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Ella

«Mierda, mierda, mierda».

Trato de zafarme del agarre del grandulón que tiene mi brazo encerrado entre sus dedos. Los nervios me están nublando la razón porque debo irme. Ya es tarde.

—Déjame, no me toques.

Me remuevo con violencia y me aprieta aún más contra él.

El aroma varonil de su perfume caro entra por mis fosas nasales. Toco su pecho en un intento desesperado de crear cierta distancia entre los dos. Había pensado toda mi vida que era una chica de estatura alta, no obstante, este tipo me hace lucir como una enana.

Su porte me es intimidante, no puedo negarlo, y hasta comprendo por qué la pobre Ana cayó en sus redes de una manera tan fácil. Levanto la mirada para que se percate de lo molesta que me encuentro, pero me quedo muda cuando sus ojos grises se cruzan con los míos.

Él me mira de una manera que no puedo descifrar; yo me quedo quieta, impresionada por sus facciones. Su rostro, libre de imperfecciones y de mandíbula cuadrada, está enmarcado por largos mechones de pelo ondulado castaño.

Desvío la mirada al darme cuenta de que me he quedado como idiota inspeccionando su cara por más tiempo del que debería.

—Chocolate, quiero que me expliques qué buscabas en mi auto.

Arrugo el entrecejo, ofendida por el apodo ridículo que ha usado para referirse a mí.

—No hurgaba en tu vehículo.

Sus labios esbozan una sonrisa pícara que me saca de mis casillas.

Debo salir de esta situación cuanto antes. Aprovecho que está distraído, así que levanto un poco la pierna y golpeo su entrepierna con todas mis fuerzas.

—¡Hija de puta! —chilla y cae al piso, encorvado por el dolor.

Doy pasos hacia atrás en tanto sonrío triunfal y salgo corriendo. A lo lejos escucho todas las maldiciones que salen de su boca a gritos.

El corazón me late desenfrenado mientras avanzo por toda la acera, calle abajo. En la

parada, un autobús se detiene y subo deprisa. Una vez me acomodo en uno de los asientos es que me permito respirar con más calma.

—Vicky. —Celia llama una vez entro a la casa—. Pensé que no ibas a llegar, ya se me hizo tarde.

Trago saliva al verla tan desesperada. He sido una inconsciente.

—Lo siento mucho, se me presentó un percance.

Por mi mente pasa lo que sucedió con el riquito hace media hora atrás y la ira provoca que apriete las manos por la impotencia.

—Luego hablamos —se despide con una mano y se marcha.

Suspiro y camino hacia el cuarto de Ana. Mi pecho se encoge al verla dormida. Así parece relajada. Mis ojos se llenan de lágrimas, pero parpadeo varias veces porque no es momento de llorar, más bien de ser fuerte.

Ana es mi hermana menor. Está postrada en una cama, parapléjica, por un accidente que tuvo. Fue un duro golpe para mí, tanto emocional como en lo económico. Me he tenido que hacer cargo de todo, ya que nuestros padres viven en otro Estado.

Yo me escapé de casa a temprana edad, pues no aguantaba sus peleas. Total, siempre tuve que hacerme responsable de mí misma y de mi hermanita.

Ella era tímida, tranquila y, hasta cierto punto, pendeja. Eso cambió cuando conoció al hombre que le desgració la vida.

Agridulce © (Disponible En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora