7. Amante de caos

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Esa mañana, y por primera vez desde que llegó al asentamiento, despertó antes que Elyza. La exploradora tenía que estar realmente cansada para no haberse levantado en su horario habitual, y no había pocas razones para estar así: cuatro días de exploración, un asalto y una caída de caballo, lo milagroso sería que despertase antes de mediodía.

Se levantó pesadamente, estaba bastante cansada, seguramente por la donación de sangre y apenas haber bebido y comido, aun cuando le recomendaron que lo hiciese consistentemente para estar mejor. Sin embargo, estaba tan atenta a la recuperación de la exploradora que apenas se había comido un par de galletas, una manzana y un zumo desde la tarde anterior. Aún medio aletargada, fue silenciosamente y sin encender la luz al baño, se lavó un poco la cara y se cambió a la ropa de diario. En algo más de diez minutos empezaba su turno en cocinas para el desayuno, había dejado pasar la hora de la carrera matutina, consciente de que no estaba lista para hacer deporte, pero su trabajo lo cumpliría. Salió y bebió dos buenos vasos de agua, parándose a observar a Elyza, que no se había movido de la postura en la que la vio caer dormida la noche anterior, por lo que se acercó un poco más, comprobando que respiraba perfectamente, ya que su preocupación por ella era cada vez más fuerte, a medida que crecía el cariño que le estaba tomando.

Estaba sorprendida por todo lo que la rubia le había contado horas antes, intrigada por todo lo que aún no sabía y sintiendo una plena empatía hacia ella, pues ambas estaban, al menos en ese instantes, solas y lejos de su familia. Las dos habían sufrido pérdidas importantes y, aún así, seguían luchando día a día por sobrevivir y dar lo mejor de sí para ayudar a otros.

Cuando se quiso dar cuenta, llevaba ya más de cinco minutos observando a Elyza, entre perdida en sus pensamientos y admirando lo joven y tranquilo que se veía su rostro en ese estado onírico, si no fuese por ese morado chichón que tenía en la frente, casi parecería que estaba en paz total. Se acercó aún más y apartó un par de mechones de aquel rubio cabello de su cara, atreviéndose a admitirse a sí misma la gran belleza que poseía aquella mujer, pues no era solo preciosa por dentro, también lo era por fuera, de manera natural y sin pretensión. Para cuando se dio cuenta de su gesto, se apartó con rapidez, algo intimidada ante la posibilidad de que la exploradora despertase justo en ese instante y la pillase, así que optó por agitar la cabeza y salir de allí, luego de prepararle un vaso con agua y otra pastilla sobre la mesa de noche, por si le hiciese falta.

Cuando Alika la vio entrar por cocinas, se quedó mirándola sorprendida.

—Muchacha, no te esperaba por aquí hoy. —fue su saludo, esa mujer era un encanto, aunque a veces tenía formas un poco toscas, que además destacaba con su fuerte acento amazigh, tremendamente característico y exótico. —Me dijeron que habías donado sangre para uno de los exploradores, ya pensaba que estarías descansando.

—No quería faltar, sé que siempre hace falta una mano. —respondió.

—Se te ve cansada, criatura, así que antes de empezar te vas a tomar un poco de leche con gofio, esto te quita todos los males. —alegó con mucho garbo la mujer, cogió una jarra de leche recién ordeñada de las vacas, esa que se traía cada mañana, y preparó aquel brebaje.

A pesar de llevar allí ya un par de semanas, no se había atrevido a probar aquello, la leche sí, pero eso de echarle aquel polvo amarillento le resultaba extraño, aunque era usual que se lo tomase la gente que entrenaba. Alika le había explicado que el gofio era una harina de cereales tostados, normalmente trigo o millo, aunque se podía hacer con otros; era un alimento nutritivo y que aportaba alto valor calórico, además de, supuestamente, tener un delicioso sabor. Proveniente de un remoto lugar de Europa, concretamente, unas islas al suroeste del continente, situadas frente a la costa norafricana y pertenecientes al Reino de España, y que en la época prehispánica habían sido habitadas por indígenas bereberes, el gofio sirvió para sobrevivir a las miserias y el hambre, debido a su valor nutricional y su versatilidad. Esa harina tostada podía mezclarse y diluirse con leche para beberse, pero también, mezclarse con agua y sal, dando lugar a una masa algo consistente y fácil para llevar en viajes largos; además, al menos en épocas de bonanza, se utilizaba para postres y otras comidas más elaboradas, algo que, dado el apocalipsis en el que se encontraban, no era muy posible. Con todo, y aunque estaba sorprendida y con curiosidad, no lo había probado, pues no era dada a añadir repertorio a su menú.

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