Capítulo 2

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Dylan

Caminando de regreso a casa, paso nuevamente por frente de la cafetería, inconscientemente observo el interior del local, pero una cabellera rizada obstaculiza mi vista. Siento un cosquilleo en mi interior y me percato de que es la chica de esta mañana.

Rizos.

Sus rizos se ven tan llenos de vida como a las primeras horas del día y me llega la curiosidad de tocarlos, pero continuo mi camino, aunque ella se detiene varios metros delante de mí e inconscientemente me detengo también. Siento que si me acerco más de lo debido no podré parar de mirarla y apreciarla.

Justamente me siento como un acosador.

Mi nuca se eriza al percibir una mirada sobre mí, miro a su dirección, y está observándome. Sus ojos son unas nubes grises cargadas de agua en un cielo despejado, trayendo una eterna tormenta consigo y así mismo me siento, con un huracán en mi interior con tan solo mirarla.

Le sonrió para que no note mi estado de paralización causado por ella. Sin embargo, gira su cabeza para posteriormente tomar la oportunidad de cruzar la calle y me quedo vacío en ese momento. Siendo ella tan cerrada, como si no quisiera que nadie se le acercara y, obviamente entiendo que no empezará a hablar conmigo como si fuéramos los mejores amigos desde hace muchos años. Solo soy un cliente más que ha ido a la cafetería en la que trabaja.

Me atormenta tanto sentirme tan atraído a una chica, que el sentimiento es abrumador. Deseando que esa atracción desaparezca, pero a la vez, no.

Al llegar a casa, tomo la decisión de ducharme para aclarar mi mente y me visto con solo mi pantalón de pijamas. Me lanzo a la cama y cojo la laptop para revisar mis emails y, de paso, realizo las tareas de la institución. Puede que sea poco común, pero soy un chico aplicado en clases porque mi madre posiblemente hiciera todo un espectáculo si no soy eficiente en esa área.

Minutos después, mi estómago ruge pidiendo algo de comer y, de inmediato, bajo a la cocina encontrándome con mi madre de frente. No tengo la mejor relación con ella, pero siempre ha estado cuando la necesito y tiene el don de saber las cosas sin necesidad de decírselo.

—Ya le dio hambre al jovencito, ¿verdad? —asiento rascándome la nuca por la confusión. Ella nunca es informal, ni siquiera cuando está en casa—. ¿Sabes que hay un tema pendiente?

—Ni lo menciones —y ya entiendo por qué tan relajada.

Tenemos un tema pendiente sobre lo que haré después de terminar el año escolar.

—Como ya sabes a lo que me refiero, toma asiento y escúchame.

—Pero, madre...

—Sin peros, jovencito...

Me da una de sus miradas de reproche cuando hago algo mal, y la obedezco resignado. Creo que no supero mi miedo a ella.

***

Otra vez no dormí muy bien anoche gracias a la conversación que tuve con mi madre. Ella empezó a hablar sobre a qué universidad iría, la carrera que debo de elegir -contabilidad- y cosas relacionadas con mi futuro, y las ideas que dio no me gustaron para nada. Mientras tanto, yo solo tenía pensando terminar este año y trabajar como alguien normalmente lo haría, ¡pero claro! Mi madre no piensa lo mismo.

Cierro la puerta principal detrás de mí y voy en dirección a la cafetería. No dudo en que lo convertiré en mi rutina favorita.

Entro al local y, como de costumbre, el olor a café inunda mis fosas nasales. Esta vez tomo asiento en la barra y un señor de pelo azabache, ojos marrones llenos de experiencias vividas y alguna arruga en su rostro, está limpiando el mostrador, fijándome en un logo de su camiseta confirmo que posiblemente sea el dueño del lugar.

—Buen día, muchacho. ¿Qué le ofrecemos? —me pregunta el señor.

—Solo café negro, por favor -hago mi pedido y el comienza a trabajar en eso.

—¿Es costumbre en tu hogar tomar café? -me pregunta al momento de entregarme el café.

—A sinceridad, no. Pero siempre me ha gustado el café desde muy pequeño, a decir verdad.

Río levemente cuando el recuerdo llega a mi mente, a mis 3 años le quitaba la taza de café a mi abuelo para tomar un trago del líquido.

El señor asiente muy sonriente y sigue en lo suyo. Mientras tanto, inconscientemente busco una cabellera rizada, pero al no la verla por parte, me siento desilusionado al instante. Si niego que no anhelaba verla, mentiría con descaro porque es el principal motivo por el que vengo.

La campanilla de la entrada suena, la mirada del señor detrás del mostrador se dirige allí y niega con la cabeza, sigo su mirada y la veo, va rápidamente a la parte de atrás del local, lo más seguro es que esté llegando tarde, pero sin duda alguna se ve deslumbrante. Su pelo rizo está en una desordenada media cola y su rostro refleja que ha estado está muy tarde despierta, pero sigue su camino sin mirar para ningún lado.

Duro unos minutos más, antes de comenzar a recoger algunas de mis cosas que había sacado sobre la barra. Dejo mi pago y la taza en el mostrador, antes de ver una figura acercándose para recoger lo que he dejado.

Nuestras manos rozan por una milésima de segundos, enviándole una especie de cargas eléctricas por todo mi cuerpo. Alzo la vista y la observo, sus amplios ojos grises me miran y, si no me equivoco, creo que ha sentido lo mismo que yo.

Le sonrío como siempre mientras me despido, saliendo con una gran sonrisa del lugar.

De verdad, que tengo que venir más seguido aquí.


Tus RizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora