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Ella

Quiero abrir los ojos, pero la pesadez me lo impide. Necesito moverme y pararme. Mi garganta está seca, me duele la cabeza y el entumecimiento del cuerpo me va a volver loca. Lo que sucedió —no sé cuánto tiempo ha transcurrido— pasa por mi mente: hui de la oficina de Roger, corrí bajo la lluvia, Han...

La desesperación me arropa. Necesito saber qué ha pasado conmigo. ¿Estoy muerta? ¿Por eso me siento fatal?

Deseo gritar, ponerme de pie para buscar a Roger y contarle lo que sucedió. Una ola de tristeza me invade, asimismo, el temor a no verlo nunca más. Es imposible que todo haya acabado. Si ese fuera el caso, no sentiría tanto dolor.

Reúno toda mi fuerza de voluntad para abrir los ojos, pero los cierro de repente por la molesta luz blanca que casi me ciega. Mis sentidos cobran vida, percibo el olor aséptico del lugar y tiemblo por el frío.

Definitivamente no estoy muerta.

Abro los ojos despacio. Espero que se adecúen a la luz molesta. Parpadeo y se me aclara la vista. Unos orbes grises me observan curiosos. Están cristalinos, aun así, son los más hermosos que he visto en mi vida. Sonrío, emocionada, porque está aquí. El cuerpo se relaja y el dolor ha pasado a otro plano.

—Victoria —dice mi nombre con tanta ternura que algo se mueve dentro de mí—, al fin estás despierta.

Quiero responderle, pero el ardor en la garganta me lo impide. Carraspeo en un intento de aclarar mi voz y poder comunicarme como lo deseo.

—R-Roger —balbuceo y empiezo a toser.

—No te esfuerces. En unos minutos vendrá el doctor para verificar que todo esté en orden contigo.

Asiento y dejo caer la cabeza hacia atrás. Recorro el cuarto del hospital, luego me miro las manos. Me causa náusea la aguja que hay en una de mis muñecas por donde me están hidratando. Esa debe ser la razón del dolor punzante.

Cierro los ojos ante el toque delicado de Roger. Me acaricia las mejillas con dulzura. Los abro de nuevo y nos perdemos en la mirada del otro. De repente, la indecisión surca sus facciones y su ceño se frunce.

Quiero preguntarle qué le pasa, pero entra el doctor con una enfermera y terminan explotando la burbuja que habíamos creado. Después de varios exámenes, y de que me cambiaran los hidrantes, Celia hace acto de presencia.

Me abraza con cuidado y llora en mi hombro sin dejar de decir lo preocupada que estaba por mí. Le correspondo como puedo. Ella es lo más cercano a un familiar y estaré eternamente agradecida por eso.

Jose también me visita, pero se retira unos minutos después. Es bueno saber que se preocupa por mí, aun así, no es mi persona favorita. No confío en él, todavía no tengo claro qué fue lo que pasó y queda la sospecha de que haya estado involucrado en el accidente de Ana.

Roger se ha mantenido en un extremo del cuarto, muy pensativo. Me parece rara su reacción y hasta puedo jurar que luce preocupado. Sonrío al ser consciente de que está así por mí. El pecho se me infla de ternura y una calidez me arropa.

—Estoy bien —digo para que se calme.

Resopla con frustración.

Celia y él se miran cómplices y ella se aleja. Bien, ahora estoy preocupada. Quizás padezco de algo grave y no me han dicho nada.

—Unas personas vinieron a visitarte —informa sin dejar de observarme con cautela.

Asiento, confundida. ¿Quiénes podrían ser?

—Voy a esperar fuera, Vicky —dice Celia, luego sale deprisa.

Me da mala espina su reacción, ¿qué es lo que está pasando?

—Roger, ¿por qué estás así?

Acorta la distancia y toma mi cara entre sus manos. Me besa los labios con dulzura.

—Te amo, Victoria. No sabes lo preocupado que estaba. —Asiento, conmovida por la intensidad de su mirada—. No estás en la obligación de recibirlos. Es tu decisión...

—Roger —lo interrumpo—, ¿qué es lo que sucede?

Suspira y se pasa las manos por el pelo. Cierra los ojos con fuerza. Espero paciente a que hable, aunque la realidad es que estoy intrigada.

—Tus padres vinieron y quieren hablar contigo.

***

La sensación de que el cuarto se ha reducido no me ha abandonado desde que entraron. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero me parece una eternidad, aunque solo estén parados más cerca de la puerta que de mí y no se han dignado a proferir palabra alguna.

Miro de reojo hacia mi padre. Es un hombre bien parecido, con buen porte y el orgullo por las nubes. Me da vergüenza que me vea. Estoy segura de que debo parecer un fantasma y mi pelo está más desaliñado que siempre.

Lo admiro desde lejos, como siempre lo hice, y no sé cómo sentirme al respecto. Cuando era una niña me preguntaba por qué su indiferencia hacia mí, hasta que mi madre en uno de sus arranques me lo dejó claro: nunca me quiso porque no me parecía a él.

Él deseaba que su primer hijo fuera varón, así que ese desagrado hacia mí también lo reflejaba en mi madre y ella me odiaba por causarle esos inconvenientes con el amor de su vida. Esto es algo que he tratado de olvidar, que he mantenido en un lugar oculto en mi mente y que me rehusaba a siquiera pensarlo.

—Victoria —dice mi madre, rompiendo el silencio—, estábamos muy preocupados.

Avanza a pasos lentos, toma mis manos entre las suyas y las aprieta levemente. Se sienten frías, ajenas. Espero que continúe, mas no lo hace. Comienza a sollozar, las lágrimas humedecen nuestra alianza.

—Quería ver con mis propios ojos lo que tu desobediencia te ha llevado —habla por fin mi padre, sin moverse del mismo lugar.

—Sebas, por favor —interviene mi madre—. No quiero perder a otra hija.

Habla con tanto pesar que hasta le creo. El remordimiento que siente es palpable y quizás solo necesite saber que no la odio para que esté en paz. Suspiro. Estoy dispuesta a limar asperezas si eso es lo que su corazón necesita. Mierda, Roger me ha convertido en una sensiblera.

—No te preocupes por mí, mamá. Me siento bien y te creo. —Cierro los ojos con fuerza, luego los abro—. Puedes estar tranquila, no me vas a perder.

Los suyos brillan con tanta intensidad que mueven algo dentro de mí. Eso cambia cuando me acorrala con sus brazos y me aprieta contra su pecho. El asombro ha sobrepasado cualquier sentimiento.

Su cuerpo tiembla y el llanto no ha cesado. Me sostiene con fuerza, como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Balbucea palabras ininteligibles, pero lo hace con tanto dolor que va resquebrajando las murallas que había levantado.

—P-perdóname, Vicky —ruega sin soltar su agarre de mí.

Asiento, conmovida, dándome la oportunidad de oler su fragancia y disfrutar del calor que me proporciona su cuerpo. No es algo que esperaba, no obstante, estoy feliz de que haya venido.

El sonido de la puerta cerrarse de golpe me da a entender dos cosas: mi padre se ha ido y a él no le importa arreglar los problemas entre nosotros. 

 

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Agridulce © (Disponible En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora