Capítulo Tres

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Por una milésima de segundos quiso matar al chico mexicano cuando la atrapó por la cintura para que su cabeza no chocará contra el piso. Entonces, como si volviera en sí los separó para ponerse de cuclillas y mirarla buscando el problema hasta que Emilia fue la que se dio cuenta que algo andaba muy mal.

—Quítate Benicio —exigió empujando al italiano a un costado para hacerle señal a su amigo para que la ayude a levantar y sentarla en una silla—. Se desmayó —confirmó tocando su frente por si tenía el rostro caliente—. ¡Pedro! —gritó ya que seguían alejados de la barra.

El moreno hizo acto de presencia tan rápido que se quedó mudo al ver a la chica de lentes en esa posición y con los ojos cerrados. Tuvo la impresión de que —por primera vez— no sabría como manejar la situación.

—¿Puedes traer agua y un poco de alcohol si tienes? —preguntó la chica mexicana como si fuera lo más obvio y él no dijo nada ni mucho menos se movió—. Pedro es para hoy, ¡muevete!

Él pareció reaccionar y se alejó para ir a buscar lo pedido. A los pocos minutos después volvió con dos vaso de agua ningún rastro de alcohol. Ella salpico un poco en su mano para pasarle por el rostro de la chica de lentes que parecía no reaccionar.

—Hay que llamar a un médico —murmuró el italiano inconforme con que no despertará.

—Vamos, amiga —susurro volviendo a mojar su mano para pasar por su rostro.

—Eso no funciona —áspero más molesto.

—¿Puedo intentar algo? —sugirió el mexicano al ver que nada de lo que hiciera funcionaría así que la chica de mechones rubios asintió.

Se acercó a su lado ante la atenta mirada de Benicio, tenía la mandíbula apretada. Simón la miró unos segundos antes de hacerlo, su dedo índice se suavizo rozando por su rostro blanquecino y se inclino un poco, lo suficiente para que el rostro del italiano se contrajera en una mueca de enfadado.

Tomó sus manos suaves, empezó a hacer unos movimientos bruscos para despertarla pero no lo logró. Entonces, hizo algo que no esperaba que tuviera mucho éxito porque volvió a inclinarse hacía adelante con una sonrisa suspicaz al ver que sus ojos se abrían de golpe.

—¿Qué crees que haces? —expectó el italiano separando al mexicano de un golpe para mirar a una chica de lentes sonrojada.     

—¿Seguro que no lo sabes? —se burlo con una sonrisa irónica—. Es obvio que tienes más experiencia de la que tú crees —la defendió y ella desvío la mirada más sonrojada—. ¿Cómo te sientes?

—Tengo sed —ignoro al mexicano como si no existiera mirando a su amiga.

Emilia agarró el segundo vaso que Pedro había traído y se lo paso. Ella bebió un sorbo y sintió una arcada al pasar el agua por su garganta por lo que dejó de tomar vomitando un líquido amarillento muy espeso.

—Listo, vamos al hospital —decidió su mejor amigo agarrándola de las manos de manera brusca que ella se soltó de inmediato. 

—Quiero ir a casa —miró sobre sus hombros.

—¿Qué? ¡Te volviste loca! —gritó exasperado y muchas miradas por primera vez se centraron en ellos. 

No respondió y se levantó sosteniéndose por la mesa para no caerse, cuando sus ojos parecían volver a la realidad después de ver un poco negro empezó a dar los primeros pasos. El italiano suspiro pesadamente pero no se negó y se colocó a su lado para acompañarla cuando Emilia se interpuso entre los dos.

—Tenemos ensayo, no puedes irte —los detuvo y él la miró con el ceño fruncido demostrado lo poco que en este momento le importaba—. Simón, ¿será que la puedes acompañar y me llamas cuando llegues a su casa?

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora