16. Rendirse no es una opción

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Quizás todo el tiempo del mundo era algo exagerado, pero disponían aún de largas horas para disfrutar la una de la otra. Para cumplir esa fantasía que había surgido en su mente luego de una charla cualquiera, una de mando y control, con el morbo de utilizar su posición como superior frente a la pipiola Alicia Clark.

—Sí, capitana Lex. Pídame lo que quiera. —y con esa jadeante aprobación fue más que suficiente.

Sus miradas excitadas se cruzaron tan solo un segundo, antes de unir sus bocas en un hambriento beso que cortaba la respiración y disparaba el pulso. Atrajo el cuerpo de Alicia contra el suyo, abrazándola candentemente en tanto que planeaba cómo proseguir a continuación. Sí, había fantaseado desde hacía semanas con aquello, desde el instante en que su novia mencionó esa idea, pero se lo había imaginado tantas veces y con tantas posibilidades que de pronto sintió un poco de bloqueo. Nunca había jugado a algo así, si bien siempre solía ser dominante en las relaciones sexuales con otra mujer, como también lo había sido la mayor parte del tiempo con Alicia, nunca había sido al extremo de ordenar y que su compañera cumpliese sin pegas, más aún, refiriéndose a ella como «Capitana Lex» con un tono demasiado inocente y erótico a la vez. Toda ella era provocación en ese instante: sus carnosos labios hinchados por los besos, su pelo alborotado por sus propias manos, sus mejillas sonrojadas, su pulso acelerado y esos salvajes ojos verdes encendidos de pasión. Era demasiado, y por un momento quiso olvidarse del jueguecito que traían entre manos y entregarse una a la otra a toda velocidad, pero estaba allí para disfrutar el momento, tenía que calmar un poco sus ansias si no quería terminar con eso demasiado pronto.

Se separó de aquel ardiente cuerpo, dando una orden simple y directa, con esa voz autoritaria que utilizaba como superior hacia los novicios. Pobre Alicia, si aquel juego le marcaba demasiado, pasaría unas semanas horribles cada vez que la oyese poner ese tono para tratar a los pipiolos y dar órdenes, como ella misma sabía que sufriría luego de ese encuentro, que se repetiría en sus mentes. Pero poco importaba lo que pasase después, solo quería disfrutar del momento y de su novia.

—Siéntate en la camilla y apóyate contra la pared. —ordenó, guiándola hasta un lateral del aula, donde había una camilla simple de consulta médica con una sábana encima, que pegaba lateralmente con la pared. Alicia cumplió obedientemente, sentándose recta, así que sus piernas quedaron colgando sobre el suelo. —Desnúdate.

Clara y sencilla, una sola palabra. Cruzó sus brazos para poder contener sus impulsos de ser ella la que desnudase a la joven y tomarla con ansias y deseos, pero fue fuerte.

—Sí, capitana Lex. —respondió obedientemente.

Se situó frente a Alicia, que se desabrochó los botones de la camisa militar muy lentamente, uno a uno y sin quitarle los ojos de encima. Aquellos ojos entre vulnerables y salvajes le estaban robando la poca cordura que le quedaba. La joven Clark se deshizo del último botón, echando con sensualidad los hombros hacia atrás, en tanto que la camisa caía de forma caprichosa e hipnotizante. Rápidamente le siguió la camiseta interior blanca, que sacó con solo un tirón del camino. Luego fue el turno del pantalón, aunque para eso debía deshacerse primero de las botas, suerte que iba con los nudos flojos y solo tuvo que tirar de ellas para sacarlas del camino junto a los calcetines, porque ninguna parecía querer perder ni un solo segundo.

Se fijó con detalle en cada movimiento, cada gesto. Alternaba su mirada entre sus manos, algo temblorosas mientras se desnudaba, y sus ojos, fieros y tiernos, y tuvo que apretar sus puños, aún sin descruzar los brazos, porque a cada segundo que pasaba era más complicado contenerse. Alicia soltó el botón del pantalón del uniforme, bajando luego la cremallera y levantando un poco el trasero para quitárselo, dejándolo caer al suelo con un gesto que pretendió ser casual, pero le pareció demasiado perfecto. Ya en ropa interior, se dedicó a observar su cuerpo casi enteramente, no dio orden específica del grado de desnudez que pedía ni la velocidad a la que hacerlo, así que la joven se tomó con calma el deshacerse del sujetador deportivo y, varios segundos después, de sus braguitas. Estaba apenas a un metro de Alicia, podía ver con claridad el rubor y el sudor cubrir su cuerpo, cómo sus pechos aleteaban por su respiración acelerada y su sexo se humedecía por momentos. Volvió a contenerse, planificando la siguiente orden, era tan obnubilante ese momento y esa preciosa mujer desnuda y dispuesta frente a ella que le costó encontrar las palabras, a pesar de tenerlas muy claras.

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