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Keyla

El dolor recorría mi nuca como un escalofrío, causando inmediatamente mis quejidos, que se escuchaban lejanos a mí. Me dolía la cabeza y mis oídos pitaban. Al principio no entendía nada, pero segundos después lo recordé. Claro, eso solo podía ser cosa de una persona. Una persona que estaba empezando a conocer muy bien.

Por el dolor que sentía en la nuca y en la cabeza, deduje que me había noqueado golpeándome en ese concreto punto que te hacía caer al instante. El hecho de conocer el cuerpo humano lo hacía aún más peligroso. La inteligencia siempre fue una arma poderosa.

Poco a poco, mis oídos pudieron captar los sonidos de mi alrededor. Escuchaba a gente hablar, grillos, algo quemarse y un cuchillo siendo afilado. Abrí mis ojos, pero seguía viendo todo negro. Era así porque la venda que me rodeaba la cabeza me impedía ver.

—¿Seguro que no está muerta? —escuché una voz femenina a mi lado. No me sonaba haberla oído antes —Lleva así más de ocho horas.

—No lo es...

—No lo estoy —termino por el que reconocí como Kevin. Enseguida todos se callaron, creando al instante un silencio nuevamente ensordecedor, al menos para mí —. Sigo viva, no se hagan ilusiones.

Lamí mis labios secos para poder continuar hablando.

—¿Me van a soltar o tengo que invocar a mi...?

—Quítenle la venda —la voz de Mateo fue lo único se escuchó. Estaba lejos y habló con un tono de pocos amigos. Seguía enfurecido.

—Oh, ya llegó —alcé las comisuras de mis labios con diversión.

Sentí los pasos de alguien acercarse hacia mí y seguidamente las manos del sujeto desenredar el nudo de la venda. Tras unos segundos pude analizar el lugar y la situación.

Estaba sentada en el suelo, atada a un tronco clavado en la tierra. Era de noche y delante tenía una hoguera gigante. A mi lado estaba sentado Kevin, quien estaba concentrado reparando un teléfono bastante viejo, de la década del 2000.

Me habían quitado mi ropa, ahora llevaba unos shorts de hombre y una camiseta de tirantes que me quedaba ancha. Sabían que yo llevaba armas hasta en las bragas, me parecía muy normal que me quitaran la ropa.

Otras diez personas rodeaban la hoguera, incluyendo a Mateo, quien estaba afilando la hoja de su cuchillo. Todos me miraban, así que yo hice lo mismo con ellos, terminando con Mateo. Al cruzar nuestras miradas, pude notar los oscuros que estaban sus ojos.

Ja, seguía enfadado.

—Sé que te dije que me pones caliente, pero tampoco era para que te lo tomaras taaan literal —señalé con mis ojos la gran llama de fuego.

Él no dijo nada ante eso, aunque pude ver un par de sonrisas divertidas por parte de sus compañeros.

—¿Me vas a quemar? —cuestioné observando mi alrededor.

La única respuesta —si se le puede llamar así— que obtuve fue una risilla femenina. Desvié mi mirada a la chica. Estaba sentada junto a Mateo, muy cerca de su cuerpo, demasiado. Tenía una de sus piernas encima de la rodilla de él.

La miré fijamente y, al desconocerla, la analicé. No sabía quién era ni por qué parecía tener un vínculo tan personal con Mateo.

—Peor —dijo, contestando a mi anterior pregunta, la cual, por cierto, iba solamente para Mateo.

Sonreí con burla hacia ella mientras seguía observándola.

—Tú calla, fantasma, que no te pregunté a ti —las palabras salen de mi boca de forma casi automática.

Criminal - Mateo Palacios (Trueno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora