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Su boca fue invadida por una sonrisa burlona, sus ojos me observaban audaces.

—No seas un rajado, Palacios —el tono de sus palabras provocaron una rabia inmensa dentro de mi ser —. Si vas a matarme, al menos que sea con tus propias manos.

Esa loca no tenía idea de lo que estaba provocando. Estaba seguro de que si llegaba a saber la mar de cosas que tenía planeado hacerle se convertiría en una oveja de lo más asustadiza.

—Lo que haré con mis propias manos es arrancarte la maldita lengua —solté en voz baja, sin perder el tono de advertencia —. Lárgate de aquí. No quiero volver a verte frente a mis ojos.

—Palabras como esas me sugieren que me quede.

No la entendía.

El otro día estaba enfadada y casi que juraba no volver a verme la cara, y ahora la tenía ahí frente a mí diciéndome cosas que demostraban todo lo contrario.

—Hazlo si tanto te atreves —desafié, empujándola lejos de mí.

Parecía que le gustaba el masoquismo, por más amenazas o empujones que recibiera de mi parte, jamás se borraba esa estúpida sonrisa de la boca. Sacudió y acomodó el cuello de su camiseta y me miró a los ojos, acercándose nuevamente a mí, sin miedo.

—Muy bien, entonces me estaré tomando unas copitas aquí fuera —señaló la puerta del cuartel. Me dedicó una última sonrisa burlona antes de pasar por mi lado, haciendo rozar nuestros pechos y chocando mi hombro a propósito.

En serio, esa mujer era una pesadilla. ¿Cómo demonios podía atreverse a dirigirse a mí de esa forma? Nadie lo hacía y a nadie se lo permitía, desde que ella llegó parece que eso se fue a la mierda,

La seguí con la mirada hasta que desapareció por la puerta, dejándola abierta. Antes de mezclarse con el gentío, alcancé a ver cómo se quitaba la sudadera, quedándose solamente en un sujetador negro de encaje.

No creía poder aguantar más. La rabia que me causaba su tranquilidad en mis locales me carcomía por dentro. ¿Cómo osaba venir a divertirse como si esto fuera una maldita discoteca de estúpidos adolescentes?

Mi mirada se clavó en Max en cuanto me giré.

Estaba sentado haciendo sus cosas, parecía no ser consciente de todo lo que sucedió.

—No vuelvas a dejarla entrar —le avisé con amargura. Me jodía tanto que la dejara pasar aun sabiendo que no soportaba su presencia ni en pintura.

—Lo siento, primo, pero no pienso arriesgarme a decirle que no a ella.

Genial, solo me faltaba que mis hombres se volvieran unos gallinas.

¿Por qué le tenían tanto miedo? Dylan, uno de mis guardias, me dijo algo similar cuando le ordené que impidiera su entrada. Lo saqué de su lugar y lo puse a limpiar el suelo.

Max era de mi sangre, y sabiendo que la fuerza no se le daba bien, decidí no meterle en eso. Si quería dejar de verla en mi territorio debía tratar el problema desde la raíz. Con eso en mente, dejé a Max solo y salí del cuartel, buscándola con la mirada.

No logré localizarla. Por unos segundos se me vino a la mente que al final le asustaron mis amenazas, pero luego entendí que eso jamás iba a ser así teniendo en cuenta su terquedad y el deseo que sentía por todo aquello que implicaba peligro.

Pude ver a Tiago en un esquina repartiendo la droga que traíamos a cambio de dinero. Decidí olvidar el tema de Keyla, últimamente mi malhumor había aumentado por su culpa, por lo que un par de tragos me iban servir.

Me fui a coger una botella de ron, ignorando totalmente al barman. Era mi local y podía hacer y dejar de hacer lo que me diera la gana sin el permiso de nadie.

Abrí la botella y tomé un largo trago mientras caminaba hacia Tiago para comprobar que todo fuera bien.

—¿Cuánto llevas?

—Quinientos treinta y cuatro dólares —me dijo mientras volvía a entregar otra bolsa. Volvió a recibir dinero a cambio —. Quinientos cincuenta.

Me tendió el montón de billetes que tenía en la riñonera, los agarré y los pasé como si fueran las páginas de un libro. Toda esa cantidad en tan solo veinte minutos.

Se los devolví para que los guardara, había llegado Sara al local.

Llevaba puesta una mini falda roja junto a unas medias negras de red y un top negro de cuero. Era una pesada que siempre me daba dolor de cabeza, pero no podía negar que se veía bien.

—¿Cómo fue? —preguntó sobre las ventas, envolviendo sus brazos en mi cuello.

—Bien —contesté, bebiendo de mi botella mientras la miraba. Ella acercó su cara la mía, con intenciones muy obvias. Apenas logró rozar mis labios antes de que Tiago interrumpiera, me codeó un par de veces en el torso. En cuanto lo miré, me señaló a una esquina, indicándome que mirara.

Le hice caso y bueno, lo único que vi fue a un tipo frente a una pared, dándonos la espalda, fruncí el ceño y volví a mirar a Tiago. Él bufó.

—¿No la ves? —volvió a señalarlo, esa vez con el dedo.

Entonces fue cuando logré ver el cabello negro de Keyla. Ese tipo estaba pegado a su cuerpo, tapando parte de él, pero tampoco se tenía que ser un genio para saber que se estaban comiendo la boca.

Ella tenía hundidos los dedos en su pelo mientras él comenzaba a bajar sus manos a otras partes.

Seré sincero, me molestó que viniera a mi club como si nada y que encima se pusiera a ligar con hombres que seguramente trabajaban para mí. Empuñé mis manos para no ir ahí y arrancarle la cabeza, si no lo hacía era para que no pensara cosas que no eran.

Tensé la mandíbula, y bebí de la botella de ron con rabia.

Desvié la mirada de ellos y la clavé al frente. Sara quiso volver a intentar besarme, pero esa vez la alejé de mí, dejándola confundida.

—Ahora no —espeté con el ceño fruncido. Me alejé de ella, dirigiéndome directamente a la barra. Me senté en uno de los taburetes que permanecían delante.

Tomé otro largo trago y no pude evitar volver a mirarlos. Desde donde me encontraba podía verle la cara a ella.

La observé con fijeza, mi intención era que notara mi maldita mirada de una vez. No podía venir y hacer ese tipo de cosas en mi local sin mi permiso, yo mandaba ahí y ella no podía. Si se llegara a quejar pues que se fuera a la mierda y que no volviera a venir.

No podía verme porque estaba ocupada en su boca, fue entonces cuando el tipo bajó a su cuello. Ella apoyó la cabeza en la pared, y clavó sus ojos directamente en los míos, como si supiera a la perfección que yo estaba ahí.

Los tenía rojos y brillosos. Me dedicó una pequeña sonrisa perversa, y con ese simple gesto supe que más que nada estaba disfrutando del placer que le causaba la marihuana recorrer su cuerpo.

El iris gris de ellos agarró un tono más oscuro, convirtiendo su mirada algo más sombría, aunque sin perder el brillo perverso.

Desvié mi mirada de ella y tensé la mandíbula sin ser consciente de ello. Bebí más para olvidarlo, no quería mirar pero sabía que mis ojos me iban a fallar, así que me levanté y salí por la puerta trasera que daba al callejón donde aparcamos la furgoneta.

Abrí la puerta de adelante y saqué la marihuana en bolsa. Saqué una hoja de librillo y comencé a armarme un porro, terminando por pasar la lengua y sellarlo. Lo prendí mientras me apoyaba en una de las paredes del callejón.

Solté un suspiro en cuanto di la primera calada, apoyando mi cabeza en la pared, permitiéndome unos segundos de tranquilidad.

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora