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Ellos

Todos los cambios son difíciles, sin importar que estos sean para beneficio propio, y es algo que tiene claro Maya. Se siente una delincuente que ha dejado su «hogar» de una manera cuestionable, en la madrugada y aprovechando que él no estaba presente.

Si hace lo correcto, ¿por qué se siente tan mal?

Ella no lo entiende. El nudo en el estómago no se ha ido, así como tampoco el sabor amargo de su boca. Quizás sea por la costumbre de estar bajo el mando de alguien más. Había leído que las personas abusadas desarrollan cierta dependencia hacia sus agresores. «Sí, por eso debe ser», piensa con pesar.

Aun así, el alivio que recorre su ser, porque no estará bajo el mismo techo que ese hombre, es indescriptible. Salir de ahí, aunque haya sido como un cobarde, fue lo mejor que pudo haber hecho.

Recorre el lugar sonriente. Es un viejo apartamento, pequeño y con muchas cosas que reparar. Hay un montón de cajas por doquier para ser ordenadas, cada rincón está hecho un desastre; pero eso es lo de menos ahora. Se queda paralizada en medio de la sala con la niña durmiendo sobre ella, sin saber por dónde empezar a ordenar y esperando con ansias a la única persona que le ha dicho su paradero.

Minutos y horas pasan, Nico no ha dado señales de vida y ya Maya ha empezado a resignarse. Observa su teléfono por última vez, no hay ninguna llamada ni mensaje. Suspira antes de poner a la pequeña Abi sobre el sofá y decide ordenar su nueva casa.

***

El día se ha tornado sumamente difícil para Nico. Las tareas que le ha impuesto su jefe lo han mantenido ocupado y sin tregua siquiera para comer. Está consciente de que necesita un ayudante de manera urgente, pero eso es un lujo que por ahora no se puede dar. Palabras de su patrón, no de él.

Toma sus cosas con rapidez y revisa el teléfono, dándose cuenta de que se le agotó la batería. Por el ajetreo no se había percatado de ese detalle. Su mente no deja de pensar en ella, en lo que pasaría por su cabeza y en lo difícil que debió ser estar sola en un momento tan crucial de su vida. Ese pensamiento hace que se dé prisa y salga del edificio lo más rápido posible.

Es de noche. La fría brisa golpea su cara y hace volar su pelo. Acomoda sus lentes, después se dirige hacia el otro lado del parqueo lo más rápido que le permiten sus piernas. Sería bueno comprar algo para cenar, está seguro de que ella debe tener hambre.

No pasa desapercibido la manera en que su corazón late al pensar en Maya, en la satisfacción que siente al ayudarla. Sabe por experiencia que ese primer paso que ella ha dado es el más difícil y es por lo que no piensa dejarla sola en ningún momento.

Se ha comprometido a llevarla a su trabajo cada día. No le molesta ni tampoco es una carga para él.

Sabe que no puede insinuar nada por ahora, eso sería aprovecharse de la situación y es lo último que quiere. Solo espera que algún día pueda sincerarse con ella, abrirse sin ningún tipo de impedimento.

Detiene su andar cuando ve una figura alta parada junto a su auto. Mira para todas partes y se percata de que el parqueo —al igual que la calle— está desierto.

«¿Qué hace ese hombre aquí?», se pregunta con pesar y con el miedo abriéndose paso en su interior. No hay que ser un genio para adivinar el porqué de su presencia.

Trata de calmar los temblores que está experimentando su cuerpo al ser consciente de lo intimidante que es el tipo que ahora ha puesto sus ojos sobre él. Aun así, no se deja amedrentar y camina hacia su vehículo, ignorando por completo al intruso que lo observa con los brazos cruzados.

—¿Quién demonios crees que eres? —escupe con rabia al tiempo que lo agarra del cuello con saña.

Nico trata de zafarse de su agarre. No puede, es mucho más fuerte y alto que él.

—No te conozco. Suéltame —trata de hablar calmado, pero su respiración acelerada lo delata.

—¿Dónde está Maya? —La manera en la que inhala y exhala le recuerda a un toro furioso. Reconoce ahora por qué ella le temía o teme tanto a este hombre.

Tiene todas las de perder. No posee ni la fuerza ni el tamaño que lo pudieran ayudar a salir de esto con bien. Así que, se va por la vía más fácil:

—No sé de qué me hablas —miente—. Te equivocaste de persona.

Sus lentes caen al piso al recibir el primer puñetazo. Percibe el sabor metálico en la boca y se tambalea hacia atrás. La pared lo ha sostenido. Trata de defenderse, pero es inútil. El tipo se le abalanza como si quisiera acabar con él.

—No te hagas el idiota, cuatro ojos. Dime dónde está Maya o haré de tu vida un infierno.

Niega varias veces. Intenta decirle lo equivocado que está, pero las palabras no salen.

—¡Nico!

Es liberado cuando escucha la voz de su amigo y cómo se acerca a pasos rápidos.

Roger no pierde el tiempo, se abalanza sobre el tipo y se enfrascan en una pelea de puñetazos. Nico se aleja un poco y busca sus lentes mientras ellos se muelen a golpes. Es claro que su mejor amigo tiene la ventaja. Se separan y el intruso camina lejos de manera tambaleante.

—Esto no se queda así —dice con furia antes de marcharse.

—¿Qué fue eso? —Nico niega, paralizado en el mismo lugar.

Sus ojos no se apartan de la dirección en que se fue el ex de Maya y es incapaz de explicar nada por ahora.

Entonces, la realización del problema en que está metido lo golpea sin piedad.

«¿Qué haré ahora?».  

  

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Agridulce © (Disponible En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora