9. Las pruebas

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Vivir y no solo sobrevivir. Tardó tiempo en comprenderlo después del caos, pero la realidad era esa, la vuelta de tuerca que dio el mundo por la infección, significaba un cambio de mentalidad. Siempre trató de buscar la felicidad, de encontrar su propio camino sin hacer daño y promoviendo el bien, su decisión de dejar Australia y a sus padres fue la primera que tomó en su elección de vivir, fue duro, pero conveniente. Así que sí, quizás antes del caos ya tenía esa percepción, solo que ahora era bien diferente.

En las últimas semanas, ese concepto de que la vida era más que sobrevivir había crecido exponencialmente, y la razón era bien concreta, esa joven de ojos verdes que encontró en una cala perdida tiempo atrás. Alicia Clark había sido un ente revelador en su vida, a veces se centraba tanto en la supervivencia, en rescatar y salvar vidas, en propulsar el crecimiento y la estabilidad de «Salvus» que se olvidaba de su propia felicidad, de lo que añoraba de la vida común: un delicioso pastel lamington de los que solía preparar su madre cuando era niña, una tarde tomando el sol en el parque mientras disfrutaba de alguna lectura, un día de playa y surf o un picnic en familia. También, echaba de menos compartir con alguien, tener una persona especial, y no es que hubiese tenido muchas, de hecho, aparte de alguna amante ocasional, solo había tenido una novia seria por dos años, y eso fue antes de mudarse a Jamul, pero había matices de tener un acompañante vital, fuese del nivel que fuese, que le generaban nostalgia. Una charla amena y sincera, un abrazo dulce, un beso reparador, un hombro sobre el que derrumbarse cuando los recuerdos la acosaban, alguien a quien arrimarse en las noches frías, un cariño cálido y dulce que enterneciera su corazón... Desde hacía bastante tiempo, se admitió que le gustaría encontrar alguien a quien proteger y cuidar diferente, una persona a la que poder confesarle todos sus miedos, con quien disfrutar de íntimas noches de interminables conversaciones o infinitas sesiones de sexo, ya fuera del duro o del delicado, pues cada uno tenía su momento y a ella le gustaba de todas las formas.

Alicia podía cumplir muchas de esas cosas, quizás todas, pues algunas ya las hacía a la perfección. No siempre sabía cómo transmitir que lo sentía, pero se le antojaba demasiado fácil cuando se trataba de la joven Clark, a pesar de los impedimentos que vio demasiado claros al principio: la juventud, esos largos nueve años de diferencia, su miedo a amar y sufrir luego o la posibilidad de ser su superior algún día. Pero eso quedaba atrás cuando esos increíbles ojos verdes se fijaban en ella, cuando le sonreía especial, cuando le dejaba alguna caricia o abrazo sincero, cuando le cuidaba sus heridas; a pesar de considerarse ella la fuerte de las dos, la que debía proteger, esa vulnerabilidad le abría los ojos, pues, aunque era la mayor con mucha diferencia, eso no significaba problema. Alicia era muy madura para su edad, pero sin perder esa dulzura tan característica. Podía tener gestos tiernos y un poco infantiles, como su huida exprés al besarla, ese puchero que ponía cuando pedía algo a lo que sabría que intentaría negarse o el adorable sonrojo de sus mejillas cuando se encontraban demasiado cerca, todo en su perfecta medida.

Justo como en ese instante, estaban tan pegadas que podía notar el calor que emanaba su cuerpo, su respiración casi rebotaba contra sus labios y, aunque quizás lo imaginó, oía el latido de su corazón. Los ojos de Alicia brillaban mil veces más vivos y enérgicos que nunca, su verde bajo la luna y las estrellas era demasiado hipnótico, casi como si no pertenecieran al universo presente. La conversación que acababan de tener era más que suficiente, no había necesidad de decir nada más, pues ambas habían admitido el deseo de besarse, a su forma y manera, claro, pero válida igualmente.

Así pues, y sintiendo la electricidad correr por todo su ser, hasta terminar en las yemas de sus dedos, que en ese instante acariciaban las mejillas de Alicia, se inclinó para atrapar esos dulces y carnosos labios. Contrario a su primer beso, apenas unas horas antes, este no fue estático, empezó con acción por ambas partes, que acomodaron el ángulo de sus cabezas y dejaron que sus bocas se conociesen lenta y delicadamente. En medio de aquella suave y abrumadora cadencia, pudo notar a la perfección cómo la muchacha la rodeaba con su brazo izquierdo alrededor de su cintura, mientras su otra mano se aferraba al cuello de su camiseta, manteniéndola jodidamente pegada a su cuerpo. Ambas con los ojos cerrados, bajo la inmensidad del cielo nocturno estrellado, entregándose a una necesidad que iba más allá de lo primitivo, era cuestión de afecto, deseo y cariño, una bella manifestación de emociones y sentimientos que llevaban mezclándose varias semanas, pero parecía que fueran años, por la intensidad del momento. Sentía un enorme revoltijo alterado en su interior, su corazón latía como loco de felicidad, haciendo que la electricidad que sentía se multiplicase exponencialmente tras cada nueva embestida de sus labios. Alicia tenía una forma especial de besar, no sabría cómo definirla, pero, realmente, nunca nadie la había besado de esa forma, tan dulce y cálida, como si temiese romperse en cualquier instante, pero manteniéndola aferrada con fuerza entre sus brazos. Ni que decir hay que otra cosa le fascinó, esa fantástica diferencia de altura, hacía que aquel gesto fuese un millón de veces más increíble, le gustaba su posición. A veces parecía que era ella la que tenía la obligación de proteger, la que manejaba el control, pues era mayor con mucho, además de ser más alta y fuerte que la joven Clark, y, sin embargo, en momentos como ese, parecía que no existía ninguna diferencia, es más, algunos segundos pareció que era al contrario, pues el beso se tornó un poco más intenso por parte de Alicia.

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