11. Yo cuidaré de ti

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Después de casi dos días de viaje, ya estaban llegando a la cala donde encontró a Alicia dos meses atrás. Casi parecía ayer, pero las semanas habían pasado rápidamente, y, si se paraba a pensarlo, las cosas habían cambiado muchísimo, descubriendo a la increíble joven, la única persona que le podía hacer perder el control, en el mejor sentido.

Mientras seguían la línea de la costa hasta la playa, en su mente se repetían los acontecimientos de hacía un par de horas en la estación de servicio. No podía creerse que, al menos por un momento, dudase de si Alicia tenía un amante varón, pero claro, pillarla mirando condones daba lugar a algunas cuestiones. Con todo, nadie le hubiera dicho que una conversación que comenzaba con preservativos y semen fuese a ser así de excitante, vaya que no. La joven Clark tendría que pulir un poco sus habilidades de conquista, casi tanto como ella misma, pero lo cierto es que la tenía tan en la palma de la mano que no necesitó de un gran talento embaucador para excitarla al imaginarse teniendo un encuentro erótico festivo juntas, uno que empezaba a ansiar de más cada día. Control, se consideraba a sí misma casi la manifestación del autocontrol, pero con Alicia eso quedaba un poco desajustado, porque era capaz de volverla loca con tan solo un par palabras y un beso, pero qué beso.

La chica besaba demasiado bien, no sabría describir qué hacía de especial, pero eran los mejores besos que jamás nadie le había dado, los que más conseguían revolverle el interior y hacerle perder la cordura y las ganas de contenerse. Era demasiado increíble, demasiado poderosa, sin tan siquiera intentarlo, y eso le gustaba y asustaba a partes iguales, aunque nunca huiría de algo tan maravilloso, pues estaba decidida a seguir adelante con lo que quiera que pudiera pasar entre ellas, entregándose en cuerpo y alma, dando su corazón.

Alicia estaba a su lado, su leve sonrisa no había desaparecido después de aquel húmedo e intenso beso, pero la notaba cada vez más tensa sobre Gipsy. En tan solo unos minutos divisarían la cala, así que, aunque no creía en Dios ni en la religión, se permitió rogarle a cualquier existencia superior que pudiese oírla porque allí estuviese la familia de la chica.

Debió haber ido a la iglesia, tal vez rezar en voz alta o creer verdaderamente antes de intentar implorar a una divinidad, porque, para cuando alcanzaron a ver la playa, no había nadie. Su vista se desvió hacia Alicia, observando cómo su gesto cambiaba rápidamente, apretando la mandíbula, estaba viendo exactamente lo mismo que ella y su dolor le hizo daño como propio. Miró un poco más allá de la arena, el pequeño y ligero bosque que rodeaba la playa, no podía apreciar a nadie allí, pero era una posibilidad que esperasen entre los árboles y no a plena vista, por si fuera una trampa. Se lo mencionó a Alicia, viendo por un segundo su mirada iluminarse, volviendo a rogar por tener razón y no haberla esperanzado en vano, y los cuatro emprendieron camino sobre sus caballos hasta aquella zona.

Nadie. Absolutamente nadie.

Nada. Absolutamente nada.

Ni una sola muestra de que hubiese estado alguien cerca en semanas. Parecía incluso que ninguna persona hubiese tocado la señal que dejó en la arena, aquella marca con palos, la camisa y la nota, apenas parecía haber sido movida por el viento, pero no por alguien. Luca y Demir se ofrecieron a alejarse un poco para ver si había algún rastro, suponiendo que el grupo al que buscaban se hubiesen refugiado cerca o encontrado un muelle donde atracar su barco, esperanzados tanto como ella misma.

Alicia estaba plantada en la arena, junto a la señal que había dejado. Gipsy y Furia estaban a unos metros, esperando mientras pastaban. Se habían quedado a solas, pero no sabía cómo actuar. Se acercó a ella, tenía la mirada perdida en el mar, los puños y la mandíbula apretados, tanto que tenía que dolerle, más por la forma en la que su cuerpo temblaba y sus ojos se llenaban de lágrimas que no llegó a derramar. Era algo imposible, pero casi podía jurar que estaba oyendo el corazón de la joven quebrarse, si el dolor tuviese un aspecto, sería similar al suyo, desgarrador y demoledor.

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