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Ella

Me pasé las manos por las mejillas húmedas por el llanto. Otra vez se fueron y me dejaron solita. La risa de Ana me hizo bajar de la cama, ella entró a la habitación saltando de alegría.

—Mira lo que me compró mi mami. 

Tocó su pelo lacio donde había unos lacitos de colores en forma de flores.

Extendí las manos, entusiasmada por lo hermosos que eran.

—¿Y los míos? —pregunté tímida, y ella negó con rapidez.

—No hay para ti. Mami dice que en tu pelo no quedan bien. 

Toqué de inmediato los mechones rebeldes. Tenía razón, mi cabello era feo comparado con el de Ana al igual que el color de mi piel.

•••

—¿Qué haces, Vicky? 

Marco se acercó con cara de haber visto un fantasma. No le contesté, seguí en la labor de extender por todo mi brazo el talco que tomé del cuarto de mi madre.

—¿No lo ves? —respondí obvia.

Él me arrebató el envase y lo escondió detrás de su espalda.

—¿Por qué te estás untando eso? 

Me crucé de brazos, molesta por la interrupción. Él no lo entendía y estaba segura de que nunca lo haría.

—Quiero cambiar mi color para que mis padres me quieran como a Ana —respondí con tristeza—. También me gustaría otro tipo de pelo. 

Alisé la mata de rizos, en un intento de que bajaran un poco. Fue inútil, porque ellos seguían indomables.

•••

Los gritos se escucharon cada vez más fuertes. Objetos se rompían y cristales se hacían pedazos. Ana se abrazó a mí entre sollozos; yo no lloraba, eso pasaba tan a menudo que estaba acostumbrada. Cubrí sus orejas cuando los insultos e improperios se distinguían con claridad.

La puerta de nuestro cuarto se abrió. Temblé al vislumbrar cómo los ojos rojos de mi madre se posaron sobre mí. Me miró con odio, reproche y algo más.

—Nunca obedeces, Victoria. —Arrancó a mi hermana de mis brazos y me agarró por la muñeca con fuerza—. Te dije que no corrieras por el taller de tu padre.

Traté de zafarme y le expliqué a gritos que no lo hice. Esa vez no fui yo quien rompió algo de ese lugar. Ella no me hizo caso. Estaba segura de que no le interesaba si era culpable o no, solo quería descargar la ira y frustración que llevaba por dentro.

Los golpes empezaron. Traté de ser fuerte y dejarle saber que ya no me afectaba, pero fue imposible cuando me atacó de una manera tan bestial. Entonces, lo que se escuchaban eran mis gritos. Así se opacó el desorden que se había desatado anteriormente.

***

—Llegas tarde, Vicky. —Corro hacia mi puesto, obviando las palabras de reproche de Jose—. Por lo menos me hubieses avisado y ponía tu excusa ante el señor Brown.

—No te preocupes, ¿preguntó por mí?

Asiente despacio. Demonios, voy a tener problemas.

Debí hacerle caso a mi amiga cuando me aconsejó que no saliera anoche, porque me ha costado algo más que una falta en mi trabajo. Ese hombre se encargó de pisotear mi dignidad.

No soy una santa, pero no estaba en mis cinco sentidos cuando Richard me llevó a la cama. Eso sin mencionar que amanecí sola en un cuarto de hotel y con unos billetes sobre la mesita de noche. El muy maldito se atrevió a tratarme como una puta, y ni siquiera tuvo la decencia de despertarme sabiendo que me tocaba trabajar.

Me lo merezco, quise jugar a la chica ruda y terminé en estas condiciones. La resaca me está matando, me duele la cabeza y ni hablar del entumecimiento del cuerpo.

—No lo tomes a mal, pero te ves horrible. —Entorno los ojos y trato de evitar una charla con él ordenando mi área de trabajo—. ¿No me vas a decir qué pasó para que estés así?

—Solo fue una mala noche. Ya estoy aquí, puedes estar tranquilo.

Asiente no muy convencido y camina hacia el otro lado sin dejar de observarme.

¡Lo que me faltaba! Vislumbro que Roger entra al supermercado. Mis nervios atacan porque luzco como una zombi y no quiero que me vea de esta manera. No es que me importe lo que piense de mí, solo reconozco que mi apariencia no es la mejor ahora mismo.

—Buenos días.

Mierda, un cliente. No voy a poder esconderme de «sonrisa encantadora».

—Saludos.

El señor rechoncho va colocando los productos en la banda de una manera excesivamente lenta. Genial, hoy no es mi día.

—Pase las cosas despacio, señorita. Compré en oferta y quiero verificar que sea así.

Me muerdo la lengua para no gritarle alguna grosería. Esto es el colmo de todos los males.

Los ojos de Roger conectan con los míos. Sonríe a la par que hace gestos con las manos en forma de saludo. Solo me sale una mueca, no estoy de humor para soportarlo.

—Buenos días, Victoria. —Se posiciona detrás del viejo que mira la pantalla, concentrado—. Te invito a un almuerzo.

—No puedo. —Sigo en mi labor, con toda la paciencia que logro reunir—. ¿No tienes que trabajar? En vez de estar aquí perdiendo el tiempo conmigo, puedes invertirlo en sacar tu empresa a flote. —El veneno gotea de mis palabras.

Su rostro se pone serio, luego desvía la mirada. Este gesto me hace sentir mal, reconozco que he pasado mis límites. Si quiero lograr mi cometido, debo poner de mi parte.

—Está bien, Roger. Nos vemos a la una de la tarde.

Sonríe, pícaro, y deja los productos que tenía en uno de los carritos. Después camina hacia la salida.

Algo se mueve dentro de mí, quizás ya no quiera seguir con esto. Sería bueno no volver a involucrarme con él. Nada de lo que haga me devolverá a Ana, así que usaré mi energía en buscar la felicidad.

Esta será la última vez que salga con Roger.   

   

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Agridulce © (Disponible En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora