XIX. ATADURA

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No sé quién está más loco, si él por tener esta habitación repleta de fotos mías, o yo por sentirme halagada, importante y orgullosa. Jamás nadie me había admirado de esta manera. 

—¿Verdaderamente no me conoces, mi Sarita?

—Creí que eso ya lo habíamos hablado.

—¿Y tú sí lo creíste?

—En pocas palabras, ¿estás insinuando que no eras ese amigo de Polaco y que eres otra persona?

—¿Así que no lo habías notado?

—¿Quién eres?

—Hasta la pregunta ofende.

—¿Tienes una idea de la cantidad de hombres que han pasado por mi vida? No tengo la capacidad de acordarme de todos.

—Entre todos ellos, ¿no hubo alguien especial? No lo sé, tal vez alguno al que hayas marcado de por vida.

—Este juego de adivinanzas no va conmigo.

¿Marcado de por vida? Espera, ¿podría ser…?

Entre las empleadas de la casa de mi papá había un niño que llamaba mucho la atención por ser tan poco agraciado, obeso y pobre. Mi padre aceptó que se quedara en la casa porque esa señora le rogó en lágrimas que le permitiera tenerlo con ella y quedaron en que a cambio él debía ayudar a su madre en los quehaceres. Siempre andaba en juntilla con Polaco y otros tres más, quienes éramos como uña y mugre. Además de que mi papá los trataba como si fueran parte de la familia; algo así como mis hermanos. Fuimos odiados por la gran parte de empleados de la casa, como también por la gente de fuera, pues solíamos ser candela, hacer travesuras, humillar a todo el mundo y robar solo por puro gusto y placer. Entre esas personas que humillé, estaba ese niño. No aceptaba el hecho de que mi padre hubiera tomado esa decisión, tal vez por eso arremetí tantas veces contra él. Le hice pasar vergüenzas delante de todos, culpándolo de robar una joya muy preciada de mi madre, algo que desató la furia de mi papá y lo humilló también ante todos, aunque nunca lo echó de la casa como esperaba. Para vigilarlo más de cerca, mi papá decidió entrenarlo arduamente para que se convirtiera en uno más de nosotros, pero siempre le hicimos la vida imposible. A pesar de todo eso, ese niño siempre me buscaba la vuelta y hacía todo lo que dijera sin protesta. Era tan idiota que incluso una noche le pedí que nos viéramos en la terraza de la casa y no se atrevió a dejarme esperando. Aunque solo planeaba hacerle una maldad, o más bien provocarle un pequeño accidente, el tiro me salió por la culata. Había fingido interés en él, incluso traté de supuestamente seducirlo, pero no contaba con que mis amigos se hubieran adelantado a colocar varios clavos en las barandas y esparcido detergente en el suelo, lo que provocó que ambos resbaláramos. Ese niño se aferró a la baranda y, a pesar del dolor que debió eso provocarle, no soltó mi mano hasta que llegó uno de mis amigos a socorrernos. Intenté mantenerme distante de ese niño luego de ese incidente. No es como que haya cambiado la forma de verlo, pero sí me sentía un poco mal el molestarlo después que soportó tanto dolor con tal de salvarme. Fue el primer varón, aparte de mi papá, que admiré por su forma de ser. Mi orgullo nunca me permitió agradecerle, además de que hubiera muerto de pena si algo así hubiese sucedido. Incluso si confirma ahora que era ese niño, no sabría qué hacer o decir, pues luego de ese incidente no nos dirigimos palabra alguna.

—¿Acaso eres tú Eugenio?

Mi pregunta le provocó una sonrisa.

—Leonel, mamacita —aclaró. 

—Eso explicaría el que tengas fotos mías de niña. No había nadie más cercano, pues los demás están muertos. Definitivamente la vida te ha premiado y el cirujano ha hecho un gran milagro.

—Este cuerpecito y este rostro no tiene ni una sola cirugía.

—¿Cómo le hiciste? Había mucho trabajo para hacer contigo.

—¿No harás nada? Estoy esperando que me apuntes con ese rifle en la cabeza. No soportas fallar, y hace mucho tiempo lo hiciste al no poder sacarme del camino como querías. ¿No era eso una prueba para demostrarte a ti misma de qué eras capaz en aquel entonces?

—Eso no es cierto.

—Supongo que ahora quedamos a mano, ¿no?

—Tú fuiste mucho más lejos. Ahora dime, ¿es esto una especie de reclamo? ¿O acaso estás buscando la forma de vengarte? Eso explicaría claramente lo que sucedió hoy.

—No te equivoques, mi Sarita. Si quisiera vengarme de ti, ya hubiera podido hacerlo. Es más, ya tendría tu cabeza como una especie de decoración o trofeo en esta habitación. He podido comprobar dos cosas hoy; la primera, que no has cambiado ni un poco, sigues siendo esa misma niña. La segunda, que puedo confiar en ti, porque no me defraudaste. Confié hasta el último momento en ti; en tu capacidad e inteligencia. Sabía que podrías salir de esta, por eso preparé todo esto. ¿Por qué me miras así? ¿Estás decepcionada de saber quién soy?

Por alguna razón, tuve un ligero desbalance y una pesadez se apoderó de mi cabeza y mis párpados. Tenía la sensación de oír los latidos de mi corazón en los oídos. Mis acciones eran muy lentas, tan lentas que pudo desarmarme sin dificultad y arrojar el rifle fuera de la habitación. Traté de apoyarme en la puerta, pero Leonel engulló mi cuerpo en un fuerte abrazo. Maldición, he bajado por completo la guardia. 

—¿Qué demonios me hiciste? — pregunté con un hilo de voz. 

—Te lo dije, pero al parecer no lo entendiste. Una diosa no puede abandonar su altar como si nada. 

—¿Así que realmente piensas vengarte por lo que te hice? Eres un vil mentiroso.

—Olvidé que soy tan desagradable ante tus ojos, que esto debes verlo como un cruel castigo— su voz se escuchó algo ronca, como si un nudo se hubiese formado en su garganta—. Entonces voy a castigarte, atándote eternamente a mí, mi bizcochito.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora