Capítulo 33.

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De camino a la casa de Jung Hoseok vestido con una camisa holgada a cuadros junto a una camiseta amarilla la cual me hacía sentir bastante orgulloso, recitaba en letras negra sobre la pechera "basada en una novela de Stephen King" pensaba a medida que observaba por la ventana como todo quedaba atrás y pronto estaría en el vecindario de Jung, que la sensación de haberle confesado mi amor había surgido hace demasiado tiempo que a penas tenía consciencia sobre ello cuando dio lugar el día anterior, que lejanos se vuelven los buenos días y cuan presente están los días malos. ¿Por qué, pues, las emociones que nos hunden nos siguen a donde sea que vayamos? En cambio, lo bueno se esfuma como la espuma, sin dejar ninguna marca. Al parecer la razón por la cual recordamos los días tristes es porque resultan ser como nubes de tormenta cargadas de agua torrencial las cuales dejan estragos y señales que  podemos ver incluso después de que se haya marchado la lluvia, en cambio, los días buenos son como los días cálidos atardeceres, únicamente podemos imaginar como fue y lo que nos hizo sentir.

Al cabo de varios minutos me bajo en la parada correspondiente, compruebo el móvil en la bolsa del pantalón e inicio a caminar con un suspiro de ansiedad atascado a mitad de mi garganta. Al fin y al cabo, se trata de la persona que me gusta, aún si solo somos amigos, Hoseok continuaba gustándome y no podía reprimir la sensación de nerviosismo antes de encontrarme con él. Camino sobre la acera las cuadras que restaban para llegar a esa casa tan conocida, atravieso el jardín delantero y me detengo a varios centímetros de la puerta, presiono las manos en puño, cuando estoy a punto de presionar el timbre, la puerta se abre casi de inmediato, en mi campo de visión aparece Jung con el rostro fresco acompañada de una sonrisa afable, le devuelvo la sonrisa al sentir cada una de las partes de mi cuerpo derretirse, débil, parecía que un montón de hormigas bailaban en mi estómago.

-Pareces tan feliz de verme- sonríe con malicia, giro los ojos y él agrega -Me recuerdas a...

-Jesús bendito, solo vámonos.

-No me llamo Jesús, mi nombre es Hoseok.

-Me voy.

-Estoy yendo, ya voy- se apresura a salir de la casa luego de cerrar la puerta a su espalda y guardar la llave de la casa en su bolsillo delantero.

-¿No hay nadie en casa?

-Algo así. Ahora que lo pienso, podríamos...- me detengo en seco a mitad del jardín, él frena también, a pesar de que todas esas ocurrencias se trataban de bromas sin sentido no puedo evitar que la vergüenza verbere en mi interior y salga por mis poros en forma de autodefensa un tanto violenta sin embargo, no hago nada más que girar en redondo para quedar frente a frente, presiono las manos en puño, Hoseok sonríe, estira el brazo, envuelve los dedos en la tela de la camisa a cuadros después tira de mí, uniéndonos para poder besarme. Mis manos antes tensas se suavizan cuando él acuna mis mejillas, sin importar si nos encontramos delante de la calle, nuestras bocas se deshacen en un apasionado vaivén donde yo muerdo sus labios y él muerde los míos, mi cabeza se inclina un poco hacia atrás en esa posición, escucho el chasquido que emitimos sin ningún descaro. Besarlo es como escuchar Ivy de Taylor Swift en su último álbum, sin importar lo que la letra diga, refiriéndome a la sensación que transmite al ser escuchada; paz, comodidad, te sientes en el lugar correcto allá donde vayas y no importa cuantas veces la sintonices, los sentimientos serán siempre los mismos. Eso me sucedía con Jung Hoseok, con todo él.

Al separarnos todo rastro de vergüenza disfrazada de furia se ha desplomado, soy dócil otra vez por él, abro mis ojos y es él lo primero que veo, con los labios hinchados y rojos como la mejor de las escenas en toda la vida. Hoseok es todos aquellos atardeceres que solo puedo recordar al cabo de un tiempo -Luces hermoso- musita con nuestros rostros cerca, no importa las personas que pasen, o los pocos autos que circulen, mis mejillas estallan en una flama carmesí, me remuevo un poco con la intención de apartar la mirada, él sostiene con firme dulzura mi rostro una última vez, en esta ocasión deja un beso casto en mis labios gruesos -¿Esa fue tu manera más discreta de gritar que eres fan de Stephen King?- inquiere, por un vago momento no tengo consciencia sobre lo que está hablando, me encuentro desorientado, Jung siempre provoca eso en mí, frunzo el ceño y niego en señal de no comprender -La camisa.

A mis diecisiete [Hopemin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora