XXIV. CALOR

299 49 6
                                    

Al menos ahora conozco una forma de hacerlo enojar.

Comimos en silencio, aunque me tenía incómoda el hecho de que tan pronto terminó, puso los codos sobre la mesa y descansó la cabeza en sus nudillos, mirándome fijamente con una expresión muy tonta e irritante en su rostro.

—¿Qué hay con esa estúpida sonrisa? ¿No tienes otro lugar a dónde mirar?

—No — respondió automáticamente, como si hubiera sabido que le preguntaría—. ¿Hay algo malo en admirar a mi bella esposa?

—Deja de usar ese término. En la oportunidad que tenga, pienso destruir esos dichosos papeles.

—Podrás desaparecer el certificado, matar al juez, hacer una pataleta y halarte las greñas de la rabia, pero nada te hará borrar lo que pasamos y lo que sientes por mí, mamacita. Por más que trates de mentirte a ti misma y ocultarlo, ese corazoncito me pertenece desde hace mucho tiempo ya. Mira cómo has ido aceptándome a tu manera, que no te he visto quitar el anillo.

¿Anillo? No me había dado cuenta de que en mi dedo tenía un anillo. Luce muy peculiar; el diamante tiene un corte ovalado con un raro y vívido color azul. No recuerdo haberlo tenido cuando me levanté. Estaba tan distraída y molesta con este idiota que ni siquiera lo había notado.

—Tú... ¿en qué momento?

—¿No te gusta?

Sabe demasiado sobre mí. Desde mi color favorito, hasta la medida exacta de mi dedo. Cada cosa que hace logra sorprenderme y no me agrada. Pareciera que me conoce más que yo misma. ¿Su obsesión puede llegar a tanto?

—¿Por qué tan nerviosa, mi Sarita? ¿Acaso te he impresionado?

—No lo quiero — lo puse encima de la mesa y me levanté.

—¿Realmente vas a despreciar ese regalo? ¿Tienes una idea de lo valioso que es? No solo hablo del dinero, sino del significado que trae consigo, más el esfuerzo que le puso su creador. ¿Cuántas gotas de sudor debió presenciar esta hermosa pieza antes de llegar a tus manos?

Capté de inmediato lo que trató de decir y sonreí.

—Probablemente las mismas que vas a derramar tu.

—Diría que la misma cantidad de veces que te corriste anoche — se acercó, hasta quedar a centímetros de mi cuerpo.

—Falta que te des varios puñetazos en el pecho como los gorilas, para presumir lo que pudiste causar con ayuda de un afrodisíaco.

—Si querías una buena cogida para comenzar la mañana de buen humor, debiste comenzar por ahí, no con tanta divina indirecta. Te creí más honesta y directa — su mano se adentró a mi bata y acarició mi muslo—. No dejes que tu falso orgullo pueda más que tú, porque no sabes de las ricas cosas que te estás perdiendo a causa de eso.

-Demuéstrame de qué cosas hablamos, a ver si realmente vale la pena.

—Con que valer la pena, ¿eh? — levantó mi cuerpo y me sentó sobre la mesa—. Ay, mi Sarita. ¿Qué se supone que haga contigo, mujer? — soltó el lazo que sujetaba mi bata y atrajo mi cuerpo al borde de la mesa—. ¿Esto es suficiente para ti?

No sabía que él también estaba desnudo debajo de la bata. Bueno, lo supe justo en ese instante cuando vi esa tercera pierna asomarse. Las cosas escalan demasiado rápido con este tipo.

—Ya te estás pasando, Leoncito. No creas que pondrás tu asqueroso pene dentro de mí sin un preservativo.

En sus labios se dibujó una sonrisa.

—Pues ni tan asqueroso. Todavía recuerdo cómo llenaste tu boca y tú interior con este asqueroso pene anoche— levantó mis piernas en su antebrazo y me penetró sin darme oportunidad de evitarlo.

En el intento de poner mis manos en la mesa, más por la sorpresa que otra cosa, dejé caer los platos y cubiertos al suelo. Este tipo no conoce de control. A pesar del escándalo que había y los movimientos bruscos de la mesa, no se detuvo ni un segundo. Me vi en la obligación de entrelazar mis brazos en su cuello y recibirlo. Ni siquiera a Arturo le había permitido esto, y este imbécil se cree que puede tomar lo que quiera sin permiso.

—¿Cómo se siente recibir un fuerte y nutritivo desayuno por parte de tu papi? — mordió mi oreja y no pude controlar los espasmos.

Odio no odiarlo como se merece.

¿Cómo pude tropezar dos veces con la misma piedra? Debo estar perdiendo la cabeza. Lo más que odio admitir es que estoy ardiendo por dentro por este simio idiota. La presión estaba a punto de hacerme enloquecer. Olvidaba lo delicioso que se sienten los mañaneros.

Nuestro momento casi se ve interrumpido por el capitán. Pensé que por haber sido vistos en esas, Leonel iba a detenerse, pero no, con mirarlo solamente consiguió que el capitán desapareciera en tan solo un instante. Parece que no había nada ni nadie que pudiera detener a esta bestia. Cualquiera diría que no fue suficiente con todo lo que hicimos anoche. No sentía lastima ni por la mesa. Creí que la rompería con esos fuertes y constantes golpes. Mis piernas aún están medias adormecidas. Curvé la espalda por su brusquedad y los temblores que provocaba.

—Ay, mi Sarita. Estás bien clavada en mis dos cabezas, condenada.

Reí por el tono jocoso que utilizó. Este tipo es un completo cerdo, pero que excitantes expresiones hace. Cuando solo era un chamaco, solía burlarme de esa expresión tan tonta que hacía cuando me tenía cerca. ¿Puede existir alguien tan masoquista como él? Siempre lo traté como una basura, aun así, demuestra tanto interés en tenerme. No sé si lo hace por venganza o porque realmente pueda estar sintiendo algo por mí. Desvié la mirada por tener esos ridículos pensamientos. No es como que me importe.

Descansó su frente en mi mejilla y lo miré de reojo. Sus jadeos me erizan la piel con suma facilidad. Me preocupa esta conexión que tienen nuestros cuerpos.

—Te amo, mi Sarita— musitó, con tan solo un hilo de voz.

¿Qué demonios está diciendo este imbécil? Me ha sacado totalmente de onda.

—No sabes lo que dices, ridículo.

Entre sus apasionados y húmedos besos, más sus profundas y precisas embestidas, sentí una especie de calor que invadió toda esa zona. Fue una sensación extraña. Por alguna razón se sintió familiar, pero no recuerdo haber hecho esto antes. Se desconectó de mí y su semen brotó de mi vagina. Las gotas cayeron en el suelo y solo para asegurarme de que se trataba de eso, me toqué por encima y confirmé al instante que en efecto se había atrevido a hacerlo sin mi permiso y sin avisar.

—¿Cómo te atreves, pedazo de basura? — le reclamé.

—¿A poco no te gustaría que tengamos una criaturita? Imagínate a un pequeño bizcochito, con ese color de piel y ojazos que tienes, ricura. Quién sabe si tengamos un cabroncito como yo o una dulce cabroncita como tú.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora