Capítulo Once

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Respiro antes de entrar a la habitación de su novia y luego lo hizo con una sonrisa. Espero con ansias encontrarla durmiendo pero no sus ojos están bien abiertos esperándolo de hace bastante tiempo.

La señora Sharon le da una mirada de aprobación para que termine de entrar y él se acerca más a la camilla donde por primera vez se anima a mirar a Ámbar que tiene su rostro dirigido hacia su novio.

—Voy a ir a la cafetería a tomar un té, así los dejo hablar y cuando vuelva quiero ver que comiste toda esa comida hija —ordenó duramente y después de un asentimiento de parte de la joven los dejo solos.

—Lo siento, yo iba a decírtelo pero...

—Ámbar, tu mamá tiene razón, come la comida por favor —se lo acercó una mesa con comida de hospital y a ella se le revolvió el estómago pero acepto comerlo.

—Amor, yo siento que te enterarás de esta forma —se disculpo luego de tomar un poco la sopa—. Tenía mucho miedo de que me dejarás después de saberlo.

—¿Y por qué lo haría?

Matteo estaba contenido las ganas de gritarle, en lugar de ello, trato de controlarse por más difícil que fuera. No era el momento de reclamar nada. Ella tenía que seguir con el tratamiento y él estaría acompañándola.

—Porque siempre quisiste ser papá y yo no puedo darte esa felicidad —lloró de tristeza la chica rubia—. Cualquier chica puede hacerlo y te irías dejándome sola —bajo su rostro lleno de lágrimas sintiéndose ridícula pero levantó de inmediato cuando un ruido fuerte en la pared lo alerto, si Matteo había perdido la calma—. ¿Qué te sucede?

—No puedo creer que no me conozcas ni la mitad —murmuró de dolor y no solo por la sangre que empezó a brotar de su mano por el golpe sino por ver que la persona que más quería en el mundo no confiaba.

—Matteo, ¿qué...

La madre de la joven entró a la habitación cuando escucho el golpe y se preocupo. Fue mentira que iría a la cafetería y ambos jóvenes lo sabían, ella sólo quería que hablen para aclarar sus dudas pero no pensó que se encontraría con esa escena.

—Por dios, ¿qué hiciste? —exclamó más preocupada al ver su herida que no dejaba de sangrar—. Hijo, ve a enfermería para que te curen y yo me quedo con ella.

—No se preocupe, estoy bien —negó el italiano ya que el verdadero dolor no lo tenía en la mano.

—No te estaba preguntando tampoco, te estoy ordenando que vayas a enfermería ahora mismo —habló tan molesta que no le quedo otra que asentir dispuesto a salir de la habitación—. No me interesa saber que fue lo que le dijiste para que él haga tremenda locura contra la pared pero la próxima tenés que tener más cuidado.

Ámbar acepto el consejo de su madre y volvió a empezar a comer antes de que ella hiciera alguna referencia. Conocía a su progenitora y sabía que en nada se le podría llevar la contra.

(...)

Jim lloró toda la noche. En silencio sus lágrimas caían sin pedir permiso y ella las eliminaba para que la siguiente cayera con más fuerza. Los ojos hinchados, la sonrisa forzada y la mirada perdida fue como la encontró su novio.

—Jim, ¿estás bien? —se preocupo Ramiro al verla tan débil.

—Si, estoy bien —mintió sonriente—. Pude haber muerto, lo que hubiera sido mejor, pero aquí estoy.

Su ironía no entendió su novio.

—¿Por qué hubiera sido mejor? —cuestionó sin comprender sus palabras.

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora