Capítulo Treinta.

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Veinticuatro de diciembre por la tarde

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Veinticuatro de diciembre por la tarde.



—¡Ay la concha de mi hermana!— Naruto lanzó con furia la bandeja caliente de metal y succionó sus dedos lastimados.

Abrió los ojos con terror y observó a Itachi, sus enormes orbes azules se fueron aguando de a poco, cuando entendió el peso de sus palabras.

—No hay problema, Naruto, pero ten más cuidado. Son solo galletas— colocó una mano en su hombro y sonrió, cálido, con los ojos achinados.

Naruto asintió y quitó los dedos de su boca. Ahora que se concentraba en las galletas de jengibre se daba cuenta de que no habían quedado tan mal. ¡Hasta casi tenían forma humana!

Casi.

Se colocó un guante de cocina y levantó por el cuello a un hombrecito, su brazo parecía fusionarse con el cuello y una pierna estaba más corta que la otra.

—¡Oye!—rechisto, tragándose las ganas de reír al notar como Itachi se tapaba la boca.

De pronto le salió una risa nasal, seguida de varias carcajadas, al final Naruto no pudo y comenzó a reír a su par, señalando al muñequito.

Y como siempre, en la entrada de la cocina estaba Sasuke Uchiha, si esto no fuera un A.U Seguramente estaría con el Sharingan activado y el Chidori en una mano.

Se acercó lentamente, rompiendo aquella burbuja de felicidad.

—Oye, Naruto. — observó las mejillas sonrojadas del rubio y sus ojitos centellantes, esa sola imagen le hizo embozar una mueca, que Itachi supo bien identificar como una sonrisa.— Kushina te llama. Creo que descubrió esos mangas tuyos, los que tienes escondidos en una valija.

El terror puro y la desesperación pintaron el rostro de Naruto, como un artista pinta un lienzo.

—No me digas que… —susurró, tomando a Sasuke por los cachetes, haciendo que sus labios se juntaran chistosamente. —Esos mangas, Sasuke.

Sí, isus mangss. —respondió como pudo, en un segundo un rayo amarillo atravesó la cocina y subió las escaleras, el olor a desesperación todavía perfumaba el aire.

El emo Uchiha endureció su dulce mirada, y se dirigió a Itachi, quien jugaba con los amorfos muñequitos de jengibre.

—¿A qué juegas?—inquirió Sasuke, recostando su cadera en la mesada y cruzándose de brazos, atento a cada gesto de su hermano mayor, lo conocía como la palma de su mano.

—¿Yo?— Itachi señaló su pecho cubierto por el delantal rojo con copos de nueve propiedad de Kushina Uzumaki— Estos hombrecitos son geniales, mira su piernita… — tomó a la galleta en cuestión y la movió de un lado a otro frente a la cara de Sasuke.

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