XXXVII. VENENO

212 47 3
                                    

Mi madre se ha quedado conmigo en todo momento. Luego de esa conversación, las cosas no han vuelto a ser iguales entre las dos. Odio tener que admitir que me equivoqué. No tiene caso arrepentirme ahora; ya lo hecho, hecho está. Lo único que me queda es cumplir con lo que acordamos. 

Me mantuve descansando, pues aún tenía dolor. La enfermera fue quien nos avisó de que podía ir a ver al bebé. Lo pensé mucho, la verdad es que no quería darle la cara, pero no tuve más remedio. Lo visité en la incubadora en donde lo tenían acostado. Había varias madres visitando a sus hijos; algunas llorando, otras llenas de vida y felices. Dentro de mí lo único que podía sentir era un vacío intenso. Un dolor que no se me quitaba en ningún instante.

Era hermoso; parecía un ángel. Tan pequeño, tan frágil, tan puro. Todo lo contrario de mí. ¿Cómo pudo salir algo tan hermoso y divino de mis entrañas?

Haberlo visto dolió más de lo que creí. Sus puños estaban cerrados, como también sus ojos. Su barriga se movía a la misma velocidad que su respiración.

—No sé qué se supone que te diga. Esas mujeres parecen estar muy alegres, conversando con sus retoños, mientras que yo estoy aquí, sin saber qué demonios decirte y sintiéndome como una basura. ¿Por qué te has empeñado en venir tan pronto? Tú no merecías tener una madre como yo. Merecías tener algo mejor. Maldición, sabía que si lograba verte, iba a sentirme muy mal. Me siento tan jodidamente culpable, tan mala persona por haber deseado que no nacieras. Tengo muchos sentimientos encontrados ahora, pero te juro que no te odio. La cosa no es contigo, es con tu papá. Solo espero que en el futuro no te parezcas en nada a él. Merezco ser castigada, pero prefiero ser torturada de todas las formas habidas y por haber, que tener que recordar a ese infeliz. Te pido perdón, no solo por lo que te he hecho, sino por lo que me falta por hacer. No se puede sufrir por lo que no conoces, así que en esa parte digamos que te estoy ayudando. Evitaré que sufras en un futuro. Te lo prometo.

—¿Ha decidido el nombre del bebé, señora? Es para guardarlo en el registro.

—¿Su nombre?

—Sí.

No he pensado en el nombre. No he tenido tiempo para hacerlo. El primero que se me pasó por la mente fue el segundo nombre de mi padre, el cual siempre lo consideré bonito.

—Su nombre será Logan, señorita.

Desaparecí por un tiempo con mi mamá, al menos mientras le daban de alta al bebé y descansaba. Mis senos estaban muy sensitivos y dolían mucho. No sé cómo le haré para extraer la leche de ellos, y más ahora que regresaré a la casa de ese infeliz. Debo hacer las cosas bien, no puedo cometer ni un solo error.

Me he comunicado con él en varias ocasiones y solo me ha preguntado cuando regreso, y ya no sé qué más excusas darle. Por eso me vi en la obligación de regresar o estaré levantando sospechas. Además de que no puedo abandonar por mucho tiempo el negocio.

No esperaba que me recibiera con una fiesta y con tanto escándalo.

—Hasta que al fin llegas, mamasita. Hasta pensé que se te había perdido la casa.

No pensé que volver a verlo iba a ser tan difícil. Su descaro es lo que más me irritó, pero no puedo perder el control. Debo actuar silenciosamente.

—Tengo mis cosas que hacer. ¿Cuándo te he reclamado que abandones la casa para atender tus negocios?

—No sabes lo mucho que este pechito te ha echado de menos. Me has abandonado por mucho tiempo, así que espero que me consientas — atrajo mi cuerpo al suyo, apretando mi trasero entre sus manos.

Consentirlo, ¿eh? Por supuesto que voy a consentirlo. Más pronto de lo que se imagina.

—¿Así que has preparado esta fiesta de bienvenida para mí?

—Claro que sí. Tenemos que celebrar el regreso de mi mujer. Hay carne asada. ¿Te animas?

Por mi mente se cruzaron las fotos y presioné mis puños. Qué ganas de acabarlo en este instante.

—¿Por qué me miras así, mi Sarita?

—Iré a cambiarme de ropa. Ya regreso.

Me aparté de él, porque realmente necesitaba hacerlo o perdería por completo el control. Cuando logré calmarme, pude unirme a la dichosa fiesta. Es una buena oportunidad. Si algo le sucede a Leonel, nadie podría implicarme. Me senté en la mesa del medio y serví dos copas de tequila, dejando caer intencionalmente la pastilla en la suya y esperando que se pudiera diluir. Serví una poca cantidad para que no fuera tan evidente. Él estaba conversando con uno de sus hombres no tan distante de la mesa. Esa droga no dejará rastros. Media dosis es capaz de paralizar a un caballo, imagina lo que haría una dosis completa en el sistema de una persona. Lo más impresionante de ella es lo silenciosa que actúa. Los síntomas no surgen al momento, pero ya cuando esté en tu sistema, no hay lavado de estómago que pueda revocar el daño, ni cuerpo que lo aguante.

Al cabo de unos minutos, se unió a la mesa conmigo e hice de cuenta que estaba tomando de mi copa. Su mano acarició mi muslo por debajo de la mesa y solo para evitar que continuara, le serví un poco más de tequila en su copa.

—Quiero hacer un brindis — le extendí la copa y no dudó en tomarla en sus manos.

—¿Mi mujer quiere hacer un brindis conmigo? — preguntó en voz alta, atrayendo la atención de todos—. Claro que sí, mamacita — se levantó de la mesa, entrelazando nuestras manos y acercando su copa a mis labios, cuando se supone que haya sido al revés—. Brindemos, mi Sarita hermosa. Por nuestro compromiso eterno— en sus labios se reflejó una media sonrisa.

Es imposible que se haya dado cuenta, tal vez me estaba poniendo a prueba. Era evidente que no podía tomar de esa copa.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora