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Roger Roberts es un joven arquitecto, propietario de una empresa de dulces al borde de la quiebra, con muchos problemas a su alrededor. Estos se incrementan al verse perseguido por Victoria, quien lo acusa de...
—No sé qué pasó. Estábamos bien, incluso ella me dio la dirección de su nueva residencia —Nico parlotea muy afectado.
—Opino que deberías olvidarte de esa chica —aconsejo con cautela.
Nico deja su caminata en círculo. Avanza a una de las sillas y se acomoda.
—Puede que sea lo mejor.
Muestra tanta tristeza que temo se echará a llorar en cualquier momento. Me da rabia e impotencia su caso. Es difícil enamorarse de la persona incorrecta, lo digo por experiencia propia.
—Si ella se marchó y no dijo nada, fue por algo.
—Ese tipo no ha dejado de molestarme, amigo. Estoy a punto de llamar a la policía.
Aprieto las manos a la sola mención del cobarde que lo atacó. Esa noche fui a buscarlo para que pasemos el rato y fue lo mejor porque pude defenderlo.
—No te dejes amedrentar por ese maldito. Sería bueno que lo denunciaras, pero también que lo pusieras en su sitio.
Nico asiente dudoso. Nunca ha sido bueno enfrentándose a nadie.
—Roger, ¿cómo estás? —pregunta, cambiando de tema de manera drástica.
Me acomodo en el sillón de cuero frente a él. Agacho la cabeza y dejo caer los hombros sin tener la más mínima idea de qué decirle.
—La producción ha aumentado. He podido saldar algunas deudas, incluso tuve que contratar más personal...
—Roger —me interrumpe—. Eso está muy bien, pero me refiero a ti.
Me observa con preocupación, yo niego varias veces sin saber qué decirle. Lo cierto es que estos días han sido horribles. Que haya recuperado la empresa no me llena como creí. Hay un vacío en mi interior que no me deja tranquilo.
No he podido dormir bien, casi no me da hambre. Me estoy quedando hasta tarde en la empresa huyendo del ocio. Necesito tener la mente ocupada para evitar pensamientos indeseados.
—No sé qué pasa en mi cabeza, Nico. Se supone que debería estar muy feliz y me siento miserable.
—¿Sabes qué creo? —Niego—. Que debes buscar a esa chica. Habla con ella, estoy seguro de que pueden arreglar su relación.
—Nunca hubo tal relación, Nico —espeto, molesto—. Ella solo quería vengar a su hermana.
—Se veía muy sincera. Además, recuerda lo manipulador que es Richard.
Asiento aún ido. Que él haya estado con Victoria me hierve la sangre. Ahora no estoy seguro de si lo que vivimos fue real o una mentira para llegar a su cometido.
—No sé qué hacer.
—Fácil, amigo. Vas a ir a buscarla y le dirás cómo te sientes —dice con una sonrisa socarrona.
***
—Tenía días que no sabía de ti —expresa mi madre al verme bajar por las escaleras.
Está cruzada de brazos, sigue enojada conmigo.
—Es culpa del trabajo —me defiendo.
Llego a su lado y le doy un beso en la mejilla.
—¿Para dónde vas tan arreglado, Roger? —cuestiona, mirándome de arriba abajo.
No sé si decirle la verdad o simplemente omitir información. Lo que menos quiero es perder el tiempo en discusiones sin sentido.
—Necesito despejar la mente. Estos últimos días han sido de mucho trabajo.
Asiente no muy convencida.
—Eso es bueno. Me alegra mucho que las cosas estén mejorando. Todo gracias a Jessie —dice sin dejar de observarme.
Sé lo que hace. No puedo creer que aún esté con esa locura, después que le dejé claro que entre ella y yo no va a pasar nada.
—Estoy ahorrando dinero para pagar lo que gastó en la hipoteca de la casa. —Sus ojos se abren en sorpresa—. Aun así, estaré agradecido de por vida.
—Roger, no solo es ese dinero que le debes, también el haberte llevado con esos inversionistas y el apoyo que nos ha dado en estos momentos difíciles.
—Lo sé.
Niega varias veces con pesar. Sus ojos muestran decepción e ira.
—Es impensable que hayas rechazado a la niña Jess por esa mujerzuela.
—¡Deja de insultar a Victoria, mamá! —grito cansado de lo mismo—. No la conoces. No sabes nada para que la estés juzgando de esta manera.
—No me hables así, Roger Roberts. Ustedes son unos idiotas que solo piensan con lo que les cuelga.
—Estoy enamorado y haré lo necesario para que estemos juntos —confieso.
Mi madre me observa como si me hubiese crecido otra cabeza. Su cara se ha enrojecido por la ira.
—¡Sobre mi cadáver! Nunca voy a aceptar a esa mujer en mi casa, mucho menos en esta familia. Sería un colmo que tú, precisamente, rompas con la buena costumbre y distinción de los Roberts.
Entorno los ojos. Me molesta lo racista y clasista que es mi madre.
—Lamento decirte que soy un hombre, mayor de edad, y puedo hacer con mi vida lo que quiero. —Suspiro—. He llevado la carga pesada. La quiebra, la casa. Me he movido cómo ustedes han querido. Ni siquiera he podido ejercer mi profesión porque la empresa requería de mí.
—Eres un malagradecido. Si sales por esa puerta y buscas a esa mujer, olvídate de mí —sentencia y se aleja a pasos rápidos.
Me quedo en el mismo lugar e intento regular la respiración y relajar la postura. Me duele decepcionar a mi madre, pero es hora de pensar en mí, en lo que deseo.
Camino hacia la salida, decidido. Quiero arreglarme con Victoria, que aclaremos el malentendido y decirle lo que siento por ella. Le he comentado que me gusta, que la deseo y que me encanta, pero sé que esto no es una simple atracción. No es algo pasajero.
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