XXXI. RIESGO

240 47 4
                                    

Crear dependencia nunca es nada bueno, porque el día que esa persona falte, te sentirás frágil y débil. Jamás había experimentado esto. Mi padre me crió con un caparazón tan fuerte, como para no necesitar la protección de nadie. Me preparó para cuando él no estuviera, yo pudiera defenderme sola. He vivido muchísimas experiencias desagradables, tantas que he perdido la cuenta. En este mundo siempre ven a la mujer como el sexo débil. Piensan que esta vida fue creada solo para ellos. He sido subestimada por muchos seres machistas, pero Leonel es el único hombre que ha creído en mí, en mis habilidades e ideas. Se siente bien saber que existe alguien en esta vida que es capaz de poner sus manos en el fuego por ti. Quizá no sea tan malo después de todo.

—¿Te divertiste con mi reacción? Tal parece que no estabas preparado para ella, cabroncito— se detuvo frente a Manuel y me fui de su lado—. No debes estar soñando con algo que está fuera de tus posibilidades, para el poco material que tienes para ofrecer. Esta buena hembra ya tiene su papi, así que vaya a conseguir la suya en el infierno; y me la saludas — le voló la cabeza sin pestañear.

De Manuelito lo que quedaba era un rostro irreconocible y desfigurado por los agujeros de las balas. Un escenario bastante grotesco para cualquiera que tenga el estómago débil.

—Aquí mi diosa tiene la cabeza y los cojones ensartados de Manuel Carrasquillo a sus pies. ¿Estás satisfecha, bizcochito?

—Más que satisfecha. ¿Realmente has venido solo?

—Pues la verdad es que no. Desde que entré por esa puerta ya venía acompañado. He traído a tu leoncito como un soldado, siempre a tu disposición, mamacita.

Este hombre no cambia. Debo admitir que su comentario me causó algo de gracia.

—Te dejo unas horas solita y te metes en líos.

—¿No ibas a estar de viaje?

—Tuve un mal presentimiento por el camino y tuve que desviarme.

—Eso no te lo crees ni tú. Algo me dice que me has estado siguiendo.

—He sembrado un localizador en tu vagina. El tintineo que hace cuando caminas me pone nervioso, porque pienso que alguien más quiere entrar en mi territorio y no me gusta.

—Tu y esos ridículos sarcasmos.

—¿Y quién dijo que es sarcasmo? ¿A poco no me crees capaz de hacerlo? — su seriedad me generó muchas dudas.

Es cierto. He olvidado lo desquiciado que está.

—Tenemos que irnos. En cualquier momento llega la policía. Ya alguien debió avisarles. Vámonos.

—Necesito encontrar a mis amigas.

—De eso nos encargamos luego. Ten por seguro que aquí no están.

Cada quien subió a su auto. Manejé detrás de él, siguiéndole a dónde vaya a ser su destino. Se detuvo en una carretera poco transitada y al no verlo bajarse, no tuve más remedio que hacerlo yo. Apagué el auto y me acerqué al suyo, tocándole la ventana para que me abriera y así poder subirme al asiento del pasajero. 

—¿Cuáles son tus planes ahora? ¿Todavía piensas viajar?

—Quiero que vengas conmigo.

—Tengo cosas que hacer, Leonel. Necesito encontrar gente confiable para comenzar lo más pronto posible.

—No me has dicho qué harás con la mujer.

—Todavía no sé.

—Te aconsejo que le des cuello. En su estado actual, esa mujer no te va a servir para nada. Además, ese becerrito que está esperando solo será un problema a largo plazo. Piénsalo bien, estarías librando a esa mujer y a su bebé de pasar angustia y necesidad. Si acepta trabajar para ti, tarde o temprano te dará la puñalada por la espalda, con tal de salvar a su becerrito.

—Ya se me ocurrirá algo. Sé que te debo bastante billete.

—Ve pagando lo que me debes, cabroncita — se pasó a mi asiento y bajó el sillón por el costado.

—Habías tardado en pedirlo. ¿Así que para eso te detuviste aquí?

—Me has estado mirando muy extraño desde que fui a buscarte. ¿Me estabas esperando o es que acaso ya caíste en mi red?

—Como si esas cosas pasaran.

—Habías tardado en sacar a pasear a mi Sarita orgullosa. Entre más esa boquita lo niegue, más evidente lo haces— me besó con tanto furor y pasión que era inevitable no caer de nuevo—. Hasta pareciera que extrañas mis besos. Me has ido aceptando a tu manera, mi bizcochito. Te dije que terminarías amándome y parece ser que se ha ido cumpliendo.

Mi piel arde con solo tenerlo así de cerca, pero está claro que jamás voy a cometer la torpeza de decírselo. Se ha vuelto una debilidad; y no soporto las debilidades.

—Espero no tengas otra navaja entre la ropa. Quiero evitar que el soldadito sea atravesado como un cerdo a la vara.

—Deberás arriesgarte y averiguarlo por tu cuenta — desabotoné su camisa para poder apreciar ese cuerpo de buen macho que se carga.

—Por ti vale la pena arriesgarse, mi dulce Sarita.

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora