XXVII. LOCURA

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Leonel comenzó ofreciendo cincuenta cabezas, pero había más interesados en ella. La cifra fue aumentando y aumentando, hasta llegar al millón. Pensé que Leonel iba a rendirse, pero terminó ganando la subasta. Por lo visto, ese Leoncito se ha vuelto muy fácil de manipular.

—Espero obtener una buena recompensa por haber invertido tanto pinche billete en una vieja. 

—No te puse un revolver en la cabeza para que lo hicieras. Dijiste que estabas para cumplir cualquier capricho que tuviera. Digamos que estaba probando cuán cierto era. Además, ¿por qué te preocupa tanto el billete? ¿No puedes duplicar esa cifra? 

—Mis billetes son tuyos también, mamacita, pero es para que lo gastes en ti, dándote tus gustitos, no invirtiendo en una vieja que todavía no sabes si vaya a ceder y trabajar para ti. 

—Cede porque cede. ¿Aún puedes dudar de mis capacidades y habilidades? 

Leonel hizo una llamada para que le trajeran la cantidad que ofreció. Esa joven no era la única. Mientras estuvimos ahí, subastaron a más de diez niñas de la misma edad. Los hombres caen redonditos cuando ven carne fresca y de calidad. 

Nuestra noche estuvo tranquila. Nos tomamos unas copas de champagne para celebrar. Luego nos detuvimos a cenar en un restaurante. La chica no vino con nosotros, ni siquiera la vi luego de que Leonel pagó por ella.

—¿Y la chica? 

—La verás mañana. Ahora tú y yo tenemos algo pendiente. 

—¿A dónde la enviaste? 

—A un lugar tranquilo donde tendrá la noche para meditar. Necesita refrescar la cabeza un poco. Como dicen por ahí; cabeza fría, pensamientos claros. No pensaste que la llevaría directamente a nuestro hogar, ¿verdad? 

—No. Sería una estupidez hacer algo así. 

—No pienses en esa yegua y concéntrate en tu marido. 

Luego de cenar, conversar y tomar unos cuantos tragos, regresamos a su villa. La ropa estaba estorbando. No se supone que me haya dejado llevar de nuevo, pero por lo visto, este cabrón me hace caer una y otra vez. Su poder de convencimiento es muy bueno. Además de que con lo bueno que está, sería un desperdicio no darse el gusto mientras se pueda. 

Desperté y me di cuenta de que todavía no había amanecido. Mi cuerpo estaba hecho mierda de nuevo. Ese animal se desquitó como quiso. No me quejo, porque realmente disfruté al máximo de las veces que toqué el cielo en sus manos. Aún no se me han quitado las marcas que me dejó la otra noche y ya hoy ha añadido más. Él estaba tendido a mi lado todavía. Me levanté sigilosamente y me quedé observando su cabello suelto y ese fuerte pecho en el que descansé tanto. Ha bajado mucho la guardia conmigo. Podría matarlo mientras duerme si quisiera. 

Me puse la bata por encima para salir de la habitación. Me disponía a ir a la cocina para hidratarme un poco. Estaba muerta de sed y me dolía la garganta de todo lo que grité. Todo estaba muy silencioso y oscuro. Ni siquiera habían empleados dentro. Es muy extraño. 

Luego de tomarme el vaso de agua, caminé hacia las escaleras, pero me llamó la atención una habitación al final del pasillo que tenía la puerta entreabierta. Aunque no suelo ser curiosa todo el tiempo, esta vez no pude controlarlo. Me aseguré de no oír ninguna voz dentro antes de intentar abrirla por completo. Solo bastó un segundo para arrepentirme de haberlo hecho. Me quedé helada al ver lo que había en esa habitación. En ella se encontraba un cadáver momificado, vistiendo un traje de color negro detrás de una vitrina en cristal. Pareciera una especie de altar, muy familiar a lo que preparó para mí aquella noche. La habitación estaba llena de velas blancas y negras, aromatizantes, pequeños frascos sin etiquetas, amuletos, muñecos extraños y flores; muchas flores frescas. Al cadáver le hacía falta un brazo. No fue hasta que me acerqué, que pude reconocer el rostro, o más bien lo que quedaba de este. Estaba segura de que era la sirvienta y madre de Leonel. Ese rostro jamás podría olvidarlo. No sabía que ella había muerto. Esto es más que enfermizo. Esto es una locura. Debo salir de aquí inmediatamente.

—¿Te has perdido, bizcochito?

Oír su voz detrás de mí me produjo un escalofrío en mi espina dorsal. 

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora