XLIV. Misterio

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—¿Dónde tienes a mi madre?

—Debe estar divirtiéndose con mis hombres.

—¿Qué le hiciste?

—¿Piensas seguir defendiendo a esa mujer? Ay, mi Sarita. Tu mereces un mejor trato que el que esa mujer te brinda. Te ha estado engañando y tú ni te habías dado cuenta. Es evidente que está arrimada a ti para no quedarse en la calle, porque sabe que contigo de su lado puede tenerlo todo. La casa donde ella estaba viviendo está bajo el nombre de un hombre llamado Alonso Ruiz. No sé si sea un amigo, amante o si hay posibilidades de que sea tu verdadero padre. Lo único que puedo aconsejarte es que no te dejes cegar por amor.

—¿Ruiz? Ese apellido me suena. ¿Tienes fotos de ese sujeto?

—Todavía no. Es un dato del que me enteré recientemente, pero no más tardar mañana tendré toda la información. Mientras tanto, me temo que deberás quedarte aquí. 

—No te atrevas a dejarme aquí encerrada, Leonel. 

—Necesitas tiempo para pensar con cabeza fría. Ahora que tenemos un chamaco, debemos pensar en su bienestar. Lo has tenido para ti mucho tiempo, yo también quiero pasar tiempo con mi hijo. 

—No voy a alejarte de él, pero no te atrevas a dejarme aquí encerrada o voy a odiarte más. 

—Chúpame los huevos, cabroncita. Ni creas que me vas a convencer con esas palabras. Ya conozco cómo eres, y sé que en el momento que te dé la espalda, no serán las nalgas lo que me vas a agarrar. Vas a tener que ganarte mi confianza, porque estoy bien herido contigo. 

—Quiero estar con mi hijo. Tú no puedes alejarme de él. 

—Has cambiado mucho, mamacita. Lograste atarme con ese chamaco bien precioso que me pariste y devolverme las esperanzas de que lo nuestro puede llegar a algo más que una simple sociedad y rivalidad — acarició mi mejilla y lo miré de reojo.  

—¿Fui yo quien te ató? No me jodas, Leoncito. 

—Ay, que rico. Vuelves a llamarme así dos veces más y me corro. 

—Contigo no se puede hablar temas serios. 

—Por eso me amas, mi Sarita. Fíjate que te hacía negociando para que te saque de aquí, pero parece que estar conmigo en este lugar te gusta. Este cuarto lo preparé para ti hace mucho tiempo. Quería usarlo como última opción, porque prefiero tenerte en mi cuarto y aprisionarte allá, que tenerte en este lugar tan solitario. Imagínate, tú y yo debemos dormir juntitos para estar calientitos. 

—Déjame ver a mi hijo, Leonel. Quiero asegurarme de que esté bien. 

—¿Verdaderamente crees que sería capaz de hacerle algo malo a mi propio hijo? Sarita, yo deseaba esto contigo desde el primer día que te vi. Para mí es un deseo hecho realidad, el tener un chamaco bien chulo con la mujer que me trae de cabeza y con los huevos colgando. 

—Ahí estás admitiendo que esto lo hiciste a propósito. 

—Pues claro. Esta cabecita no la tengo de adorno. ¿A poco creíste que quedarías embarazada por arte de magia? Mis santos me escucharon. Aunque seas una ingrata y mala mujer, te amo un chorro, cabrona. Cada vez que te miro, ay, mamita, es como ver una santa. Te aseguro que si pudieras verte desde estos ojitos que te miran, dejarías de hacerte la difícil e ibas a correr a estos brazotes que tanto te encantan. 

Desde Las Sombras [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora