XLII. MASOQUISTA

219 46 2
                                    

—¿Qué le ha pasado a mi Sarita? ¿Por qué no estás defendiéndote o insultándome como solías hacer? ¿Acaso ya me aceptaste?

—Ni en tus sueños.

—Debo confesarte que he desbloqueado una nueva fantasía. Te ves tan pura e inocente vistiendo este traje blanco, que ya te veo de rodillas, rezándole a tu único santo.

—Tu imaginación está bien podrida.

—No importa lo que te pongas, siempre me derrites.

—Déjame tranquila, estúpido — me escabullí velozmente de sus ataques—. No existe peor castigo que tener que oírte decir esas pendejadas.

—Ay, mi Sarita. A ti no te soy tan indiferente. Te has vuelto tan pésima para mentir y disimular. Te pone caliente que te hable así. Esa es tu debilidad. De esa manera es que únicamente llegas al cielo.

—Te conviene matarme ahora que puedes, porque en el momento que tenga oportunidad de vengarme de ti, lo haré sin pensarlo.

—Supongo que ya podemos quitarnos las máscaras. Me parece que nos habíamos tardado mucho. Veamos, ¿por dónde gustas que comience? Ah, ya sé, ¿en cómo pude rebanar a tu padre con suma facilidad?

—Voy a aniquilarte, hijo de puta— apreté mis puños, sintiendo esa furia recorrer por mis venas.

—Sí, sí. Claro que sí. Todo en la vida se puede lograr, mientras seas persistente y no te quites. No sé si es idea mía, pero me pareció que te esforzaste demasiado tratando de matarme que hasta se te agotaron las ideas. Siempre te he considerado una mujer astuta, con buenos planes y frescas ideas, pero fallaste conmigo. Te veías bien determinada en acabar conmigo. No sabes cómo disfruté de verte fracasar en cada plan. Esa amarga expresión, la forma en que tragabas forzosamente y procesabas el fracaso y cómo disfrazabas tu odio con una sonrisa, me ponía bien cachondo.

—¡Cállate, cabrón!

—A veces la vida tiene una forma muy loca de castigarte— suspiró—. Con todo lo que me has hecho, se suponía que debía odiarte o desear verte muerta, pero mírame, protegiendo a una mujer que ha sido tan malagradecida. Te lo he dado todo. He cumplido cada capricho que se te ha sembrado en la cabeza. Deposité mi confianza en ti, aun sabiendo que eras de armas tomar e impredecible, y que en el momento que menos lo esperara, serías capaz de apuñalarme por la espalda. ¿Qué serías tú sin mi? Nadie, Sarita. Estarías encerrada en la cárcel todavía. Gracias a mí es que pudiste sobrevivir allá dentro y salir a la calle de nuevo. Todo el poder que tienes ahora, me lo debes a mí. Y no, no te lo estoy sacando en cara, solo quiero recordártelo por si lo has olvidado. Soy tan masoquista que incluso si tuviera la oportunidad de devolver el tiempo, sería capaz de bajarte la luna y las estrellas si me lo pides. Me he tragado el orgullo porque te amo un chorro, Sara. Pero ¿tú qué? ¿En algún momento podrás tragarte ese pinche orgullo que te cargas, cabrona? A pesar de tu indiferencia, de tu odio y tu traición, este corazoncito todavía se empeña en seguir latiendo por ti.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora