VIII. DOLOR

342 52 3
                                    

Sara

Esta villa es mucho más grande de lo que pensé. En especial el área de juego donde trajeron a esa zorra. Tener un lugar así en su propia casa se puede prestar para problemas. Aunque con el poder que tiene, no tiene razón para preocuparse. Tiene herramientas meticulosamente ordenadas. Este lugar lo han debido pisar muchas personas, incluso el ambiente se percibe extremadamente pesado. Me trae tantos recuerdos y una fuerte nostalgia. He perdido la cuenta de las veces en que estas manos se han manchado de sangre. Nací con un propósito; y fue tomar el lugar de mi padre si algún día faltaba, pero no pensé que me dejaría sola tan pronto, más que sería una tonta y saldría con la estúpida idea de abandonarlo todo por un hombre, convirtiéndome en una cornuda y siendo el hazmerreír de Arturo y esta zorra. El amor te ciega, te vuelve estúpida y pendeja. Mis padres siempre me lo advirtieron, pero quise creer en sus palabras hasta el final. Definitivamente eso del amor y de hacer el papel de pendeja no es lo mío. Si por pendeja me caí, por cabrona me levanto.

—Déjenme a solas con esta mujer.

Los hombres de Quintana nos dan la privacidad que les pido. Aprovecho la oportunidad de quitarle la capucha y disfrutar de su patética expresión.

—Hasta que se me hace el milagro de tenerte nuevamente frente a frente y por última vez — agarro su cabellera, torciendo su cuello hacia atrás y chilla—. ¿La muñeca de plástico no soporta un simple halón de pelo? Ah, pero en la cama con Arturo lo soportabas como toda una perra barata. ¿Cierto?

—Yo no quise— sollozó.

—¿Qué no quisiste? ¿Cogerte a Arturo o chillar como una perra? Te advertí lo que pasaría si te metías conmigo y no tomaste el consejo. ¿Cuánto tiempo llevaban riéndose y robándome a mis espaldas?

—Yo se lo advertí a Arturo, pero él fue el de la idea y quien quiso seguir con sus planes. Todo el tiempo estuve en contra de hacerte esto.

—Fíjate que no lo vi con el revólver apuntándote en la sien en ningún momento. ¿Dónde está el dinero que me robaron?

—No lo sé. El único que sabía sobre eso era él.

—Tienes los ovarios bastante grandes como para mentirme en la cara. ¿Pretendes que crea que con el trabajo de mesera que tienes, puedes darte lujos, comprarte joyería fina como esta o este traje tan costoso que ahora vale una mierda? Mira nada más, hasta extensiones de cabello. Voy a recuperar con creces el dinero que me robaron.

Forcejeando con ella, logro tender su cuerpo bocabajo en el suelo y me subo como si de un toro bravo se tratara. Busco la ubicación exacta de las extensiones con toda la paciencia del mundo, puesto a que estoy en control. Encontrando lo que quiero, enrollo en mi mano en la extensión con parte de su cabello y procedo a halar con toda la fuerza posible, hasta quedarme con ellas colgando de la mano y oír sus espantosos gritos.

—Daria lo que fuera porque Arturo esté aquí, presenciando cómo todas tus partes serán arrancadas una a una y sintiera impotencia de no poder ayudar a su dulcinea.

—Ahora entiendo por qué Arturo quería deshacerse de ti. Estaba cansado, asqueado de estar contigo, por eso me buscaba a mí. 

Su insulto, acompañado de su llanto me pareció entretenido. 

—Hasta que al fin muestras tu verdadero rostro, cabrona. 

—Aún si me matas, eso no cambiará lo patética y repugnante que eres. Arturo jamás te amó, solo te usó para sacarte dinero. ¿Crees que alguien en su sano juicio se fijaría o sentiría algo por una gorda, marimacha como tú? 

—Esa actitud me gusta más. 

—Sé honesta, esto no lo haces por tu maldito dinero, lo haces porque estás resentida porque Arturo se casó conmigo y no contigo. Aún si me matas, ese hecho tampoco va a cambiar. 

—¿Sabes lo que sí va a cambiar? Tu voz— presioné su cabeza contra el frío pavimento y la revolqué—. Haré que me entretengas con tus gritos de dolor y desesperación — enredo otro mechón de su cabello con la extensión en mi mano y halo bruscamente en repetidas ocasiones, produciéndole el mayor dolor posible antes de arrancarlo. 

Mis manos estaban rojas y dolían un poco por la fuerza, más por su mismo cabello. Lo hice una y otra vez, hasta que pude apreciar sangre deslizarse de su cabeza hacia su cuello. No sentía mis manos, pero era más que satisfactorio escuchar sus gritos y sentir sus movimientos e intentos fallidos de quitarme de encima. Me levanté para ir a la mesa y escoger el alicate plano con la intención de ir por sus uñas, dientes y aretes, pero vi entrar a Leonel. 

—No te ensucies las manos, bizcochito. Déjale esto a tu papi.

—¿A mi papi? — reí—. Ay, cabroncito, si hasta comediante me saliste. Si que has cambiado mucho, hasta pareciera que no me conoces. Me gusta hacer las cosas por mi cuenta y más si me deben tanto. 

—Estas manitas santas no merecen ensuciarse con la sangre de esa insignificante, hedionda y repulsiva cabra —sus manos sujetan las mías repentinamente y las besa con tanto regocijo que lo miro sorprendida. 

Este hombre está actuando de una manera que me desconcierta. Cuando niño siempre fue tímido, en cambio ahora se la pasa comportándose de esa forma tan melosa.  

—Deja esas pendejadas, cabrón — me suelto de su agarre—. Estamos en algo serio. No me gusta que me estén besuqueando, ni que fuera tu mascota. No quieras pasarte de listo conmigo o vas a terminar como ella.

—Conmigo no, cabroncita — ladea la cabeza, pero no muestra enfado, sino sonríe como un idiota. 

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora