Deyna.
El ruido de las sirenas me terminará volviendo loca. No entiendo lo que sucede, mi mente está en suspenso desde que ganamos y salimos del estacionamiento; solo recuerdo que al señor Belova no le agradó la idea de que viniéramos caminando, pero ya lo teníamos en mente y es una manera de relajarnos, aunque estuviésemos un poco cansados.
Sin embargo, capto el momento en el que Dylan palidece y su rostro cambia de manera drástica, sus pasos son torpes y apresurados, no avanza de la manera que le gustaría. La curiosidad por lo que le pasa pica mi cuerpo, pero cuando escucho las palabras atropelladas de la señora que se acerca a él, soy incapaz de articular palabra.
Solo me atrevo a ir detrás de Dylan cuando sale corriendo hasta su casa, pero unos policías que custodian la entrada lo retienen, impidiéndole el paso al interior de ésta. Se sacude con fuerza entre los brazos de aquellos hombres fornidos, quienes son capaces de hacerle daño con tal de que se tranquilice.
Entonces, otro hombre se dirige a ellos y decido apresurar el paso para llegar primero.
—El paso no está permitido, tranquilícenlo y llévenlo a otra parte —ordena el recién llegado.
—¿Pueden hacer una excepción? Son sus padres, las únicas personas que tiene o... tenía en su vida. Denle un segundo para que los vea y, tal vez, despedirse. Les prometo que no dejaré que toque nada.
Mis palabras los ponen a pensar. Sus ojos feroces me observan de arriba abajo, haciéndome creer que rechazaran mi petición, que Dylan no tendrá una última oportunidad de ver a sus padres, aunque sea con una sabana blanca sobre sus cuerpos.
—Solo es una oportunidad, la última que tendrá —no suelo suplicar, pero debo de intentar algo, aunque sea algo mínimo.
Él sigue siendo retenido entre los hombres, no pierde el tiempo mirándolos ni mirándome, solo intenta llegar a la puerta mientras extiende los brazos y las piernas sin tener éxito alguno. Sus ojos desorbitados tratan de retener inútilmente las lágrimas que aparecen en ellos.
Si lo sigo observando, me derrumbaré junto a él.
—Denle el paso —permite nuestro acceso al lugar—. La escena está en la sala principal, no pueden entrar, pero sí observar y seguir al segundo piso. Si estropean alguna evidencia, será tu culpa, morenita.
Su amenaza no me provoca nada.
—Como diga, señor —le respondo de la misma manera en la que él habla para entonces sostener a Dylan e ingresar a su hogar.
Un médico forense entra primero que nosotros, seguido de unos paramédicos que llevan un par de camillas. Siento el cuerpo del muchacho temblar junto a mí, caigo sus brazos sobre mis hombros para que mantenga el equilibrio y no termine estrellando su bonito rostro contra el piso.
Joder, ¿qué estoy diciendo?
Sacudo la cabeza antes de detenernos en una puerta ancha rodeada de cinta amarrilla. Hay sangre salpicada en los sofás y las paredes, un teléfono móvil tirado en el suelo, mientras que dos cuerpos están cubiertos por sábanas blancas tendidos en los muebles, como predije hace un rato.
En uno solo puedo notar una cabellera castaña expandida en el espaldar del sofá, así que ya sé de dónde salió su cabello castaño.
Dylan libera mis hombros, soltando unos sollozos. Pensé que perdería la cabeza y entraría a la sala donde están sus padres, pero me equivoqué; simplemente se pasa ambas manos repetidas veces sobre su cabeza mientras da giros lentos sobre su mismo eje. Llora sin consuelo alguno y, cuando está por caerse, termina sentado en las escaleras.
Por última vez, observo de soslayo los cuerpos antes de dirigirme a donde Dylan. Me coloco a su costado de manera lenta como una tortuga, en un escalón más arriba de donde se encuentra. Oculta su cabeza entre sus rodillas como si fuese un niño pequeño e indefenso, aunque es así, ha perdido a sus padres de una manera trágica y sangrienta.
No obstante, me niego a llorar junto con él porque eso no resolverá nada. Mejor dicho, debo ser el hombro sobre el cual él llore.
Debo ser fuerte para él.
Acaricio su cabello como una vez llegó a hacerlo conmigo. Peino con mis dedos ese pelo castaño ondulado con la intención de que se sienta mejor, de que no se sienta solo como me he sentido alguna vez.
Cuando menos lo espero, Dylan alza su cabeza y me observa. Sus tristes ojos se conectan con los míos, no dice nada, luego mira al frente y suspira. Estruja sus manos contra su rostro, limpiando el rastro de las lágrimas que ha soltado.
Se pone de pie en un brinco mientras se arregla el cinturón negro de su pantalón rojo y me vuelve a mirar. Frunzo el ceño, confundida con su actitud, pero tomo su mano cuando la extiende hacia mí. Subimos las escaleras a paso lento, sin prisa ni apuro en llegar a... donde sea que vamos.
—Estoy avergonzado.
Su murmuro ronco me pone los pelos de punta e instintivamente paso mi mano libre por mi brazo, limitándome a apretar un poco su mano contra la mía.
—No te preocupes —digo en un susurro apenas audible—. Yo, tú y cualquiera en esta situación estaría como estás. Es algo normal, supongo.
En este caso, soy yo quien se siente avergonzada. Me gustaría tener más palabras que le sirvan de consuelo, ser más abierta para que no se sienta tan... así.
Seguimos atravesando el amplio pasillo hasta detenernos en la segunda puerta a la izquierda. Dylan no suelta mi mano cuando abre la puerta e ingresamos a un gran espacio que, creo, es su habitación. Las paredes están pintadas de un tono gris, hay calcomanías de signo musicales, algunos posters de grupos famosos, entre los que más veo, de The Chainsmokers.
Veo un cuadro pequeño en una mesita de noche con cuatro personas, una pareja, un señor adulto y un niño pequeño, supongo que son sus padres y abuelo cuando lo veo sentarse en la cama y observar detenidamente la imagen.
—Esta habitación tiene una gran historia —murmura.
—Si quieres me la puedes contar.
Con vergüenza, me siento a su lado. Observo todo nuevamente, mientras que mi mirada viaja al balcón que deja ver los grandes árboles que hay detrás de la casa, la cual se puede considerar mansión.
—Mis abuelos hicieron a mi madre aquí —hace el amago de sonreír, pero el brillo no llega a sus ojos—. Luego, mis padres solían pasar mucho tiempo aquí, en ese entonces no era una habitación para dormir directamente, sino una pequeña sala de recreación o algo así. Cuando mis abuelos se dieron cuenta de que me gustaba estar aquí, la convirtieron en mi habitación y...
Sus palabras quedan inconclusas cuando baja la mirada. Cuando hago el intento de insistir, me jala de una manera desprevenida y ambos terminamos acostados. Él me rodea con fuerza mientras me abraza y esconde su cabeza en mi cuello. Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras trato de controlar los latidos de mi corazón. Nunca había dormido con un chico, y menos con uno que me gusta.
Al cabo de largos minutos, cuando el bullicio de las ambulancias y policías han disminuido, termino cediendo al sueño. Sin embargo, la verdad no me deja dormir en paz, agita mi interior y martiriza mis sentidos.
—Yo lamentablemente conozco al asesino.
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Tus Rizos
Teen FictionEntre miradas y saludos casuales, dos jóvenes se entenderán más allá de lo que se podría explicar, y la música junto con el latir de sus corazones es algo que tampoco necesita explicación. Sin embargo, entre ellos se interpone una gran brecha creada...