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Mateo

Nunca pude aguantar a las personas desobedientes. Me generaba una rabia inmensa que no me hicieran caso, que se pasaran mis órdenes por el culo.

Todo el que osó a hacer algo así terminó siendo ahogado por su propia sangre. Me daba igual quien fuera, si era de los míos o no. Una actitud así no merecía ser aguantada, mucho menos por mí.

Lo jodido de la situación era la paciencia que estaba teniendo con esa hija de puta. Tenía límites, ella los sobrepasó como si mis palabras fueran insignificantes en su estúpida cabeza.

Encima era tan orgullosa que hasta parecía dolerle tener que reconocer su error. Era una completa idiotez su forma de pensar, era de imbéciles dejar que hubiera testigos en algo que podía traerme problemas con otras bandas.

Obviamente, no me daba miedo el hecho de enfrentarme. Pero en verdad era bastante estúpido luchar por culpa de un error tan tonto. Mi tiempo no podía ser malgastado de esa forma.

—No creo que empeore nada —habló Tiago a mi lado, mientras nos bajábamos de la furgoneta. Le dediqué una mirada irónica. Se notaba de qué lado estaba.

Pasaron seis horas de lo sucedido con Keyla. Acabábamos de volver de investigar el núcleo del ex negocio de Leonardo. Queríamos comprobar la veracidad de lo que dijeron sobre la zona oeste, lo cual no sirvió de mucho, ya que el fuego que prendimos al edificio no dejó más que cenizas.

A parte de eso, habíamos ideado un plan, que iba a ser descartado en caso de que Keyla hiciera algo que pudiera alterar los hechos. No creía que el plan cambiara mucho, porque probablemente ella iba a terminar muerta.

No quería ni iba a hacer nada al respecto, si ella quería ir pues que se fuera, era responsabilidad suya vivir o morir.

—¿En serio quieres dejarla sola? —preguntó Tiago por enésima vez. Solté un suspiro molesto —Digo, estás conmigo, no tienes porqué fingi...

—Que me da igual esa tipa, entiéndelo de una vez —escupí, cortando de mal humor sus absurdas palabras —. ¿Qué mierda se les pasa por la cabeza?

Era un fastidio que confundieran tanto las cosas. Me molestaba no entender por qué creían que me había estado acostando con Keyla, que me importaba o algo así. Me daba dolor de cabeza solo de imaginarlo.

¿Eran tontos o qué? Lo último que haría en la vida sería meterme con esa demente. Estaba ida de la cabeza, trataba de hacerme caer en su juego, como si yo fuera igual que los necios que se tiraba.

Cuando me vino la imagen de ella a la cabeza, tensé e la mandíbula, deseando que Erik hiciera algo útil con su vida y la matara de una buena vez. No quería tener que volver a verle la cara, escuchar su voz o aguantar su infantil comportamiento.

—Mateo —Dylan, el tipo que se encargaba de vigilar la puerta, pronunció mi nombre cuando nos vio cruzar el pasillo. Ni siquiera me giré para mirarle, en ese instante me daba igual lo que fuera que quería decirme —. Acaban de llamar a la puerta y...

—Ahora no —hice un gesto con la mano para que me dejara en paz.

—Me parece que es importante —carraspeó, haciéndose a un lado, manteniendo la distancia que debía.

—Te dije que ahora no... —gruñí, continuando con el camino y dejándolo detrás.

Normalmente cuando Dylan se dirigía a mí, era para informarme de la llegada de nuevos paquetes de droga, y yo no estaba para gestionar nada de eso.

—Creo que se trata de la hija de Becker —dijo en un tono alto para que recibiera el mensaje con claridad. Paré el paso justo al instante en que su voz llegó a mis oídos. Examiné por unos segundos sus palabras antes de darme la vuelta, mirándolo con el ceño algo fruncido.

—Explícate —exigí, ladeando la cabeza y mirándolo con una expresión seria. Avancé unos pasos hacia él con las manos empuñadas.

—Por aquí.

Me indicó y comenzó a andar en dirección contraria a la que iba yo. Miré a Tiago por unos segundos, el cual estaba igual de confuso. Entonces caminamos tras él hasta llegar a la entrada del lugar.

Se acercó a una caja de cartón medio aplastada que estaba frente a la puerta, la agarró en sus manos y me la tendió.

Se la arrebaté para dejarla en el suelo con brusquedad y luego abrirla, encontrándome con una bolsa negra de basura. Fruncí más el ceño y metí la mano para sacar lo que había dentro.

—Ufff, qué asco —murmuró Tiago por el olor a muerto que provocó mi acto, se tapó la nariz con su camiseta para. Cuando vio lo que era, abrió los ojos con asombro y diversión al mismo tiempo —. ¿Qué mierdas...?

Pronunció mientras soltaba una carcajada.

Mis dedos estaban aferrados a una melena masculina, marrón y sucia. De mi mano colgaba la cabeza de Erik. Era el líder de la banda que iba a atacarnos, el aliado de Leonardo que me amenazó después de haber terminado con él y su negocio.

Tenía la cara llena de sangre seca, la nariz rota y los labios hechos mierda, parecían carne picada. Su boca se abrió ante la gravedad, causando que cayeran los restos de un par de ojos negros al suelo.

Lo que me llamó la atención de eso no fue la clara tortura a la que fue sometido Erik, sino la K que tenía marcada en la frente con un cuchillo.

—Vaaaya... —canturreó Tiago, riendo por la asquerosa imagen que nos daba esa cabeza arrancada del cuerpo de Erik —. Mira, tú piensa lo que quieras, pero a mí me encanta esa chica.

Reconocí mi cuchillo clavado en su cráneo. No entendí como fue que lo consiguió, ese era el que siempre llevaba conmigo. El que también fue de mi padre.

Qué hija de puta era.

Y como si no fuera suficiente para ella, dibujó con sangre una M que ocupó toda la mejilla derecha del tipo, indicando claramente para quién era el regalo.

—No sé ustedes, pero para mí es la mujer perfecta —la boca de Tiago siguió soltando tonterías —. Yo en tu lugar no me andaría con tantos rodeos, hazla tuya antes de que te la quiten. Espabila, hermano.

—Que se la queden si tanto les gusta—contesté a su comentario, dedicándole una mirada amarga —. Ahora calla y ve a hacer algo útil.

Con eso entendió lo que debía hacer. Se largó con una sonrisa plasmada en la boca a pesar de haberle amenazado con la mirada.

Volví a meter la cabeza en la bolsa de basura, llevándome la misma sobre el hombro.

En el mundo criminal, cortar la cabeza de un enemigo era una clara demostración de poder. Significaba agallas, valentía y valor a la hora de enfrentarse a alguien.

No quería admitir que Keyla poseía todas esas cualidades, pero así era. Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que el que mandaba y decidía era yo, no ella.

Para ser de los míos no se podía elegir la posición. O eras subordinado, o eras subordinado. Y eso era algo que Keyla no parecía querer entender.

Quería que le quedara claro, así que salí del perímetro, con el indiscutible objetivo de volver a meterme en su departamento.

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Por fin acabé el capítulo JDFHJKSKF

Sobre todo gracias a todas por animarme con los comentarios y mensajes

Ahora iré a comenzar el capítulo 15, lo publicaré lo más pronto posible :)

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora