Capítulo Veinticinco.

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El humo de su cigarrillo se difumino entre los copos perdidos que bailaban en el aire del frío clima de noviembre

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El humo de su cigarrillo se difumino entre los copos perdidos que bailaban en el aire del frío clima de noviembre.

Su trasero también estaba congelado, apoyado en la chapa de su camioneta.

La bufanda que abrazaba su cuello en cualquier momento haría “crack” y caería en mil pedazos, como si fuese hielo.

Quiso saltar de alegría cuando un grupo de adolescentes se vio a la distancia, entre el tumulto pudo distinguir los rubios cabellos de su adorado hijo, algunos mechones escondidos y algunos escapando bajo su gorro de lana.

Los cinco adolecentes abrigados hasta el cuello, caminando pegaditos pero sin dejar de hablar, aunque aquello le congelase la garganta, no podían dejar de compartir su euforia y emoción.

Los exámenes habían terminado y las vacaciones empezado.

Estaban flotando en un nirvana.

En una nube de éxtasis.

Naruto porque había aprobado todos los exámenes (excepto inglés) y porque al fin pasaría las fiestas sin esa pesada tristeza adornando su pecho como las bolas en el árbol de navidad.

Se detuvo frente a su madre, quien prediciendo las reprimendas había tirado y pisado la colilla de su cigarro segundos antes a que llegara.

Naruto sonrió una vez se vio envuelto en los brazos de su progenitora, mientras está repartía besos en la parte visible de su cara.

Cuando termino el cálido encuentro ambos se giraron en dirección a los jóvenes. Quienes callaron, anonadados.

Kushina y Naruto sonreían, pero exactamente igual, con la misma dentadura perfecta y el mismo calor en los ojos.

Idénticos.

Kushina paseó su vista y se detuvo en el Uchiha menor.

—¡Santiago!—exclamó y lo abrazó casi tan fuerte como a Naruto.

Sasuke ya había descubierto hace mucho que Naruto y aquella señora pelirroja perdida eran parientes, pero lo que sí no se esperaba era que lo llamase—¿Santiago?
Aún así Sasuke correspondió el abrazo, hacia mucho tiempo que no sentía el amor de una madre. Aquello encendió una pequeña flama melancólica en su dañado y agrietado corazón.

—¡Sí! ¡Naruto!—soltó a Sasuke y se giró para regañar a su hijo—tú me dijiste que no había ningún Santiago en tu clase.

—¡Porque no lo hay, de veras! Él es Sasuke-teme, no Santiago-teme.

La mujer Uzumaki pareció recordar y sonrió con un leve sonrojo en las mejillas al comprender su error, llevando una mano a su nuca y regalándole una mirada apenada a Sasuke, quien para sorpresa de todo el mundo sonrió, casi imperceptiblemente, pero lo hizo.

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