IX. ENERGÍA

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Este hombre me desconcierta con su actitud. Otro en su lugar se hubiera crecido o habría intentado algo, pero actúa como si nada. Mejor me concentro en lo que realmente importa y dejo de perder el tiempo estudiando a este tipo. A fin de cuentas, solo será una escalera para obtener lo que quiero.

—¿En qué estábamos? Ah, ya me acordé. ¿Sabías que en mi otra vida fui dentista? — juego con el alicate en la mano—. Ni pierdas el tiempo presionando la boca, pues no pienso pasar trabajo abriéndola— de un inesperado y fuerte golpe con la punta del alicate, se creó una amplia tajadura, desde su barbilla hasta la comisura del labio.

Su alarido vino acompañado de un incontrolable temblor, algo que me produjo satisfacción.

—Así es como ladran las perras — agarro su cuello, mientras lo tuerzo hacia atrás —. Me gustan tus aretes. Déjame verlos más de cerca.

Forcejea con tal de girar su rostro, pero de mi agarre no ha habido nadie que logre liberarse.

—¡Déjame en paz! — escupe sangre en el suelo.

Logro darme cuenta que uno de sus dientes estaba partido. Y eso, que no fue tan duro.

—La paz es para los muertos— presiono el arete con la punta del alicate y lo giro varias veces, hasta arrancarlo de dos tirones hacia abajo—, pero pronto te concedo el deseo.

El lóbulo de su oreja se dividió en dos, cuelga como un hermoso columpio, mientras la sangre gotea de ella, dándole color a su vestido blanco. Sus mejillas enrojecidas y húmedas es divertido. Hace mucho no me divierto tanto. Había olvidado lo que se siente tener el control en mis manos y deleitarme con el sufrimiento ajeno.

—¿Cuánto te costaron estos hermosos aretes? Debo admitir que tienes buenos gustos— arrojo el arete a otra parte—. Permíteme ver el otro.

Intenta arrastrarse, pero la atrapo con suma rapidez, hasta presionar su mejilla con mi rodilla. Tira patadas desesperadamente, mientras sus gritos se ven ahogados por mi presión. El arete estaba a mi entera disposición, por lo que aprovecho el momento y hago lo mismo. La sangre no me permitía ver bien el arete. Tras verla falta de aire, le cedo una oportunidad para que pueda hacerlo y, de paso oír su doloroso e inquietante llanto.

—Ya debes estar mejor, ¿no? Continuemos — tiendo su cuerpo boca abajo, con la cabeza de lado para que pueda respirar, pues no pienso darle el privilegio de morir tan rápido.

Me siento en su espalda del lado contrario, con tal de tener acceso a sus manos atadas.

—Tus uñas francesas lucen muy lindas. Pensaste en todo, ¿eh? 

—No más, por favor — solloza, casi inaudible. 

—¿Que siga, por favor? No sabía que eras tan impaciente. Tus deseos son órdenes. 

Aunque presiona sus manos para evitar que continúe, eso no iba a frenarme. Todo lo contrario, más fuerza me daba para dejar sus uñas a mi alcance. Uña tras uña fueron arrancadas sin piedad o remordimiento. Mis manos estaban repletas de su sangre. Desde pequeña estuve rodeada de todo esto y lo único que puedo sentir en este momento es una fuerte energía recorriendo todo mi ser. Me siento viva y renovada, como hace tiempo no me sentía. El impacto de todo lo que estaba sucediendo, más la pérdida de sangre la tiene en un estado catatónico. Volteo su cuerpo boca arriba, pero no reacciona como quería. 

—Tal parece que el veneno todavía está haciendo de las suyas—dice Leonel. 

Pellizco con fuerza su mejilla y luego el antebrazo, pero no se queja. 

—Que mala suerte. Parece que hay ciertas partes dormidas que debemos despertar. 

El olor a gasolina inundó mis fosas nasales en un solo instante y miro a Leonel. 

—Si el calor despierta hasta al más muerto, a esta la despierta porque la despierta. 

Capto su doble sentido y sonrío. Este maldito sí que ha cambiado mucho. Y saber que antes era un cobarde y bueno para nada. Me alejo, permitiendo que Leonel la arrastre por la pierna hacia las cadenas que cuelgan de la pared. Tras darme cuenta de sus intenciones, le ayudo a amarrar sus manos y mantenerlas elevadas. Su teatro se acabó en ese momento, pues al encontrarse amarrada de esa forma, tiró varias paradas seguidas y nos miró a los dos. Leonel vacía el galón de gasolina por encima de ella y se sacude con desespero. Nos mantenemos a una distancia prudente, observando el panorama, cuando de pronto me extiende un cigarrillo de la misma marca que me gusta. 

—Tal parece que tenemos más en común de lo que creí — lo presiono entre mis labios y sonríe.

—¿Todavía lo dudas, bizcochito? — enciende el cigarrillo y me doy cuenta que en el encendedor también tiene el mismo león de su cadena. 

Ella forcejea con las cadenas, pero sus esfuerzos son en vano. 

—Tendrás una ardiente y apasionada luna de miel, ¿a qué no te lo esperabas, cabrita? — Leonel ríe y me contagia con su escandalosa risa. 

—¿Qué se siente al estar a punto de viajar?

—Te diré dónde está el dinero, pero déjame ir, por favor — ruega en lágrimas. 

—No me interesa ese dinero, pues puedo multiplicarlo y multiplicarlo. Me temo que ya es muy tarde para querer usar eso a tu favor— aspiro el humo por unos instantes, mientras la observo detenidamente y luego lo expulso—. Así que hasta que la muerte los separe, ¿eh? Tu deber como esposa es seguir a tu marido a dónde quiera que vaya. Mi regalo de boda para ustedes, es unirlos para siempre, pero nadie dijo que sería en el mundo de los vivos — arrojo el cigarrillo a su traje, provocando que el fuego se alimente de la gasolina que se impregnó a el y se propague con suma facilidad. 

Solo observo de lejos cómo sus gritos y descontrolables movimientos poco a poco cesan, hasta que solo se escucha el fuego apoderarse de todo a su paso. Ambos debían arder luego de lo que me hicieron. El dinero se puede recuperar, pero el tiempo perdido no.

—Puedes quedarte aquí por hoy. 

—Gracias por el ofrecimiento, pero debo irme. Si aún quieres que hagamos negocios, vamos a reunirnos pasado mañana. 

—Muy bien. Espero no me falles y desaparezcas. 

—Si esos fueran mis planes, hace rato hubiera desaparecido. Eso sí, quisiera pedirte un pequeño favor. ¿Podrías prestarme un auto? Pasado mañana te lo regreso. 

—Puedes quedarte con el. 

—No me gusta estar en deuda. Te lo devolveré. Gracias por el regalito. Es una lastima que no pude disfrutarlo por más tiempo. 

—Tendrás más regalitos a tus pies muy pronto, mamacita. 

Me trae a su garaje, presumiendo la cantidad de autos que tiene. Escojo el menos llamativo y costoso, pues solo es prestado y no pienso tomarme el riesgo de endeudarme por algún daño que pueda ocasionarle debido a mi mala suerte. 

—No me olvides y tampoco faltes a nuestra cita, bizcochito. 

—Un papacito como tú nunca se olvida — le hago un guiño, antes de acelerar y mirarlo por el retrovisor. 

Manejé por unas cuántas horas hasta la casa de mi madre a las afueras de la ciudad. Hace tiempo no venía a verla, por lo que decidí regresar. Además de que quiero ponerla al tanto de que planeo regresar al negocio. Esta hacienda es la que nos dejó mi papá, extrañaba tanto venir aquí. Saludo a los empleados y les pregunto por mi madre. 

—Está cazando, señorita. 

—¿A esta hora? 

Camino despacio, viendo los alrededores y recordando todo lo que vivimos aquí, cuando aún mi padre estaba vivo. Que nostálgico. Mi madre se voltea hacia mí con el rifle de caza y me apunta. 

—Eres una perra ingrata. Parece que un pene  y dos testículos valen más que tu madre, cabrona. 

Por lo visto, sigue igual que siempre. 

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora