26. Venatio

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La noche cayó sobre ella y seguía en la misma posición que cuando Bestia la dejó allí. En medio de aquel hoyo que pretendía ser una celda, sentada con las piernas cruzadas y mirando al cielo por entre los barrotes del techo. Ahora en plena oscuridad, atinaba a ver las estrellas y la Luna llena brillar con intensidad en el firmamento, era algo precioso, que mejoró y se mezcló con algo de melancolía cuando recordó la última noche en que se relajó mirando el cielo estrellado, justo en el cumpleaños de Ali, cuando aún estaban en el CEMP.

Hacía mucho más frío ahora que el sol no se colaba entre los barrotes y le impactaba de lleno, pero el haberse pasado toda la tarde en esa misma posición le había granjeado que su piel estuviese caliente, quizás hasta se había quemado ligeramente la tez de la cara, pues le picaba un poco. Su cuerpo comenzó a temblar, sintiendo las corrientes de aire colarse dentro de la celda e impactarle de lleno, levantando ligeramente el polvo del suelo, uno que no podía evitar porque ni tan siquiera cabía de pie en ese cubículo como para alejarse hacia arriba. Se abrazó con fuerza a sí misma, frotando sus brazos en busca de algo de calor, y sus ojos se movieron hacia la delgada colchoneta que tenía que hacer las veces de su cama, si al menos hubiese una manta, por fina que fuese...

Sacudió la cabeza y volvió a mirar al cielo, al menos parecía que esa noche la dejarían dormir, pues no había pasado ninguno de los guardias a vigilar que estuviese despierta en todas las horas que llevaba allí. Quizás Archibald estaba cambiando su plan, ahora que pensaba que tenía a Ryan a su disposición, tal vez no le hiciera tanta falta ella, por el momento al menos. Irremediablemente su mente paró en Ali, al rememorar los acontecimientos de esa tarde, Lyde mostró interés hacia ella, si conseguía sobrevivir al ataque de Bug, tendría asegurada más que su atención, y, en parte, eso la asustaba, pero le alegraba la idea de que ese interés la pudiese mantener a salvo. Su corazón latía con fuerza, diciéndole con claridad que Alicia había acabado con el Bug Podrido sin dificultad y ahora descansaba medianamente tranquila en algún lugar del edificio central. No sabía si en una celda o en una habitación, todo dependía de Archibald y su posible trato y, más aún, de la decisión de Ali respecto al mismo. Confiaba en la capacidad y la inteligencia de su novia, era una mujer muy capaz, y Ryan le había allanado el camino considerablemente.

Ni por un segundo dudó de que Alicia estuviese viva. Era impensable, algo absolutamente imposible de suponer, el que hubiese perecido, porque lo sabría, en el fondo de todo su ser, lo sabría. Con todo, no podía evitar sentirse nerviosa al no haber recibido ninguna visita en toda esa tarde. Suponía que Archibald habría ido rápidamente a regocijarse en la muerte de la joven de haber sido así, pues su deseo profundo era hacerla sufrir y había demostrado que le importaban sus compañeros y su seguridad. Eso tenía que significar que Ali estaba viva, más allá de porque así lo sentía, porque racionalmente tenía sentido y lógica.

Suspiró y se llevó las manos a la cara, al menos ya no lloraba, aunque aún sentía sus ojos hinchados, secos ahora, quizás demasiado, pues el viento nocturno le hacía algo de daño. Y eso sin mencionar que su garganta estaba completamente áspera y su estómago vacío, pues no comía desde la mañana. Además, todo su cuerpo estaba entumecido, no solo de haberse pasado tres días atada a la silla en la sala de interrogatorios en una postura incómoda y rígida, sino porque, también, llevaba toda la tarde allí sentada sin moverse, encadenada con los grilletes de sus tobillos y muñecas. Era consciente de que necesitaba moverse, su anatomía necesitaba estirarse y sus músculos relajarse, al menos lo poco que pudieran hacerlo dadas las circunstancias.

Al no poder ponerse de pie del todo, se alzó hasta donde pudo, a esa celda le faltaban como treinta centímetros de alto para poder estirarse bien, pero ya lo haría luego así, cuando se tumbase sobre aquella cochambrosa colchoneta en la que intentaría dormir un poco esa noche. Caminó un poco alrededor de aquel minúsculo espacio, moviendo sus músculos como podía y le dejaban las cadenas y el propio entumecimiento, sintiendo pinchazos en las piernas, el cuello y la espalda, pero nada insoportable. Unos minutos después, se sentó sobre la colchoneta y estiró su cuerpo todo lo que pudo, tampoco cabía del todo en recto, así que la situó en diagonal, ocupando casi todo el espacio y, ahora sí, se tendió en toda su extensión.

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