XXII. CONEXIÓN

340 51 4
                                    

Levanté el traje, luego subí mi cuerpo hasta quedar a la altura de su rostro y me senté sobre el. Su barba me hacía cosquillas en esa zona, pero no más que su lengua.

—Ay, Leoncito. No sabes con quién te has metido, cabroncito — reí maliciosa, entrelazando mi mano en su cabello para que no pudiera tomar ni un respiro.

Que bien se siente poder callarlo y frotar mi vagina en su boca.

—Ese es el uso que le debes dar a tu boca. Para lo único que sirven los hombres como tú, es para satisfacer a mujeres como yo— frotaba bruscamente mi vagina en su rostro, pero el muy cabrón tomaba el ritmo muy rápido.

Es una escoria, una rata de mierda, pero que buenas chupadas y lamidas da. De las cosas que me estaba perdiendo al estar con aquel imbécil. Cualquiera podía hacerlo mejor. Desperdicié mucho tiempo de mi vida, con alguien que ni sabía darme placer con su boca, solo endulzarme el oído.

Por más tiempo que duré sobre él, seguía haciéndolo al mismo ritmo, no parecía cansarse. Parece que es un especimen poco común. Otro en su lugar, haría lo que fuera por aligerar las cosas y pasar a la siguiente fase. Pero este condenado ha tomado su tiempo. Mi interior se está contrayendo y palpitando mucho. La estimulación que he tenido por esa lengua tan fantástica es demasiado. No pensé que podría sentirme tan caliente con un hombre como este. Me ha sorprendido este maldito.

No dejé de moverme hasta que mis espasmos se volvieron recurrentes y la presión de mi orgasmo hizo temblar hasta mis piernas. Mis ojos se viraron como el exorcista debido a esa corriente que persistía y se agudizaba al contacto de su lengua en mi clítoris.

—No eres de este planeta — traté de normalizar mi respiración y controlar los jadeos—. Solo por el buen trabajo que me hiciste, y por mi propio placer, te daré un oral que nunca olvidarás.

Me puse del lado contrario y contemplé por fin ese paquete tan tentador que había visto previamente, pero esta vez sin nada que pudiera ocultarlo de mí. Hasta se me hizo agua la boca. Podía fácilmente apretarlo entre mis dos manos y aun así su cabeza sobresalía de ellas. Humedezco su pene con mi saliva y la esparzo con ayuda de mi mano. Se siente tan duro, es grande y venoso. Mi lengua probó por fin el sabor de esos fluidos que brotaban de la punta. Lamía los alrededores, hasta alcanzar sus testículos y chuparlos con ligereza. Miraba de reojo sus expresiones, la manera en que mordía sus labios. Dejé mi lengua afuera y ocupé mi boca, con ansias de devorar todo a mi paso. Sus palpitaciones podía percibirlas en mi lengua entre más lo adentraba en mi boca. Acaparé cada centímetro que pude y le permití explorar lo más profundo de mi garganta, mientras masajeaba sus testículos. Cubrí todas las bases y elaboré con éxito y sutileza cada técnica que le realicé con mi boca. Por último succioné la punta de su pene y lo miré a los ojos. Todos los hombres tienden a mirarte como unos pendejos en ese sublime momento. No puedo negarlo, su expresión fue una de las más que he disfrutado.

Me puse de rodillas en la cama para quitarme esa basura de traje. Quería sentirme cómoda.

—Dime que tienes condones o de aquí no pasamos.

Leonel se subió a la parte de arriba de la cama, alcanzó la gaveta y la abrió, enseñando más de cinco cajas de condones sin abrir.

—¿Son suficientes, mi Sarita?

—Así me gustan.

Se desnudó, mostrando el aparatoso cuerpo que tiene. No tiene cuerpo de entrenar todo el tiempo, de hecho, delgado y tonificado no es, pero ese pecho de un buen macho y ese amplio abdomen puede ser el sueño de toda mujer. Me debilitan los hombres doblemente grandes. Es una lastima que los tiburones vayan a darse un buen banquete esta noche con él.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora