Capítulo Veintidós

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Respiró profundo antes de entrar. En ese instante, sintió que sus pies flaquean. Se recompuso casi de inmediato pensando que ya estaba en el baile, no podía rendirse tan fácilmente. Abrió la puerta, está rechino como otras veces. Lo primero que vio fue al hombre canoso que la había llamado pidiendo que la visitará.

Caminó a su encuentro fingiendo emoción —no podía decirle la verdad—. Él la recibió con una sonrisa nerviosa y el bebe en sus brazos sonrió. El niño de diez meses de vida se puso muy contento cuando la reconoció. Los ojos del hombre canoso se nublaron de la lágrimas y ella quiso asegurarle que todo estaría bien. Pero no debía hacerlo, bajo ninguna circunstancia.

El niño se abalanzó sobre ella y no se pudo resistir que lo tomó en brazos sintiendo que debía luchar. Por ese bebe de ojos azules vivaces y por ella. Miró al hombre mayor con una sonrisa tratando de lograr que así se pudiera tranquilizar, claramente no lo logró. Suspiró abrazando al pequeño, quien no se merecia lo que sucedería.

—Que bella escena familiar —habló alguien saliendo de detrás del mostrador y que hasta el momento no había visto.

El abuelo del pequeño en un movimiento rápido le quitó al niño de sus brazos cuando observó que ese hombre se acercó a ella con una arma en su mano derecha. Nina fingió no estar afectada por esa nueva persona aunque su cuerpo se estremeció al ver su rostro lleno de cicatrices que en sus pesadillas siempre terminaban en un final trágico, ella nunca sobrevivía.

—Aquí me tienes, déjalos ir a ellos —ordenó con dureza en su voz Nina.

—Acá las órdenes las doy yo —dijo con rudeza el hombre de la cicatriz y en su voz rasposa se pudo notar el odió profundo hacia la joven—. Y la primera es que te saques ese chaleco antibalas y lo tires despacio hacia mí.

Nina lo miró dubitativa, era su única salvación. Sin él, cualquier momento podía no contarla aunque no tenía alternativa porque ese hombre podría disparar hacia su cabeza y tampoco sobrevivirá. El hombre notó que se veía confundida de acatar esa orden así que caminó hasta su «abuelo» con un objetivo.

—O lo haces por las buenas o por las malas, ¿vos decidís? —le preguntó apuntando ambos con su arma. Ante eso la duda desapareció, se sacó el chaleco y muy lentamente lo hizo llegar hasta el hombre—. Muy bien, no era tan difícil.

—No te preocupes, bonita —habló una voz a su espalda que la hizo saltar por el acercamiento y el estreñimiento de sabe de quien se trata—. No queremos que sientas mucho, mucho dolor.

«Mente en fría, Nina. No aflojes ahora» pensó rápidamente cuando lo tuvo frente a ella y unas enormes ganas de sacarle el arma le invadieron. Sin embargo, ella no es una asesina. Ellos lo eran y especialmente ese señor que se regocija de su rostro furioso. Pero nadie previó lo que sucedió a continuación, dos jóvenes entraron al local.

Nina los miró desencajada, se suponía que no se meterían en medio del plan y que ni siquiera la seguirían pero ahí, frente a ella, se encuentran Benicio y Simón. Si hubieran estado en otras circunstancias se habría reído porque verlos luchar por una causa que no era de ellos la hacían sentir muy querida.

—El bar está cerrado —anunció el hombre de la cicatriz escondiendo el arma.

—No estamos acá por el bar... —comenzó a hablar el joven italiano con sorna.

—Estamos acá por ella —completó Simón observando que Nina ya no tiene el chaleco antibalas por lo que como si fuera su escudo ambos se posicionaron unos pasos más adelante—. ¿Y ustedes?

—Como son las casualidades, ¿no? —inquirió el hombre masculino que había matado a los amigos de Nina—. Nosotros también estamos acá por ella porque nos ha traído varios problemas.

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora