Capítulo 17.

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Tercera parte.

Tener dieciséis puede resultar no ser tan doloroso, pero sí confuso.

Recuerdo que ha finales de febrero, una semana antes de volver al instituto encontré una cita detrás de la portada de mi cuaderno de filosofía la cual decía "Las cosas siempre mejoran" hace un tiempo atrás leí en un libro que ya no recuerdo su título de nada, pero este aseguraba que las cosas siempre pueden empeorar, el sabor que me habían dejado mis propias palabras fue tan melancólico que me cuestioné lo que me estaba sucediendo en ese instante, allá en el pasado.

Parecía que a medida que crecía escribía más, leía más, me cuestionaba más y la vida tomaba un sabor peculiar el cual desconocía, pero parecían ser sabores que me llenaban de tristeza inminente, era como si al crecer se venía con una tarjeta de advertencia a la adolescencia en la cual decía que se debía pasar por extensos momentos de miseria y sobre todo, de esa furia que se asomaba de vez en cuando y no podía frenar.

Esa mañana de marzo desperté sobresaltado luego de que Rumau saltara bruscamente sobre mi cuerpo en reposo, el gato maullaba porque su estómago rugía con hambre matinal, observé al felino con odio luego recordé que se trataba de mi primer día de escuela, segundo año de escuela superior, no estaba preparado para lo que se avecinaba, solo esperaba... tener suerte.

Ignoré la idea de preparar gato frito para el desayuno y le agradecí porque estaba vez no me retrasaría, tomé a la bola de pelos y caminé rápidamente hacia la cocina para poder servir en su plato, el cual después de mucho tiempo había comprado, una buena cantidad de su comida, el animal comió gustoso así que luego de dejarlo contento corrí al cuarto de baño disponiéndome a hacer algo que debía hacer todos los días y aunque confesaba que de vez en cuando me cansaba de ello, me bañé, al salir del cuarto de baño, regresé al mío para secarme, vestirme y salir con la misma mochila que había usado en el primer año, recordé que mamá también tenía trabajo.

Anduve rápidamente hasta la habitación que se encontraba un tanto más alejada de la mía, toqué la puerta con buen ánimo, pero nadie abrió, tomé la perilla, la giré y al encontrarme dentro de la estancia observé a la mujer que ahora llevaba el cabello pardo hasta los hombros y lucía más hermosa, reluciente, joven, di varios pasos y salté sobre el colchón, la adulta dio un respingo liberándose de no caer estruendosamente sobre el suelo.

-¡Jimin!

-Buenos días, mamá, es tu primer día de trabajo.

-No es cierto- dice ella a punto de cubrirse con el edredón -Mis clases iniciaron...- guarda silencio, entonces estalla -¡Mierda!- tira la tela acolchada y sale desprendida como un suspiro de entre las sábanas, veo el pantalón pijama de homero Simpson, su cabello hecho un lío y casi puedo jurar que hay restos de baba en la comisura de sus labios, a pesar de los treinta y cinco años de mamá, parecía que estaba lidiando con otra chica de mi edad, su alma era joven, amable y responsable.

Me reí al observarla irse, yo también lo hice para poder preparar un desayuno rápido, acabé por elaborar dos gustosos sándwiches de modo que lográramos degustarlos mientras íbamos partiendo, tomé a Rumau entre mis manos.

-Se un buen chico- le dije como si el animal tenía la capacidad de comprenderme -Se bueno, regresaré a la noche- lo dejé nuevamente sobre el piso, tomé las dos bolsas de zipoc, salí de la casa y esperé junto al auto, sentí la brisa de la primavera, los árboles iniciaban a volverse verdes, las flores salían nuevamente y la aves cantaban, el sol resplandecía cálidamente brindando vida, a veces sopesa la sensación de haber atravesado por una primavera pero ahora me encontraba en pleno verano.

A mis diecisiete [Hopemin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora