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Abrió una puerta, empujándome dentro de la habitación bruscamente. Caí al suelo en un golpe seco, causando que su expresión se descompusiera por unos instantes, convirtiéndose en una de terror por lo que hizo. Le sonreí como si me hubiera causado ternura.

—Aquí la tienes —Kevin habló en cuanto recuperó su expresión. Quería sonar intimidante, pero no lo consiguió. Me parecía gracioso que se obligara a sí mismo ocultarse para darme miedo, lo cual no había conseguido ni él ni nadie.

—Qué irrespetuoso, hombre —me hice la indignada. Niego con fingida decepción —. Y yo que estaba empezando a enamorarme...

Me callé enseguida, sin poder terminar mis palabras. Y no por voluntad propia. Un trozo de cinta adhesiva me tapaba la boca, evitando que pudiera hablar. Fruncí mi ceño, girándome para encarar al causante.

He de decir que no había ni notado su presencia, pero en cuanto sucedió sentí cómo mi mirada se deleitaba ante su imagen. Él, sentado frente a mí en un viejo sillón, ni siquiera volteó a verme, estaba concentrado comprobando la dureza de la soga que tenía entre las manos.

Arranqué la cinta de mi boca, hice que Kevin me esposara por delante para tener una mejor movilidad y el pobre ni cuenta se dio.

Aquí hay puro novato.

—Hasta que te dignaste a encararme —solté, observando sus perfectas facciones, esperando a que también me mirara a la cara. 

Alzó la mirada por unos instantes, conectándola directamente con la mía. El odio era tan obvio en sus ojos...

Miró a Kevin, que estaba detrás de mí.

—Sal —le ordenó mientras se levantaba para cerrar la puerta tras la marcha del tipo. Cerró con llave, supongo que para evitar futuras interrupciones, o mi escapada.

Arrastró una silla que había en una esquina hasta el centro de la habitación. Se giró y caminó hacia mí, decidido. Empuñó su mano en mi camiseta, intentando empujarme hacia la silla. Pero antes de que pudiera hacerlo, pasé mis manos por su cabeza y me aferré a su cuello. Él quiso apartarme, pero yo fui más rápida y me coloqué a sus espaldas.

Apreté la cadena que unía los dos aros de las esposas en su cuello, con la intención de asfixiarlo y dejarlo inconsciente para posteriormente ser yo quien tuviera el control de la situación. No lo logré, pues él no fue tonto, ya que me estampó contra la pared de espaldas.

El dolor atravesó mi torso y el aturdimiento me hizo aflojar el agarre.

 Ok, no había pensado en que podía hacer eso.

De un momento a otro, su mano aplastó mi cara en la vieja y asquerosa pared del cuartel, con él a mis espaldas, inmovilizándome. Su respiración estaba agitada por haberlo ahogado con la cadena.

—¿A qué mierdas vienes? —espetó contra mi oído, malhumorado.

—Si nos vamos a poner a conversar mejor que sea en otra posición, ¿no crees? —ladeé un poco la cabeza para mirarlo.

Él no dijo nada, pero sí que actuó. Su mano se enganchó en mi cuero cabelludo y me arrastró hasta la silla que anteriormente había colocado ahí para mí. Hizo que me sentara sin un ápice de delicadeza.

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora