o mosquearme pero definitivamente no genera en mí, sentimiento agradable alguno.

Empezaré por el principio, relatando el único encuentro que desde el sábado llevaba perturbándome el sueño: mi cruce con Lizzie.

Hacía más bien poco que había arribado a las oficinas, y luego de saludar a Thomas con un beso clandestino, me dirigí hacia mi escritorio, rogando tener algo que hacer. Sabía que este lunes se me haría eterno no solo porque llevaba varias semanas sin ir a trabajar, sino porque además, estaba expectante por lo que podía llegar a acontecer. Para mi desgracia, y como era costumbre, no tenía más trabajo que organizar la agenda política de Thomas, así que, luego de notar que la semana próxima se iría a Londres nuevamente, me dediqué a mi poesía.

Estaba intentando acabar el poema que le había prometido a Thomas hacía un mes y, como si mi mente no estuviese ya de por sí lo bastante alterada, Lizzie Shelby se apareció en mi secretaría, luciendo un precioso vestido color plata que se le cernía al cuerpo espigado, hecho de una seda muy fina por lo que pude asumir.

Nuestras miradas se cruzaron. Con seguridad, la mía denotaría un millón y medio de emociones pero la suya, sin embargo, estaba inerte y apagada. Sus ojos claros y felinos se percibían opacos y al mirarme no me dejó ver ni un ápice de lo que se le paseaba por la cabeza. Pasó por enfrente mío ignorándome en su totalidad, como si yo fuese parte del mobiliario, y se introdujo en el despacho de Thomas sin golpear. Una estela de perfume inundó mi secretaría y unos celos injustificados se me instalaron en el alma: sí, yo, la amante de Thomas, estaba celosa de su esposa y temía lo que podía llegar a pasar dentro de esa oficina.

De manera irracional, tomé la resolución de ir a golpear la puerta sin excusa de ninguna clase, aun sabiendo lo que podía significar tal cosa. Me había descolado la actitud indiferente de Lizzie, ya que la tenía por una mujer pasional, y aunque mi actuar fuese el equivalente a provocar a un toro vistiendo color rojo, me acerqué a la doble puerta, víctima de la estupidez.

Justo en el momento en el que alzaba mi puño para golpear la madera caoba, la presencia de alguien más en mi secretaría me salvó de incurrir en aquel error. Al girar mi cabeza, denoté la figura del primo de Thomas, Michael.

—Buenos días, Olivia —saludó. Su semblante era serio.

—Buenos días, señor Gray —me descolocó la presencia de Michael allí, ya que hasta ese momento, jamás había visitado a Thomas en su despacho.

—¿Podría hablar con mi primo?

—Está con su esposa —dije, arreglándome la falda—. Puede esperarlo aquí si quiere.

Vi a Michael encogerse de hombros y, totalmente familiarizado con aquel sitio, se dirigió hacia la mesa en donde yo tenía la tetera y se hizo de una taza de té que se sirvió él mismo.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 | Tommy Shelby  x  OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora