XXI. TODO LO QUE TENGO

306 48 7
                                    

—Escuchemos lo que tiene que decir mi esposa al respecto — me quitó la mordaza y miré al supuesto juez.

—Este hombre está loco. ¡Esto es ilegal! Está consciente de que ese desquiciado está haciendo esto en contra de mi propia voluntad, así que su deber es detener esto.

—¿Ha escuchado lo mismo que yo, Sr. Juez? Eso ha sido un sí, ¿verdad?

—Sí, señor.

—No nos haga esperar más. Ya ve que mi mujer está impaciente y quiere que nos case de una. Evitemos perder el tiempo en palabrerías y ponga su huella dactilar en nuestro certificado de matrimonio. Para eso lo llamé, así que haz bien tu trabajo.

—De inmediato, señor— sacó unos documentos de su maletín, como que ya tenía todo preparado de antemano este hijo de perra.

—¡No escuche a este demente! Como se atreva a poner eso en mi dedo, no solo lo mataré a usted, sino a toda su familia. ¡¿Me oyes, hijo de perra?!

—Prosiga, por favor — pidió Leonel.

Leonel sujetó mi muñeca, en especial mi dedo para que pudiera ese maldito tomar mi huella dactilar y plasmarla en esos documentos.

—Procura que no me suelte y recupere mis fuerzas, porque voy a quebrarte cada hueso y te voy a arrojar a los tiburones para que de ti no quede ningún rastro, Leonel Quintana. Esta sí me la pagas, cabrón.

—Qué rica te ves así furiosa. Como que estás recuperando la fuerza ya, mamacita. ¿Es que acaso te estás preparando para tener nuestra luna de miel? Hagamos una cosa; ahora que estamos aquí reunidos y con el juez presente, ¿por qué no le demostramos lo mucho que me amas? — descansó su frente sobre la mía y aproveché ese descuido en que me soltó la muñeca, para responderle con un puño en la mejilla.

Mi cuerpo está despertando. Este es el momento de intentar algo.

—¿La tomaste? — frotó su mejilla y se levantó de la cama.

El juez tenía una cámara en la mano, estaba tan concentrada con Leonel, que ni siquiera me había dado cuenta del momento en que la sacó.

—Es la primera foto que nos tiran juntos, mi diosa. ¿A poco no quedamos bien guapos? — me mostró la cámara con la foto desde lejos, pero no se podía apreciar bien.

Maldita basura. Por lo visto, todo, absolutamente todo estaba planeado por esa lacra.

—Quiero el certificado oficial mañana mismo. Esta foto me la envías. La quiero en mis manos ya. Joder, qué bien se siente casarse. Hasta el corazón se me quiere salir del pechito. Ay, mi Sarita. Si me sigues acelerando el corazón así, harás que me muera antes de llegar a viejo, cabrona— sacó su cadena en forma de león y la llevó a su nariz.

El juez y yo nos quedamos viendo el pase que se dio de cocaína como si nada. Sacudió su nariz y le ofreció al juez.

—No. Muchas gracias, pero paso.

—Mañana a primera hora quiero todo esto. Ahora vete, debo arreglar unas cositas con mi esposa.

El juez recogió a toda prisa los documentos en su maletín y se despidió de Leonel antes de irse.

—¡Yo no soy tu esposa!

—Tengo formas de demostrar lo contrario a lo que esa rica boca dice.

—¿Qué ganas haciendo esto? En el momento que tenga, iré a quemar esa basura de papeles.

—Cuando eso suceda, ya tendré la casa forrada con nuestra primera foto juntos y con el certificado de matrimonio.

—Si querías humillarme cobardemente ya lo hiciste, ¿por qué no me sueltas?

Pensé que estaría perdiendo el tiempo al pedirle eso, pero no fue así. Extrañamente me quitó las esposas y no dudé ni un solo instante en atraerlo a mí por el cuello de su camisa y arrojarlo contra la cama.

—¿Te divertiste humillándome? Pues ahora me toca a mí, cabrón— arranqué los botones de su camisa, en busca de encontrar algún defecto que pudiera encontrar en él, con el cual desquitarme, pero sin camisa no vi material negativo para atacarlo.

Así no es como de debían ser las cosas. ¿Por qué me estoy comportando de esta manera? Quité su cinturón y bajé el cierre de su pantalón, pero aunque mis intenciones eran darle por dónde más le duele a un hombre, fui yo quien salió asombrada. Era un hombre cobarde, estúpido y repugnante, pero no sabía que cargaba con semejante paquete entre las piernas. ¿Qué estoy pensando? Debo estar bien drogada todavía. Esta no soy yo. Se supone que si tenía una oportunidad de soltarme, iba a vengarme de él, pero mírame, aquí estoy, sobre él y desnudándolo como si estuviera en busca de otra cosa o deseara verlo. ¿Qué estoy haciendo con mi maldita vida? Este tipo que tienes debajo de ti es una escoria, un maldito que te humilló como quiso, que te hizo todas esas cosas extrañas y para completar acaba de obligarte a casar con él. Tengo que despertar de esta pesadilla cuanto antes o voy a enloquecer. Aunque estaba consciente de eso, mi cuerpo estaba actuando totalmente distinto. No puedo sacar de mi cabeza lo que ocurrió en ese baño. ¿Qué demonios le hizo a mi cabeza para que esté así?

—Ahora que lo pienso; echaste a perder el polvo que estaba a punto de tener luego de un largo tiempo a dieta. Es una falta de respeto. Esa boquita que habla mucha basura, es la misma que debería ocuparse de satisfacerme. A fin de cuentas, para eso únicamente sirven los hombres como tú, para darles una buena probadita y mandarlos directitos al infierno.

En sus labios se ensanchó una media sonrisa.

—Usame todo lo que quieras, bizcochito. Para eso nos casamos, ¿no? Tú me das todo lo que tienes y yo te doy lo que tengo.

Con que todo lo que tiene, ¿eh? Bajé la mirada e instintivamente humedeci mis labios. Supongo que, aunque sea solo una vez no está mal, ¿o sí? Merezco cenar luego de haber pasado tanta hambre. Ya luego que debido al cansancio se duerma, será mi oportunidad de hacerle pagar todo con creces.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora