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Ellos

«Fíjate en sus manos. Si no tiene anillo de matrimonio, dile de manera sutil que su esposo debe estar orgulloso de ella».

Las palabras de su amigo siguen rondando en su cabeza. Se acerca despacio hacia la parada que día por día visita la joven. «No es muy difícil», piensa al divisar la figura de Maya que ahora se encuentra sola, esperando su medio de transporte.

Nico agita las manos sudadas y temblorosas. Aún tiene el inconveniente de acercarse a la chica que le gusta. Todo por una mala jugada del pasado, cuando era apenas un niño y había crecido en él su primer amor.

Detiene el auto y sale deprisa antes de arrepentirse. Se supone que, si Maya dice que está soltera, él la va a invitar a salir. Ese es el orden, así lo había planeado cuando le confesó a su amigo que quería dar el paso. Porque seamos sinceros: «el que no arriesga, no gana».

Maya tiene la cabeza gacha. Se dice a sí misma que debe ser fuerte. Sería una pena que se pusiera a llorar y tuviera que entrar al autobús con los ojos rojos. ¿Qué pensarían de ella? Ya es suficiente con el aspecto de su rostro.

—Hola, Maya —saluda animado, pero esto cambia al notar que no ha levantado la cabeza para devolverle la salutación—. ¿Sucede algo?

Se queda quieto, a cierta distancia, esperando que sea ella la que decida romper el hielo.

Maya niega varias veces, no puede ser que —hoy precisamente— se lo haya encontrado.

—H-hola —balbucea en la misma posición, esto causa que Nico frunza el ceño.

—¿Estás bien?

Asiente, esperando que él se vaya, o en su defecto, llegue el vehículo para poder irse. Lo que sea que ocurra primero.

—Sí.

Nico no se atreve a mover un músculo, solo se queda a su lado en silencio.

Lamentablemente, el autobús no llega. Ella observa la hora en su reloj, confirmando así que ya se le ha hecho tarde.

—Creo que no va a venir hoy —rompe el silencio sin dejar de mirarla—. Si quieres puedo llevarte —ofrece, esperanzado.

Maya asiente. Su mente se llena de imágenes de las cosas que vivió la noche anterior y parpadea para evitar que las lágrimas hagan acto de presencia. Levanta la cabeza, qué más da, a espera de la exclamación que seguro saldrá de los labios del chico gentil.

Un nudo se instala en la garganta de Nico, todo en él se conmueve cuando nota los feos moretones en el bello rostro de la rubia. Su piel de porcelana está ahora cubierta de gruesas capas de maquillaje que, de manera fallida, trata de ocultar los golpes que le han propinado. Inconscientemente, una lágrima baja por la mejilla de Maya, luego otra y otra. Él se mueve con agilidad, la agarra por un brazo y la lleva hacia su vehículo.

Conduce sin rumbo y Maya sigue llorando sin control. Aparca en una calle poco transitada, busca en la guantera un paquetito de toallitas húmedas y se los extiende.

Con manos temblorosas, las toma y se limpia el rostro, sintiendo un gran alivio.

—G-gracias. —Asiente sin dejar de observarla—. Discúlpame, Nico. Debías ir a tu trabajo.

Agacha la cabeza, apenada. Es increíble que le haya pasado eso. En definitiva, hoy es un día pésimo.

—No te preocupes por eso. —Guarda silencio por unos segundos—. ¿Qué te pasó?

Maya se queda en silencio, incapaz de decir algo. No sabe cómo expresarse si nunca ha hablado de lo que ocurre en su mal llamado hogar. Se considera una cobarde, que no puede salir de una relación que la está consumiendo.

Pero hay algo en Nico que, por más loco que parezca, le inspira confianza. Así que, entre lágrimas, se sincera y le confiesa toda la mierda que está viviendo. 

 

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Agridulce © (Disponible En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora