Capítulo 10

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Era viernes y estaba en el parquecito del instituto. Siendo la última hora, me despedí de los chicos y cogí rumbo a casa. En el camino iba tarareando Home de Martin Garrix con el ritmo en mi cabeza. Las canciones del intérprete me recuerdan a Rizos y la hermosa sonrisa que me regaló al terminar la coreografía aquella vez.

Recordando también, que anoche fue la cena en mi casa y cumpliendo con mi palabra, no asistí a dicha reunión. No obstante, lo que oculta mi madre me atormenta.

Como siempre paso por la cafetería y el señor que, si no me equivoco, se llama Borris, se encuentra cerrando el local, pero al notar mi presencia se gira a saludar.

—Chico, ¿Qué tal? —me extiende una mano para saludarme.

—Todo bien —le respondo sonriente.

—¿Sabes? Te quería volver a agradecer cuando salvaste a Deyna, ¿recuerdas? Fuiste como su príncipe azul en ese momento —sonrío ante el elogio y los recuerdos del momento llegan a mi mente.

—No tiene que hacerlo. Ella me dio las gracias —me encogí de hombros restándole importancia, aunque recodando que no me agradeció como una persona común lo haría, ella lo hizo a su manera. Muy original.

—Solo te diré algo —fija sus ojos oscuros en mí—. Ella es complicada por varias razones, sabrá ella por qué. Solo sé que es una chica increíble, así que tenle paciencia —finalizó con una sonrisa.

Después de despedirse, ingresa a un vehículo que lo está esperando.

Inconscientemente sonrío y después de cruzar, oigo música a alto volumen y, como las calles están despejadas, escucho risas de fondo.

Acercándome al lugar de donde proviene la música, observo a través de una ventana y el desordenado pelo morado de Rebecca aparece en mi visión mientras baila al ritmo de Like I Do de Martin Garrix, David Guetta & Brooks. Veo que ríe con alguien, y siento curiosidad por saber quién es.

Se ve relajada, y como aquella vez, bailaba shuffle con increíble agilidad y divirtiéndose como siempre. Solo llevaba puesto unas medias negras en sus pies, un pantalón corto de pijama del mismo color y un camisón gris que se alzaba con cada uno de sus movimientos, dejándome percibir su ombligo y parte de su abdomen.

Ahora me siento como acosador.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir como mis latidos se aceleran por escuchar una carcajada de su parte. Verla sonreír es lo más bonito del día.

Sigo admirándola desde la ventana hasta que mi vista se bloquea por una tela gris, trago saliva y alzando la mirada para encontrarme con sus ojos grises que, pareciendo nubes cargadas de abundante agua, taladran mi interior y con su ceño fruncido, confirmo que está furiosa.

Sin previo aviso, cierra la ventana majándome los dedos en el proceso y grito por el dolor palpitando en mis dedos, pero luego vuelve a abrirla.

—Ya sabía que eras acosador, pero por lo menos disimula —escucho su voz suave pero autoritaria a través de la música alta—. Por cierto, te lo merecías.

Con una sonrisa nerviosa que le di e ignorando el dolor en mi mano, sigo mi camino mientras suelto algunas carcajadas por lo sucedido.

***

Como ya es sábado, decido caminar por el parque de la ciudad.

Las extensas áreas verdes y árboles frondosos son el escenario perfecto para despejar la mente, y aquí me encuentro, pensando en todo y a la vez en nada. Doy lentos pasos sin un rumbo específico, pero me acerco a ver el lago, tan cristalino y sereno como siempre, brindándome la paz que he querido en toda la semana. Sin embargo, eso no es posible.

¿Por qué?

Porque la veo desde la distancia y los latidos de mi corazón se aceleran, e inconscientemente me dirijo a donde está sentada frente al lago. Está de espaldas, pero sé que es ella porque identificaría su cabellera rizada en cualquier lugar, sin importar toda la gente que estuviera rodeándola.

Al llegar a su lado, me percato de su estado de ánimo, aunque está absorta en sus pensamientos, sigo observándola y los recuerdos de lo sucedido ayer llegan a mi mente. Pero ella me saca de mis pensamientos cuando pronuncia algunas palabras.

—Cuando termines de llegar, toma asiento —dice sin dirigir sus ojitos bonitos a mí.

Tomo asiento en el césped verde y sigo sin quitarle la mirada de encima. Me tiene hechizado.

—¿Sabes? Quiero a un estúpido para que me escuche.

—Lamento decepcionarla, señorita, pero no hay ningún estúpido por aquí —finjo mirar a los lados—. Solo estas acompañada por un sexy y hermoso chico de ojos marrones y hermosa sonrisa que soy yo —le sonrío coqueto y ella solo me mira con una cara de en serio.

—Eres estúpido, lo sabes, ¿verdad? —ella dice rodando los ojos cuando estallo en una profunda carcajada, pero que, al recobrar la postura y el aliento, seguimos en silencio, con nuestras miradas fijas en el cristalino lago frente a nosotros.

—¿De qué querías hablar? —decido romper el silencio mientras espero su respuesta. Pero antes de eso, ella suelta un suave suspiro.

—Te puedo contar una historia corta, ¿cierto? —me contesta y asiento para que continúe—. Existía una mujer a la que consideraban bruja, fue asesinada por realizar supuestos rituales satánicos. Dejó a una hija huérfana y a un padre que no pudo hacerse cargo de ella, y la entregó a unos hombres. Cuando la niña tenía diez años ya sabía todo lo que un hombre aprendería en toda una vida. Al final, fueron atacados por unos enemigos y ella se queda sola. Con la mínima esperanza de que algunos de ellos que fueron su familia, sobreviva y vuelva por ella.

La morena da por finalizada su corta historia y me quedo pensando, analizando cada palabra que ha salido de sus labios y por su expresión perdida, doy por hecho que me está contando su historia.

—¿Basado en hechos reales?

—Basado en hechos reales —susurra mientras muerde su labio inferior y baja su mirada.

—¿Y cómo sobrevive la niña? ¿Qué cosas aprendió? —pregunto y ella sonríe con nostalgia.

—Una de las cosas que aprendió fue a conducir cualquier vehículo sin importa la cantidad de llantas que tenga, ella lo conduce. También, sabe hacer los mejores muffins que puedan existir —suelta una pequeña risa y, aunque siento que oculta más de lo que cuenta, decido no seguir preguntando.

Al final nuestras ligeras risas, ella fuerza una sonrisa.

—¿Sabes? A pesar de todo, esa niña está rota. Sigue con la estúpida esperanza de que vuelvan por ella después de cinco años de espera, y contando... ¿Crees que la niña deba seguir con su esperanza? —sus ojos grises me miran con nostalgia, pidiendo a gritos que sea honesto y diga mi punto de vista.

—Si no han vuelto después de cinco años, dudo que lo hagan. Ojalá no sea el caso, pero lo más sensato es seguir adelante —suelto rotundamente mis palabras.

—Es lo mismo que le digo —ella inclina la cabeza y por el rojo de su nariz, sé que está aguantando las lágrimas.

—Pero tranquila, la niña no debería estar sola, cuando digo "seguir adelante", me refiero a que se relacione con personas que la apoyen, porque

Sus sollozos son lo próximo que percibo y me precipito a abrazarla, dejando que refugie su rostro en mi cuello. Me brinda la oportunidad de tocar sus rizos, como aquella vez frente a la cafetería.

Mi corazón se calienta por sostenerla de nuevo y mis palabras salen firmando una promesa que me hago en este instante.

—Ten por seguro que no vas a volver a sentirte sola. No después de haberte conocido, Rizos.

Tus RizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora