XXXII. SORPRESA

189 47 2
                                    

Desde la muerte de Manuel, los negocios han ido floreciendo como por arte de magia, cuando creí que sería todo lo contrario. Por fortuna, nadie ha intentado venir por mi cabeza.

Con Leonel de mi lado, he podido sacar provecho en todos los aspectos. Ambos nos lucramos de esta asociación, sin embargo, no pueden existir dos jueyes machos y poderosos en este mundo. Más pronto de lo que canta un gallo, no necesitaré más de él y podré liberarme de esa debilidad que tan amargamente bien me hace.

Ese hombre es difícil de manejar. Es muy astuto y precavido. Duerme con un ojo abierto y el otro cerrado. Hemos estado viviendo bajo el mismo techo por bastante tiempo, aunque es muy poco lo que nos vemos, pues ambos tenemos nuestros asuntos que atender.

Mi madre no sabe que estoy casada con Leonel, ni mucho menos que estoy viviendo con él. No creo que falte mucho para que se entere, pues ella tonta no es.

Mi madre, por su parte, se ha encargado de manejar las entradas y salidas del puerto a la Isla Escondida. Con cada método que hemos entrado al mercado, ha hecho mucho más fácil la producción y ha mejorado favorablemente las demandas. Innovar, esa es la clave del éxito.

He ido creando mi propio ejército, en base a mis normas y seguridad. Aunque puedo cuidarme sola, debo estar preparada para todo; especialmente ahora que los chismes vuelan muy rápido y la envidia carcome el alma. Así es este negocio, un pequeño descuido y no vives para contarlo.

Cumplí con lo que le prometí a Marcela. Estaba en deuda con ella, no solo por la oportunidad que me dio en aquel entonces de trabajar, sino por ser tan especial. Ella es como una madre para mí. Ha demostrado lo leal y confiable que puede llegar a ser. Como muestra de mi gratitud, le pagué a un arquitecto para que hiciera un bar de ensueño justo a su medida. No iba a dejar a mis excompañeras en la calle, porque sé que han tenido que pasar las verdes y las maduras. El trabajo en la barra es lo que las mantiene bien y a sus familias. Sé perfectamente lo que es no tener nada. Lo viví en carne propia cuando madrugaron a mi padre. Mientras pueda hacer algo por ellas, lo seguiré haciendo.

Me he estado sintiendo muy extraña últimamente. No sé si estoy padeciendo de anemia o si el cuerpo me está pasando factura por no descansar bien. Cada vez estoy con mareos y mis energías se drenan fácilmente. Había estado tenido una buena condición física, pues ¿cómo no iba a estarlo, si Leonel cuando dice taladrar, le hace honor a su sobrenombre? Es solo que últimamente en el sexo termino extremadamente agotada y con dolores pélvicos, parecieran calambres.

Mi preocupación ha sido tanta que tuve que asistir al doctor para que me evaluara. Luego de varios análisis y radiografías, por fin pude ver de nuevo al médico.

—Soy muy joven todavía para estar pasando por achaques, doctor.

—No me cabe duda — acomodó sus espejuelos y sonrió—. Hemos encontrado la raíz de su problema.

—¿Me voy a morir?

—No, para nada. Bueno, tal vez de la emoción.

—¿Emoción?

—Felicitaciones, va a ser usted mamá.

Casi me reviento de la silla al escucharlo. Hasta los ovarios se me subieron a la garganta y casi me ahogo con ellos.

—¿Qué? Pero ¿cómo? yo me he estado protegiendo. No creo que esto haya sido por obra del espíritu Santo. Además, he tenido mi período regularmente. Esto debe ser un error. Hágame otros análisis. Esos están mal, créame.

Por mi insistencia, decidió realizarme un ultrasonido. Su silencio me estaba matando por dentro.

—Dejándome llevar por lo que estoy viendo y las medidas, todo cuadra a que el tiempo de gestación debe ser de aproximadamente unos siete meses. ¿Verdaderamente no tuvo ningún síntoma de alerta?

—Eso no puede ser. Yo no he sentido nada, aparte del cansancio y dolores pélvicos.

—¿Ni siquiera el evidente aumento repentino de peso?

—Estoy gorda, ¿es usted ciego? No me tiene que restregar en la cara mi sobrepeso.

—Estas cosas pueden ocurrir más frecuentemente de lo que usted cree.

—Maldición. ¿Qué se supone que haga? Yo no puedo tener este bebé. Y mucho menos con ese loco. ¿Hay algo que se pueda hacer, doctor?

—Con lo avanzado que está el embarazo, me temo que es imposible.

Esto no me puede estar pasando a mí. ¿Qué demonios hice para merecer esto? Para acabar de completar, la mente misma me trae a colación todo lo malo que me he hecho. No hace falta que me ayudes, cerebro.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora