Capítulo Seis

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Una noche fría. No entendía el frío que sentía al caminar por el parque si esa misma tarde hacia mucho calor. Se preguntó porque decidió llevar sólo una remera con las mangas cortas haciendo ese frío y tampoco recordaba que su madre le haya retado por salir sin abrigo.

Caminó unos pasos más abrazándose por los brazos intentando darse calor pero fue inútil porque el frío era tan congelador. Era extraño, nunca había sentido ese frío en años y mucho menos en una ciudad calurosa. Negó con la cabeza, seguro sólo eran ideas suyas.

Se acomodo la mochila. ¿Mochila? Miró sobre sus hombros y vio la mochila rosada que le había regalado su padre y que tanto odiaba aunque a él le habría dicho que le encantaba.

Seguía sin entender que hacía caminando en el parque a esas horas ya que no se encuentra nadie por lo que supone que serán pasadas las medianoche. Pero no le dio tanta importancia porque sabía que sólo le falta unas cuantas cuadras para llegar...

Un momento...

¿A dónde está yendo?

Intento ubicarse sin éxito. Las calles le eran familiares como si antes hubiera pasado por allí pero al estar tan oscuras no podía saberlo con certezas.

Dejó de pensar en aquello al sentir un estirón en el hombro, más precisamente, en la mochila como si alguien le intentará quitar y lo sabía cuando sintió un brazo sobre su hombro que la hizo detenerse de golpe.

—Sin gritar, te vas a sacar la mochila lentamente —ordenó una voz masculina rasposa y muy conocida, quizás—. Despacio, no intentes nada —exigió y ella levantó las manos en redención—. Eso es, tranquila.

Su respiración se siente pesada, sus sextos sentidos le dicen que corra pero sus piernas parecen estar atadas al suelo. Se va sacando la mochila muy despacio como le ha indicado esa voz familiar y cuando pasa la manija derecha decide que no lo hará por más que odie esa mochila, aunque tampoco sepa que lleva ahí dentro.

—¡No te la daré! —grita enfrentándolo y su rostro es tan conocido.

Un escalofrío le recorre por la espalda hasta la nuca. Tiende a sentirse pequeña ante esa mirada intimidante pero por una extraña razón le sostiene la mirada. Se quedan mirando unos escasos minutos en los que parecen una eternidad.

Sus ojos van a esa cicatriz en la mejilla derecha y que termina en el dorso de su mentón. Se pregunta como se lo habrá hecho. ¿De verdad? Se quiere golpear mentalmente al darse cuenta de sus pensamientos. Este no es el momento, el hombre está robando sus pertenencias y enzima es el mismo que unos meses antes ha intentado matarla. ¿De verdad se preocupa por una tonta cicatriz? 

—Vas a dársela, así aprenderás a no meterte en donde no te llaman —se voltea al escuchar una segunda voz un poco más lejana pero que está a su lado—. ¡Ahora!

El gritó la asusta más, es prepotente y con mucha fuerza. Ya no se siente tan segura de enfrentar a nadie y se quita la mochila tirándola al suelo. El hombre de la cicatriz se agacha a recogerla y cuando se va a levantar escucha una sonrisa malvada de sus labios.

—Ten cuidado con lo que dices, no querrás que alguien más salga herido —advirtió la voz a su lado—. Y perdóname por esto...

Sintió un dolor punzante en su brazo derecho y cuando lo miró un líquido rojo, sangre, empezó a caer. El cuchillo ya no esta en sus huesos aunque haya sido una sola línea cortada. Gritó de dolor a la soledad misma de aquella noche fría.

Cerró los ojos fuertes aguantando el dolor con las lágrimas cayendo por ambas mejillas. Se cayó de rodillas al suelo frondoso ensuciando su ropa. De todas formas eso ya no le importa, sólo quiere que el dolor desaparezca.

Linda De AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora