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Mateo

Aparqué el furgón en el callejón de siempre. Me bajé del vehículo y cerré la puerta con exceso de fuerza. La rabia seguía recorriendo mis venas, no podía negar que esa bruja me hizo enfadar al renunciar por sí misma a la banda cuando era yo quien debía echarla.

Tiago también bajó y fue directamente a abrir el maletero.

Estábamos en Bolimer, veníamos al local de Max a vender toda la mercancía innecesaria que le robamos el otro día a Leonardo.

Tenía la llave de la puerta trasera, así que la abrí y comenzamos a meter todas las cajas que traíamos. Max era mi primo menor, por eso tenía poder sobre él y sus pertenencias. Una parte de lo que era suyo, también era mío.

—Toma la llave —le tiré el trozo de metal a Tiago, quien lo agarró en el aire —. Cierra la puerta cuando termines, iré a ver a Max.

No esperé una respuesta, simplemente entré y me dirigí directamente al despacho de mi primo. Abrí la puerta sin tocar, encontrándomelo sentado delante de su mesa contando dinero, como siempre.

Se notaba lo harto que estaba de controlar ese local.

Max alzó la cabeza en cuanto notó mi presencia.

—Hey —dijo en forma de saludo.

—¿Te llegó algo que deba saber? —cuestioné y me senté en el sofá, apoyando los codos sobre mis rodillas.

—No, nada —contestó sin más —. Keyla no dejó ningún rastro de la muerte de Erik.

Me quedé un par de segundos en silencio, observándolo con atención. No me gustaba que me mintieran, y siempre trataba de comprobarlo antes de tragarme lo que decían.

En ese caso fue sincero.

—Bien —saqué la marihuana para hacerme un porro. Cuando termino, me lo coloco en la boca y saco el encendedor para prenderlo —. ¿Cuánto ha...?

—¡Maxi, tu baño es una porquería! —la voz que se escuchó desde la puerta del cuarto de baño me hizo fruncir el ceño y mirar directamente a mi primo.

Él simplemente se encogió de hombros, como si no fuera algo importante.

Genial, solo esto me faltaba para colmar mi día.

—No me jodas, Max —bufé, agarrándome el puente de la nariz con los dedos.

Qué paciencia hay que tenerle a este mundo de mierda.

Escuché que tiró de la cadena, así que supuse que no tardaría mucho en salir. Y así fue.

Abrió la puerta, apareciendo tras ella con unos joggers y una simple sudadera. Su cabello estaba atado en una coleta mal hecha, se notaba que estuvo revolviéndose en el sofá donde justamente estoy sentado.

Lo sé porque desde el principio sentí un olor que se me hizo conocido, pero no sabía exactamente de donde. Así que, sí, indirectamente sabía que ella iba a estar aquí.

—¿Tanto te duele que te haya echado que ahora vienes a visitar a mi primo para mo...?

—¿Ponerte celoso? —me interrumpió como si nada. si su presencia me molestaba, ni se imaginan las palabras que soltaba su estúpida boca —No, no todo se trata de ti.

—Vives en una película —le dije manteniendo la calma para no levantarme en ese instante y escupirle unas cuantas cosas a la cara —. Te dije que no te quiero cerca de los míos. Lárgate de aquí o te saco yo mismo.

—Atrévete —me retó.

—No me provoques.

Su risa de mierda se escuchó apenas terminé de hablar.

—¿O qué? ¿Vas a matarme? —el tono burlón que usó para decir aquello me hizo hervir la sangre —Qué miedo, mira como tiemblo.

—Yaaa... Dejen de discutir —bufó Max al escucharnos. No le hice ni caso, y Keyla menos.

Ya estaba harto de esa maldita.

Saqué la glock y apunté directamente a su cabeza. Su mirada no vaciló ante mi acto, lo cual ya no me sorprendía a ese punto.

—Dale —me animó, demostrando el poco temor que sentía.

Endurecí la mandíbula, esa maldita arpía me llevaba hasta el límite. Siempre se metía donde no la llamaban y siempre tenía que ser yo quien terminaba con la ira recorriéndome de arriba a abajo.

Le quité el seguro a la pistola y entonces Max, que nos había dejado de prestar atención, alzó la cabeza y enseguida al comprender la situación se levantó, tratando de calmarme un poco.

Me daban igual sus estupideces.

Apreté el gatillo, dejando escapar la bala que impactó directamente contra su hombro. Su postura se deformó un poco por el impacto, pero su seguridad seguía siendo la misma.

Creo que se sorprendió más Max que ella.

Keyla llevó una mano a su hombro herido y observó la sangre que manchó su mano.

—Qué mala puntería —las comisuras de sus labios volvieron a alzarse. Conectó su mirada con la mía, el iris gris de sus ojos fue invadido por sus dilatadas pupilas, y justo en ese instante supe con certeza que iba a ser difícil que algún día llegara a temerme.

—Te aseguro que estoy deseando volarte la cabeza —dije entre dientes, sin desviar mi mirada de la suya —. Pero deseo más ver cómo tu sangre salpica la cara de tu padre. Deseo que él vea con sus propios ojos lo que le haré a su asquerosa hija.

—Solo tratas de justificar el hecho de no tener el valor de matarme.

—Ni tú misma te tragas el cuento —escupí, contradiciéndola.

Ella avanzó unos pasos hacía mí, observándome con atención. Me arrebató la pistola de las manos y la estrelló contra el suelo.

—¿De qué mierda vas? —me molesté, aferrando mi mano en el cuello de sudadera, amenazándola con la mirada.

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora