XLVI. FINAL

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—¡Así me gusta, carajo! — se levantó tan abruptamente de la cama con el niño que me asusté. 

—No grites de esa forma. Asustas al niño. 

—Papi tiene que hablar unas cosas con tu mami. 

—¿A dónde lo llevas? 

—¡Sonia! — le gritó a la empleada y ella en segundos apareció en la puerta—. Lleva a mi hijo a su habitación y quédate con él en todo momento. No me le quites los ojos de encima. 

—Sí, señor — ella tomó a mi hijo en sus brazos, algo que no me agradó del todo y salió de la habitación. 

Leonel cerró la puerta y se acercó tan apresuradamente que no dejé de mirarlo. 

—¿Qué te pasa? ¿Por qué te estás comportando como si fueras un niño de primaria? 

—Venga para acá, cabrona — me levantó en sus brazos y me tiró sobre la cama, acomodándose entre mis piernas sin pensarlo dos veces—. Aquí me tienes de nuevo con el rabo entre las patas, babeando y no solo de la boca — sonrió como un mismo descarado—. Ay, Sarita. Mira nada más cómo me pones — se adueñó de mis labios, adentrando su lengua en mi boca y todo mi cuerpo vibró como hace mucho—. Has estado esperando por mí, ¿verdad? — lamió mi cuello y su barba me hizo cosquillas—. Ay, mi bizcochito. Prepárate para mí, porque esta vez te haré unos cuatro chamacos más— mordió mi mentón y gemi. 

Es tan descarado, pero cómo me enciende a una velocidad inaudita. No puedo esperar a tenerlo dentro de mí. 

Al día siguiente, me preparé mentalmente para lo que me esperaba. Es muy probable que mi madre quiera evitar a toda costa contarme la verdad, por eso estoy dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias. Odio las mentiras, y mi ella está llena de ellas. La visité en el almacén donde Leonel la tenía y la vi sentada en una silla, amarrada de manos y piernas. Tan pronto me vio, comenzó a moverse de un lado para otro para que le quitara la mordaza. 

—¿Qué tienes, mamá? ¿Por qué estás tan nerviosa?

—¡Dime que has matado a ese infeliz! — escupió sangre en el suelo y la miré detenidamente. 

—¿Por qué tanto afán? 

—Ese hombre tiene a mi nieto. ¿Lo recuperaste?

—Querrás decir, tiene a su hijo. Considero que tiene todo el derecho de estar con él. 

—Tú sabías que estaba vivo, ¿verdad? Me hiciste creer que lo habías matado. 

—Habla, desahógate y cuéntame la razón por la cual quieres a Leonel muerto. ¿Te hizo algo? 

—¿A ti qué es lo que te sucede, Sara? 

—¿A mí? Pensé que lo sabrías tú. Digo, como dices saberlo todo. 

—¿Hablaste con ese tipo? 

—Sí. Y fíjate que me contó muchas cosas interesantes y curiosas; cosas que me encantaría oír de tu boca — tomé otra silla y me senté del lado contrario para enfrentarla—. Dime, ¿cuándo pensabas contarme que el hombre que he visto como mi padre, en realidad nunca lo ha sido? 

Su rostro palideció y parpadeó varias veces corridas. 

—Quítame estas sogas, Sara. ¡Suéltame ya!

—Esta vez quién da las órdenes soy yo. Fíjate que no pienso soltarte hasta que sueltes todo. 

—Ese tipo te ha transformado. Jamás te atreverías a hablarle así a tu madre. 

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora