34. Elecciones

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El descubrimiento del origen de la Exantina, así como la buena noticia de que pronto habría una vacuna, quedaron opacados por completo por lo que sucedió. Ver a Ali desmayarse, justo un momento después de que su nariz empezase a sangrar, hizo que el alma le bajase a los pies y el corazón se le detuviese.

No había que ser un genio para suponer la causa. La hemorragia nasal era un síntoma frecuente, y había que sumarle que su enlazada llevaba ya unos minutos con muy mala cara, como si no se encontrase bien. Que luego, además, se desvaneciese, le dio la respuesta a algo que deseaba que no sucediese: se había contagiado de Exantina. Todo y era posible que no fuese eso, pero, en realidad, lo era.

Rápidamente, la reunión se detuvo y Jordan atendió a Ali, que yacía entre sus brazos, pues pudo cazarla un segundo antes de que su cabeza se estampase contra la mesa. Maldijo por no haberse dado cuenta, por haber notado su malestar, pero no percatarse antes de la gravedad. Se culpó, irremediablemente, por más que los allí presentes le dijeron que no podía hacer nada, si Alicia estaba contagiada, muy probable fuese por su trabajo en el hospital. Era cierto, claro, ella misma había pasado la enfermedad semanas atrás, de manera bastante leve en comparación con otros muchos casos, aunque no por ello fue fácil. No supo cómo se contagió, como la mayoría de los infectados tampoco lo sabía, pero Ali se había librado todo ese tiempo, era cuestión de estadística que le acabase tocando.

La maldita Exantina se había cobrado ya demasiadas vidas, más de seiscientas, mientras que se calculaba que habría, mínimo, veinte mil contagios. Entre los fallecimientos había que contar a los hermanos Otto y a Nick, el hermano de Ali, algo que dañó muchísimo a su enlazada, a pesar de que se mostró fuerte la mayor parte del tiempo. Le dio miedo que la debilidad hacia la Exantina pudiese ser algo genético, aunque Madison había superado la enfermedad y, por lo que Jordan le informó, la muerte de su cuñado estaba más relacionada con su organismo maltrecho por años de drogadicción, a pesar del tiempo que había pasado desde que se desintoxicó. Con todo, el que Alicia manifestase la Exantina directamente con una hemorragia nasal y un desmayo, la asustó, y más porque sabía que la constante y masiva exposición al virus podía agravar la enfermedad en el infectado.

Jordan, con la ayuda de Ayleen y Elliot, midieron las constantes y revisaron el cuerpo de su enlazada. No encontraron signos de erupción, pero sí tenía la tensión elevada, fiebre de casi cuarenta grados y un ligero sangrado ocular.

Dando la reunión por concluida, ya que Ali siempre estaría por delante de todo, la tomó entre sus brazos y la llevó al hospital, por recomendación, para que estuviera vigilada si empeoraba. Los miembros de La Orden estuvieron de acuerdo y se marcharon, prometiendo hablar más tarde, porque no podía olvidar que, mientras el Comandante Vibs estuviese convaleciente, ella era la responsable directa en funciones de que «Salvus» se mantuviese y funcionase. Y es que vaya marrón tan grande le habían endosado, por propia recomendación de Vibs, el ser Comandante temporal, y más en esas circunstancias en las que se encontraban ahora. Suponía un grado de responsabilidad brutal, uno que habría asumido con entereza hasta que Vibs mejorase o, en caso de fallecer, se nombrase a un sucesor tras las propicias elecciones, pero, claro, Ali estaba por delante de eso también.

Pasó casi todo el día al lado de su enlazada, a veces sentada en la incómoda silla y otras de pie junto a ella, dándole la mano o acariciándole la cara, hablándole aunque seguía inconsciente. Los nervios la devoraban al ver que no despertaba, aunque Jordan le había dicho que estaba estable, pero sus síntomas se manifestaban bastante violentos y más cuando, horas después del desmayo, empezó a aparecer la erupción cutánea por sus brazos, torso e, incluso, cuello. Por momentos, la escuchaba gimotear, su rostro se torcía y temblaba ligeramente, sudaba a mares, todo por la fiebre, que no bajó apenas, por más medicación que le administraron. La doctora de Rey le dijo que era normal, que la carga vírica que tenía Ali era muy elevada por la alta exposición, y sus análisis demostraban eso mismo. El patógeno campaba a sus anchas por su organismo y le costaría bastante librarse de él, aunque, siendo joven, fuerte y sana, debía remitir en unos días, unos que no serían nada fáciles, para ninguna de las dos, en realidad.

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