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Omnisciente (pasado)

Keyla se subió a su auto al llegar hasta él. Metió las llaves en el vehículo y arrancó, teniendo claro cuál era su destino; la comisaría.

Tras un buen rato de conducción, llegó. Aparcó en el mismo sitio de siempre y enseguida se bajo del vehículo, apareciendo ante sus ojos el gran edificio. Se encaminó hacia la entrada, empujó la enorme puerta, dándose paso al lugar que últimamente estaba viendo más de lo debido.

Se dirigió a la oficina de su padre, en cuanto llega logra ver a la secretaria de él, quien estaba sentada frente al escritorio que yacía al lado de la puerta.

—Buenos días, señorita —saludó educadamente y sin perder la elegancia que era típica de ella—. Su padre la espera, adelante.

Keyla se acercó a la puerta. La abrió y entró, llamando enseguida la atención del policía.

—Espero que sea importante —fingió seriedad, dejando caer su cuerpo en una de las sillas que reposaban delante de su escritorio.

—¿Qué es para ti algo importante? —preguntó él mientras su mirada estaba clavada en unos documentos, frunció ligeramente el ceño sin dejar de observarlos. No pareció agradarle lo que sea que haya visto, y la mueca que puso a continuación se lo confirmó a su hija.

—Algo que merezca mi atención, sabes que soy una mujer ocupada —se cruzó de brazos, alzando las comisuras de sus labios. Él le devolvió la sonrisa de complicidad.

—Lo es, entonces.

—Suéltalo pues.

Arnold levantó la mirada, causando que se cruce con la de Keyla.

—Quiero encargarte un caso —habló finalmente, desconcertando a su hija al instante.

—¿Encargarme un caso? ¿Arnold Becker? ¿A su hija? —rió —. Dime algo más creíble, papá.

Él se quedó en silencio, aún sonriéndole a Keyla. Ella comprendió enseguida.

—Bueeeno, qué novedad —alzó sus cejas, fingiendo sorpresa y agentándose las ganas de sonreír —. ¿Qué clase de caso?

Todo debía salir perfecto. Debía mostrar confusión total, como si no tuviera idea de nada.

—Necesitamos que atrapes a alguien —soltó él.

—¿A quién? —preguntó, mostrando interés.

—A Mateo Palacios —explicó, levantándose de su silla. Rodeó el escritorio y se plantó frente a ella, le dejó unos documentos sobre la mesa —. Necesito que ese loco esté entre rejas lo antes posible.

Asintió, mirando los papeles que le entregó.

—¿Pero cómo? No creo que sea legal que yo trabaje para ustedes sin opositar.

Entonces el teléfono comenzó a sonar. Ambos sabían que era el alcalde y cuál era la razón de la llamada. Arnold descolgó el teléfono y lo puso en altavoz para que ella también escuchara.

—Mira, Keyla, estamos desesperados. Nos acaban de informar sobre un homicidio de más de treinta personas en Bledwort, en una iglesia. Nos pidieron refuerzos y no damos para más. 

—Nadie sabe de esto, ¿cierto? —afirmó ella, dirigiéndose al alcalde. Ella sabía que su actitud lo intimidaba, por eso no estaba presente, sino que los vigilaba desde la cámara de seguridad.

—Y nadie puede saberlo, esto se queda entre nosotros.

—Te contrataremos como becaria para evitar sospechas —continuó entonces su padre —. Voy a estar unas semanas fuera. Podrás con él tú sola.

Keyla alzó las dos comisuras de sus labios, formando una perfecta sonrisa socarrona.

—Soy tu única hija, confía un poco —mordió ligeramente su labio inferior, mirando a su padre a los ojos. Él sonrió con satisfacción mientras Keyla ya andaba imaginándose todo lo que estaba por suceder.

Oh, eso iba a ser divertido.

—¿Lo aceptas? —preguntó él sin rodeos.

—Por supuesto.

El policía asintió, confiado. 

—Bien, aquí tienes el expediente de antecedentes penales —le tendió los documentos que estuvo organizando anteriormente —. Ten cuidado con él, es más peligroso de lo que crees.

—Puedo con ello —sonrió mientras les echaba un vistazo a los papeles.

—Dispones de toda nuestra munición —abrió uno de los cajones del escritorio —. Aquí tienes las llaves del almacén, intenta no perderlas. 

Se las tendió a Keyla, a lo que ella sonrió, inevitablemente, antes de alcanzarlas con su mano desocupada.

—Confiamos en ti, Keyla —añadióel alcalde.

—¿Algo más? —preguntó, balanceando de un lado a otro las llaves.

—Sí —Arnold se levantó y se giró hacia la estantería que estaba a sus espaldas. Alcanzó un archivador de color negro con el nombre completo de Mateo, seguidamente, volvió a sentarse en su sitio. Lo abrió y, tras rebuscar en él, sacó un documento —. Tienes que firmar el contrato.

Keyla agarró un bolígrafo y, sin leer nada, firmó. Todas ese contenido se lo sabía de pies a cabeza.

—De acuerdo —sonrió él —. Palacios queda a tu cargo desde hoy. Recibirás un salario mensual y pluses por logros.

—¿Ya está? —preguntó, a lo que él asintió.

—Sí, sólo espera unos minutos para que Eva traiga una carpeta con la información detallada de sus movimiento durante estos últimos años.

Y, como si los hubiera escuchado, la secretaria entró por la puerta —no sin antes pedir permiso—. Se acercó a Arnold con una radiante sonrisa, la cual él le devolvió al instante.

Keyla lazó ambas cejas al ver las miradas que se dedicaban, pero decidió no opinar, eso no le incumbía.

—Aquí tiene, señor —le entregó una carpeta llena de papeles.

—Gracias, puedes retirarte —la mujer asintió y se dirigió hacia la puerta, dedicándole una rápida sonrisa a Keyla antes de salir.

Arnold abrió la carpeta, le echó unos vistazos rápidos antes de cerrarla de nuevo y tendérsela a su hija.

—Bien, ya lo tienes todo, empiezas mañana mismo —rompió el silencio que se formó después de que Eva saliera.

—Bien.

—Agradecemos tu colaboración —finaliza el alcalde, quien seguía en la llamada escuchando —. Nos vemos.

Colgó.

Ella lo miró a su padre con fijeza durante unos segundos después de que él comprobara que la cámara se había desactivado. Le sonrió.

—Buena actuación.

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora