Capítulo 4.

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-Jimin ¿Puedes quedarte quieto?- me preguntó mamá como una petición desesperada, asiento porque a decir verdad me siento tan agotado como ella -Sé que estás nervioso, pero debes mantener la calma, ven- me dice extiendo su brazo cuando ya ha dejado el embace que contenía la sopa instantánea sobre la mesa de café, tomé su mano permitiendo que me sentase sobre su regazo, apoyó su espalda sobre el respaldo del sofá así mismo me permití reposar mi cabeza en su pecho, sopesé la manera en como subía y bajaba relajadamente.

Suspiré temblorosamente, cerrando mis ojos sin embargo, solo logré imaginarme a mí mismo cometiendo un error del cual todos se reirán mañana, abrí los ojos de golpe, comenzando a balancear mis pies moviendo así mismo a la mujer adulta.

-Jimin- me llama.

-Mamá, no puedo detenerme, hay otra persona dentro de mí que hace esto.

-Eso se llama nervios.

-Oh- me incorporé para poder verla a los ojos, entonces pasó su mano sobre mi cabello para dar una caricia.

-Te haré un té ¿Quieres?- asentí sin saber de qué se trataba, pero naturalmente las mamás saben que hacer en esos casos, la mujer me dejó sobre el sofá mientras yo continúo con el pensamiento atorado 'las madres saben que hacer' rememoro en retrospectiva las palabras de la vecina que vienen a mí como copos de nieve "Es por esto que tienes que comprender, Jimin, que los padres también son humanos y no pueden arreglarlo todo" otra preocupación se suma a mis inmensurables nervios, no sé como controlar lo que siento, así que realizo lo primero que se me ocurre.

Me acuesto en la longitud del sofá, apoyo la cabeza sobre el colchón y me permito saborear la amargura de esa nueva emoción, una emoción que probablemente se llame tristeza... cierro los ojos pese a que soy un huracán de emociones, sin siquiera desearlo me quedo dormido ante el pensamiento nulo sobre ¿Quién es el Dios del sueño? probablemente mamá lo sepa... o no.

Al abrir mis ojos en la mañana el recuerdo de que hoy es la obra viene a mí, es una calurosa mañana de verano y es probablemente lo denso del clima que me impulsa a ponerme en pie de golpe, salgo de la habitación en busca del cuarto de baño, entro en este para poder hacer mis necesidades y ducharme, no me toma demasiado tiempo aunque probablemente lo he hecho mal, corro nuevamente hacia la habitación con mamá en la cocina, seco mi cuerpo húmedo e instintivamente de un modo casi inconsciente comienzo un doloroso ascenso de contar.

-Uno, dos, tres, cuatro- a medida que me visto con el disfraz del enano, busco los zapatos con desesperación -Quince, dieciséis, diecisiete- me pongo los dos zapatos cuando siento las gotas de mi cabello negro resbalar por mi frente, por un momento había olvidado que debía peinarme, así que me hundo los dedos y lo fuerzo pese a los apenas perceptibles nudos ¿No es que a los chicos les resulta más sencillo peinarse? Salgo de la habitación como un suspiro nuevamente cuando he llegado a cuarenta, entro a la cocina, mamá tiene el desayuno listo, esa mañana la ha pedido libre, luce un bonito y sencillo atuendo.

-Me has ahorrado el favor de recurrir a los métodos inhóspitos para despertarse- sé que lo dice en broma, pero no puedo imaginar a mamá echándole agua encima a su hijo de siete años.

-¿Aún tenemos tiempo?- le pregunto, ella le da un vistazo a su reloj que envuelve su muñeca y agrega.

-Nos quedan quince minutos.

-¡Mamá!- exclamo sin quiera acabar con el jugo en el vaso, lo dejo sobre la mesada de la cocina y corro al cuarto de baño nuevamente para cepillar mis dientes, lo hago sin percatarme de que me ha quedado una mancha de esta sobre la camisa café, eso no lo sé hasta que he salido de la casa con mamá de la mano o más bien... yo de la mano de mamá.

A mis diecisiete [Hopemin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora