Capítulo Ocho

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Nina siempre llegaba temprano a clases, odiaba tener que ser vista por todos los alumnos de su curso cuando se dormía, lo que pasaba siempre que tenía pesadillas y eso no había vuelto a pasar desde la última vez hace ya dos días.

—Entonces, ¿no le dijiste nada a Matteo? —cuestionó en un tono neutral cuando Ámbar le contó lo que había pasado el día anterior.

—No.

—En algún momento, se lo vas a tener que decir —sugirió y vio el temor en su expresión.

—Pero, ¿y si me deja? —temerosa miró a la chica de lentes—. Estoy segura que él intuye que algo hay y Lunita va a aprovechar cualquier oportunidad para decirle.

—Por eso que mejor que se entere por vos que por tu prima, ella va a mentir sin ningún remordimiento —aconsejo y la chica rubia al menos lo pensó—. Además, dudo que Matteo vaya a dejarte porque te ama demasiado Ámbar.

—Eso lo dices para que me sienta mejor.

—Lo digo porque lo creo —contradijo y la conversación terminó ahí porque cada una debió ir a su curso designado.

Nadie lo notó pero el italiano estaba escuchando en una distancia que ninguna de las dos pudiera verlo porque quería saber qué era eso que tanto le ocultaba su novia. Se sorprendió al saber que la chica de lentes lo supiera pero no iba a enojarse con ella cuando él también le oculto su secreto a su novia.

Sabía que Nina era una chica en quien todos confían y por eso siempre acuden a ella para secretos así por lo que Ámbar tenía razón él intuía lo que podría estar pasando.

No podría estar más alejado de la verdad.

(...)

En primera instancia, verlo entrar con una mirada despreocupada y sin ánimos de nada no le sorprendió a Delfi pero cuando sus ojos claros chocaron con sus oscuros supo que algo andaba mal con él. Se obligó a si misma a desviar sus ojos hacia el profesor de Biología que explica el tema a la clase.

Pero no pudo hacerlo por mucho tiempo ya que siempre volvía a caer en la trampa de mirarlo sin que se diera cuenta o quizás él lo sabía porque se mostraba más serio que de costumbre. Suspiro desviando de nuevo el rostro obligándose a pensar que no era su problema.

«El puede hacer con su vida lo que quiere».

Claro que aceptarlo era más difícil que pensarlo. Todavía tenía la sensación melancólica de los recuerdos de aquel día en la bicicleta. No quería pensar en lo que podía haber pasado si él no le gritaba de esa forma.

«Vamos, Delfi, concéntrate. Tú puedes».

Gastón respiro con tranquilidad cuando dejó de sentir su mirada en su perfil por lo que ahora era su turno de mirarla. Sonrió muy apenas cuando la vio arrugar su cara en un claro disgusto por no entender lo que decía el profesor y estar distraída.

Dejo de observarla cuando recordó su dolor. Las palabras fuertes que había usado su madre la noche anterior cuando él llegó a altas horas y su rostro encajado en una línea recta de decepción.

Mentir no era lo difícil. Lo difícil era saber que no había manera de que ella se sintiera bien con todo lo que él hacía y no la culpaba. Sabía que había hecho un montón de cosas que terminaban con su decepción aún así él las seguía haciendo sin ninguna intención de enmendar su error.

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora